Historias de El Pardo

Un lugar para el recuerdo de los Veteranos del Regimiento de Transmisiones



23/04/2008

La fuga de las Transmisiones (II)

Otro relato sobre el mismo tema, escrito esta vez por el coronel D. Luis de la Torre Ayala, que era capitán en el momento de los hechos: 21 de julio de 1.936.
Este relato es la primera vez que se publica en la Red.
Fuentes: Revista “RED” de 1.961
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En El Pardo, el Regimiento se hallaba acuartelado, y ya desde el día 17 de Julio nos faltó la comunicación con la capital, lo que aumentó el natural desasosiego, máxime por los rumores que nos llegaban y cuya importancia fue en aumento el domingo y lunes por lo sucedido en el Batallón de Zapadores nº 1, de guarnición en Campamento.

Ante esta situación se convocó una reunión de jefes y oficiales, y sabido ya lo acaecido en el Cuartel de la Montaña y el sacrificio de sus defensores y visto que la defensa del cuartel de El Pardo había de ser difícil –imposible, podríamos decir-, en la madrugada del martes (dos de la mañana aproximadamente) se tomó el acuerdo de embarcar en los camiones de que se disponía y lanzarnos en dirección a Segovia, a unirnos, como ya se ha dicho, a las fuerzas nacionales, con ánimo de, en caso de no poder alcanzar aquella capital, defendernos en la Sierra, donde nunca dudábamos que sería más fácil vender cara la vida.

Se decidió la partida para las tres de la madrugada, a fin de llegar a la sierra antes de amanecer.

Con diecisiete camiones “Morris” y dos camiones de tendido “Dodge” se organizó la columna, cuyo mando llevaba el coronel Carrascosa, que ocupaba un coche ligero propiedad de nuestro compañero el teniente Guzmán. No hay que decir que en los vehículos se cargaron cuantas armas y municiones había en el cuartel. Para un enlace posible se llevaban dos estaciones ópticas y una de radio.

A las cuatro se emprendió la marcha; en cabeza unos de los camiones, seguido del coche del coronel, y tras ellos el resto de los vehículos.

¡Ya estamos en marcha!

Llegamos a las tapias del monte, cuya puerta estaba cerrada con una cadena, que hubo que romper utilizando un machete como palanca. En tal punto había una pareja de carabineros, los que, suponíamos, darían aviso a Madrid; pero, por lo visto, no debió de ser así, y seguimos nuestro camino.

¡Colmenar a la vista! La entrada, barreada por tablones y alambradas y guarnecida de milicianos, no hubiese sido fácil de pasar, como sucedió, ya que el grupo de defensores aumentaba por momentos; coreando cuantos “vivas” lanzaban y parlamentando se convencieron de que el Regimiento iba a luchar en su favor y nos franquearon el paso. Penetramos en el pueblo y atravesamos aquellas tortuosas y estrechas callejuelas, en cuyas puertas y ventanas iban apareciendo caras soñolientas que, puño en alto, nos saludaban y alentaban con frases propias de las circunstancias, en la idea de que íbamos a “tomar Segovia”.

Hoyo de Manzanares, Torrelodones… En este punto, suponiendo que nos esperarían por los contornos fuerzas que nos cerrarían el paso por la carretera general, tomó la columna la de Navacerrada para intentar llegar a La Granja.

En este trayecto fue en donde quedó rezagado el camión del capital Salas, del que ya nada volvimos a saber, ni tampoco del teniente Sánchez Aguiló, que en una motocicleta actuaba de enlace.

Sin duda, en algunos de los inevitables altos debidos al alargamiento de la columna dada la buena marcha que se llevaba, o bien en una parada aislada del vehículo en cuestión o un despiste en una bifurcación, Salas y sus compañeros se desligaron de los demás vehículos del convoy.

Las paradas aisladas eran frecuentes por ser los vehículos totalmente nuevos, hasta el punto de llevar aún precintada la entrada de gases, y muchos de los conductores sólo habían llevado anteriormente coches de turismo; a pesar de todo, tan sólo un camión hubo de abandonarse averiado en Colmenar.

En la subida al puerto de Navacerrada nos cruzamos con varios coches de turismo erizados de fusiles amenazadores y con banderas rojas; sin detenernos contestábamos a las preguntas de los ocupantes, lo mismo que a los curiosos de los pueblos que atravesábamos: “¡Vamos a tomar Segovia!”.

Un avión voló sobre nosotros ¿Qué pensaría el piloto al descubrirnos?

Sin más novedades seguimos nuestra ruta, y ya a la vista del puerto de Navacerrada un coche se acercó a nosotros en sentido contrario; después de algunos minutos de conversación, que nos parecieron siglos, seguimos hasta coronar el puerto. Otra parada, siempre pensando en que, en cualquier momento, la hasta ese instante feliz marcha podría truncarse y todo acabaría. Pero la persuasión, inspirada por la Providencia, hizo posible iniciar la bajada del puerto y llegar a Boca del Asno. Allí, el puentecillo que salva el río Balsaín había sido minado, pero, en colaboración con los milicianos se levantaron las minas y… ¡un obstáculo más salvado!.

¡Ya estábamos cerca de nuestra meta! Parece que ya sólo tenemos delante un solo obstáculo que salvar: Balsaín, porque, según nos informaron, La Granja era…”facciosa”.

Nuestros corazones se ensanchaban: todavía quedaba algo por andar; pero si Dios nos ha protegido en esos kilómetros que hemos dejado atrás y que nos parecieron interminables, esperábamos que en los pocos que nos quedaban no nos abandonaría.

Y con magnífico espíritu, que aunque nunca decayó más y más se elevaba en cada giro de las ruedas, emprendimos la última etapa en terreno enemigo, y …Balsaín.

Ya hace calor. El estómago parece que tiene sus exigencias, y en este pueblo nos obsequian con bocadillos, chocolate, embutidos, vino, etc…

--¡Cuidado, que la Guardia Civil tiene fusiles ametralladores!

Los milicianos disponen de una ametralladora montada en una camioneta. Ellos irán delante para despejar el camino. Sí, pero nosotros sabemos más “táctica”.

--Mejor es que vayáis detrás y reforcéis con ella nuestros fuegos, --y así se hace.

Seguimos y ¡al fin! Divisamos la explanada de delante de la verja del Real Sitio. Unos guardias civiles, algunos paisanos y unos guardas del Patrimonio esperan recelosos y expectantes.

Pero el coche del coronel que ahora va delante y enarbola bandera blanca llega a la explanada y todos los camiones forman detrás en línea.

Todos a tierra y ¡Viva España! Gritamos todos, desbordando nuestro júbilo ante tan feliz final.

Teniente Barbeito Louro

Teniente Guzmán Renshaw

Transmisiones, Artilleros y Guardia Civil en La Granja (22 de julio de 1.936)

La Guardia Civil, los paisanos, los guardas y la gente que afluye a la plazoleta vibran de emoción y alegría. Hay quien llora, quien ríe, quien grita sin saber por qué. Bueno, sí saben por qué: han sido muchas horas, al menos muchas parecieron, de nervios en tensión, esperando no sabíamos qué, pero sí nada bueno: una imprudencia, un gesto, cualquier cosa, podía haber truncado y malogrado nuestra intención, pese al espíritu de la gente. ¡Ya puede decirse que pasó todo!.

Los brazos de nuestros hermanos nos estrechan y quedó atrás una noche de incertidumbre. ¡En España empieza a amanecer! Pero para nosotros es ya día claro. Sabemos que estamos ya aquí y para qué hemos venido; las sombras de nuestro futuro se han despejado; lucharemos ahora por Dios y por España, pero claramente, a la luz del día, sin miedo a las asechanzas que por el camino nos pudieron esperar.

¡Ah!, se nos olvidaba que, efectivamente, la camioneta de Balsaín, con su ametralladora nos siguió a unos cientos de metros pero fue “apoteósicamente” recibida en rápida emboscada tendida en una curva estratégica de la carretera. Sorprendida, dio la vuelta, no sabemos cómo pues ni la maniobra hizo, y huyó como alma que lleva el diablo.

Y sólo queda el final: la última etapa de la marcha y primera de nuestro futuro.

La Granja queda atrás y enfilamos la carretera de Segovia. Pasamos Quitapesares, dejamos Palazuelos a nuestra derecha, un repecho y ya vemos la catedral y el caserío de la vieja ciudad castellana apiñado a sus pies. Después de una curva el milenario Acueducto, bajo cuyos arcos se detiene nuestra columna.

Un hervidero de gente nos vitorea, pues todo el pueblo se ha lanzado a la calle sabedor de nuestra llegada; los balcones del Azoquejo blanquean de pañuelos que se agitan; todos pugnan por abrazarnos y saber de nuestra aventura.

¡Atención! Suena el cornetín y es que llega el Gobernador militar; nuestro coronel le da novedades y ¡a formar!

Los jefes y oficiales en cabeza, armados de fusil, como unos soldados más, entre apretadas filas de gente que vitorea, de flamear de pañuelos en los balcones, con repique general de campanas. El Regimiento marcha en columna de honor hacia la Academia de Artillería, en cuya puerta principal las autoridades presencian el desfile.

Los que desfilan y los que no desfilan lloran; los vítores se suceden; los gritos de júbilo ensordecen, y a los acordes del Himno Nacional el Regimiento entra en la Academia.

Y tras los abrazos, parabienes y relatos, la tropa, las clases, los oficiales y los jefes, pueden sentarse en los limpios comedores de la Academia, que nos parecieron entonces el más lujoso hotel del Universo, y después a descansar, que bien merecido lo tienen y viene el mañana, ese mañana que terminó el…1 de Abril de 1.939.
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