Historias de El Pardo

Un lugar para el recuerdo de los Veteranos del Regimiento de Transmisiones



20/06/2008

Entrevista a Doña Vicenta

Aunque el texto de esta entrevista ya está publicado en nuestro Foro de Transmisiones, hoy ponemos aquí los recortes de prensa correspondientes al diario “Ya” de Madrid del día 10 de mayo de 1.984. Se pueden leer pinchando en cada una de las imágenes. Doña Vicenta, cuyo nombre completo era Dña. Vicenta Colina Adradas, falleció a finales de los años 90. Sirva esta entrada de hoy como otro homenaje a la señora que tan querida fue por todos los que servimos en el Regimiento de Transmisiones.

Texto de la entrevista:
*SETENTA Y UN AÑOS ENTRE SOLDADOS*


*LA “PIPERA” QUE DA TODO SU DINERO PARA OBRAS BENÉFICAS*

*AYER FUE CONDECORADA POR LA DUQUESA DE CALABRIA POR SU CONSTANTE AYUDA EN LA LUCHA CONTRA EL CANCER*
Ochenta y cuatro años tiene doña Vicenta. Setenta y uno los ha pasado en el cuartel. Cuando empezó era una niña vivaracha a la que los soldados rápidamente cogieron cariño y hoy es la “reina”, la “señora” del Regimiento de Transmisiones de El Pardo, todo el mundo la conoce y todo el mundo la respeta, aunque ella, de vez en cuando, les mande “a hacer puñetas, hombre, que ya no despacho más, ¡dejadme en paz!”

Vicenta Colina Adradas no es una simple “pipera” que viva de vender tabaco, caramelos, bollos o cordones para las botas a los soldados. Es mucho más que eso. Es una institución, es, quizá, la única persona en todo el país que tiene permiso indefinido para entrar a una instalación militar; cumple un servicio y todos los Jefes, los muchos que se han sucedido en el mando del Regimiento de Transmisiones., antes de Telégrafos, le han respetado ese simpático “status” de que la mujer disfruta. Ella tiene su puestecillo allí dentro; todos son sus clientes; cada mañana les lleva bollos, pastelillos de varias clases y, por supuesto, caramelos, bombones y tabaco. A primera vista, poco o nada hay de interesante en una viejecilla como tantas otras, pero es que Doña Vicenta no es una viejecilla cualquiera.
Ayer por la tarde, en el Cuartel del Rey, la duquesa de Calabria, en nombre de la Asociación Española contra el Cáncer, le imponía la medalla que esta Asociación otorga a las personas que han prestado servicios a favor de la misma durante más de veinte años. Y los “servicios” de Vicenta vienen de entonces y tienen más mérito que los de casi nadie. Porque esta viejecilla, que sigue siendo tan vivaracha y simpática como una chavala, que “pone firmes” a los soldados de Transmisiones y que vive absolutamente sola, valiéndose por si misma, da todo el dinero que le sobra, y que es prácticamente todo el que consigue, a la Asociación Española contra el Cáncer y a otras obras benéficas. Su único interés es ayudar a los demás. Por eso, asegura, no se ha retirado todavía.
Se levanta cada día a las 7,30 de la mañana, se hace un café y lo guarda en un termo, se come un bollo y coge los bártulos camino del cuartel. Allí llega, se instala en su rincón y despliega su “pequeña industria” como ella le llama. Y ahí está al pie del cañón, hasta las tres y media de la tarde (hora en la que, como no la dejan irse, suele mandar “a hacer puñetas” a la clientela, siempre con una sonrisa en la boca, siempre en broma, por supuesto), y luego se va a casa.
--Descanso un par de horas y luego me pongo a hacer limpieza, la comida y todo eso. Vivo sola desde que mi hermano murió hace diez años. Mi madre y mi hermana murieron hace ahora veinte… pero, mira, me valgo muy bien. No tengo familia, más que unos primos a los que no veo casi nunca, y mis vecinos, Miguel y Pepita, me ayudan mucho con los papeleos esos de recibos y esas cosas y, si necesito algo o estoy enferma, ellos me echan una mano. Y mi vida es esto y nada más. No podría ya hacer otra cosa que venir todos los días al cuartel, porque además aquí me necesitan. Cuando me muera “éstos” tendrán que conformarse con la cantina, y se quedarán sin mis pastelitos y sin cordones para las botas…Mira, ya no queda casi ningún pastel, se los “ventilan” enseguida…
--Todo el dinero que le sobra, salvo el imprescindible para vivir, lo regala usted a obras benéficas ¿Por qué?
--Hombre, porque para eso está el dinero. Me gusta ayudar a los del Cáncer y también a los hermanos de San Juan de Dios. Porque ellos ayudan al prójimo.Por eso les doy todo lo que puedo. A los del Cáncer he llegado a poder darles hasta 100.000 pesetas de una sola vez…pero ahora como la gente es tan vaga y no quiere trabajar los sábados, pues no puedo ir a llevarles más, porque es el sábado el día que yo “libro”, y por eso lo doy también a los de San Juan de Dios, que lo vienen a buscar a casa…Como no tengo familia ni nadie, pues lo mejor es dar el dinero ¿verdad?
--Nunca se casó usted, doña Vicenta ¿Por qué?
--Pues porque no quise, porque por falta de material no sería: tenía todo un regimiento para elegir, una vez tuve un noviete, pero se murió el tío…Y desde entonces no volví a preocuparme de eso.
---Aunque usted está joven y dicharachera ¿No piensa retirarse nunca?
--Mira, hijo, yo me retiraría si supiera que aquí alguien iba a ocupar mi puesto, porque “éstos” me necesitan. Pero eso no va a ser así. Ya no van a dejar a nadie que venga a sustituirme, y por eso no me retiro yo. Han dicho que mi puesto no lo va a ocupar nadie nunca más, y entonces se van a quedar sin todo esto (y mira doña Vicenta, orgullosamente, el pequeño despliegue de cajitas y bolsas de plástico extendido ante ella, su “pequeña industria”) y me van a echar de menos. Así que, mientras aguante aquí seguiré, porque aquí vivo mejor que la Reina Sofía, que ella también anda metída en estos líos, pero a ella la llevan “pacá y pallá” (¿les suena?) y a mi me dejan tranquila…
--¿Nunca ha tenido miedo de que le prohibieran volver?
..¡No hijo, nunca! Siempre que ha venido un nuevo Jefe, yo he ido a verle a pedirle que me dejara quedarme, pero nunca he tenido ni que pedirlo, porque en cuanto entraba ya me decían que ya estaba todo arreglado…Aquí me quieren mucho, son más de setenta años trayéndoles las cosas a estos chicos…Y además yo no me acostumbraría ya a ir a otra parte ni a hacer otra cosa…
--Le van a poner una medalla, ¿qué le parece eso?
--Hombre, muy bien. Ya una vez vino a verme la duquesa de Calabria y creo que esta tarde vendrá también. A mi me gustaría que viniera Natalia Figueroa, que ya he dicho que la avisen, porque le tengo que contar muchas cosas. Porque ¿sabes? Yo nací al ladito de su casa, y conocía a toda su familia y también a los padres del doctor Gregorio Marañón, y recuerdo que cuando era niño venía y me decía: “Vicenta, dame un trocito de pan”,Y yo le decía:”No, que nos regaña tu madre porque no comes”. Y me pedía una miguita y yo se la daba y tan contento que se iba…y me acuerdo que…
Y doña Vicenta, que ha cogido carrerilla, hace un despliegue de memoria que envidiaría a un elefante. Su mente está completamente lúcida, no deja ver ni por asomo, un rasgo de malhumor, su vitalidad es casi “escandalosa”para esos ochenta y cuatro años que lleva a sus espaldas. Y ahí la dejamos, vendiéndole un pastelillo de chocolate a “mi clientela”.
NOTA.- Doña Vicenta falleció a finales de los años 90. Sirva la transcripción de esta entrevista como homenaje a su memoria. UN SALUDO.

1 comentario:

  1. Parece que todavía le estoy viendo con su carro de rodamientos volviendo del regimiento de transmisiones su bata azul y sus zapatillas de andar por casa, yo la conocía mucho pues mi abuela le serbia el tabaco¨ y joder lo que podría vender esa señora¨ cada dos días mi abuela le llevaba un cajón de tabaco si no eran dos.
    Algunos domingos mi abuela me decía que le llevara el pedido porque sabía que me daría propina y siempre algo caía. Una mujer desprendida y caritativa que no tenía ninguna comodidad cuando podía tenerlas todas.
    Anécdota fue con mi abuela a comprar la sepultura y en las oficinas le dijeron que eso era muy caro y que no podría pagarla a lo que ella contesto cuánto vale y le dijeron que 800.000 pesetas y saco un fajo de billetes y dijo como estas

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