(Foto tomada por el autor del artículo)
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Una noche, después de la cena, a punto de pasar lista se acercó a su cuarto y la radio había desaparecido. Al formar la Compañía para la lista de retreta, mandó firmes y hecho un basilisco dijo a voz en grito: “¡¡El cabrón que haya cogido mi radio que la ponga inmediatamente en su sitio o le va a pesar!!” Nadie respondió; lo volvió a repetir con otras palabras; tampoco obtuvo resultado alguno. Al final formó la Compañía en el patio y mandó paso ligero durante media hora, igualmente el efecto fue negativo…
Mandó que subieran de nuevo a la Compañía y los formó, después de mucho insistir para que devolviera la radio el que la había sustraído tuvo que darse por vencido. Dio parte por escrito de lo ocurrido y tomó cartas en el asunto el capitán, éste ordenó arrestar a toda la Compañía sin salir de paseo, ni siquiera los que tenían pase pernocta, hasta que apareciera el transistor.
El personal estaba muy disgustado porque tenían que pagar ellos las consecuencias de lo que había hecho un desaprensivo “chorizo”, se comentaba entre la tropa que cuando fuera descubierto el ladrón lo iban a linchar.
La cosa llegó a conocimiento del coronel que dio la orden de registrar todo minuciosamente hasta dar con el aparato y, mientras tanto, no saldría del Regimiento nadie de aquella Compañía, confirmando el arresto impuesto por el capitán.
La búsqueda fue exhaustiva, todo el mundo buscaba por todos los rincones el dichoso receptor de radio, se registraron taquillas una por una, maletas, se palpaban las colchonetas por si lo habían metido dentro… el resultado siempre era negativo. El sargento, una noche en formación dio un ultimátum: “¡Si sale ahora el que ha robado la radio le prometo que intercederé ante los superiores para que el castigo sea mínimo!”
Tampoco dio resultado alguno.
Habían pasado ya 3 ó 4 días desde que desapareció el aparato de radio, en el Regimiento no se hablaba de otra cosa. Los que conocéis el “Zarco del Valle” sabéis que los pabellones albergaban en cada planta dos Compañías, una enfrente de otra, en la que ocurrieron esos hechos la que tenía enfrente estaba deshabitada, sólo servía como almacén, alojaba colchonetas apiladas, camas desmontadas y muchos enseres viejos. El local ya había sido inspeccionado minuciosamente; pero una mañana, se me ocurrió entrar yo solo a mirar, entré hasta el cuarto de los cabos primeros, allí no había nada, estaba totalmente vacío, me pongo a observar las paredes y entrando en la habitación a la derecha existía en la parte superior de la pared una especie de hueco que servía como maletero, vi unos restregones de suela de bota sobre la pared que daba a ese sitio. Me di cuenta que allí había intentado alguien subir o bajar. Inmediatamente me salí del cuarto y me puse a buscar algo para poder acceder a ese maletero ya que estaba muy alto, encontré entre los enredos una vieja escalera de madera, sin más, la cogí y me fui hasta el sospechoso lugar, al subir vi el hueco totalmente vacio y limpio, en medio se encontraba el transistor.
Mi sorpresa y alegría me desbordó, lejos de cogerlo, me fui en busca del sargento para que lo viera él personalmente. Se encontraba en la Sala de Suboficiales, vino conmigo corriendo y con gran satisfacción cogió el aparato, pero lo agarró con un pañuelo por el asa y tocándolo lo menos posible. Me comentó: “El cabrón que ha hecho esto lo va a pagar caro…”
Efectivamente, el sargento, autorizado por la superioridad, formó la Compañía y les dio una arenga:
“La radio ha sido encontrada, está llena de huellas dactilares, quiero que sepáis que se le va a tomar las huellas a todos los componentes de esta Compañía y junto con el receptor se va a llevar a la Dirección General de Seguridad para que averigüen quién ha sido el autor del robo. Si sale ahora el que lo ha hecho será mejor para él, si espera a que realicemos todo ese proceso y es descubierto por la policía, dudo mucho que llegue a licenciarse. Le aconsejo por su bien que confiese ahora mismo”.
Tampoco dio resultado, nadie salió, se miraban unos a otros esperando que alguien diera el paso adelante, pero eso no ocurrió.
Por la tarde en la oficina de la Compañía se habilitaron dos mesas, yo mismo ocupé una, en la otra el cabo de la oficina, el sargento dio orden de que fueran pasando todos de dos en dos, en un papel tamaño octavilla se ponía el nombre del soldado, cabo o cabo 1º, después se le impregnaba el dedo pulgar de la mano derecha en un tampón de color violeta y debajo del nombre se estampaba la huella. (Hay que reconocer que aquello fue una sandez, nunca hubiesen podido identificar al autor del robo por la huella del dedo pulgar sino por la del dedo índice, que es la que figura en el DNI. Además, tampoco estaban bien tomadas, ni la tinta era la adecuada).
El caso es que, como “farol” dio resultado. A la mañana siguiente, viendo que nadie se acobardó ante la medida tomada y confesó su falta, el sargento cogió la radio y en un sobre con todas las huellas se dirigió hacia la puerta principal, iba a la parada del autobús con destino a Madrid. Entonces, justo en la escalinata que daba a la carretera, le abordó un soldado de la Compañía, se puso delante de él llorando y le dijo: “Mi sargento, he sido yo el que ha robado la radio, ha sido un mal pensamiento, no lo he dicho antes por miedo…”
No quiero comentar la natural reacción del suboficial, el que tenga un poco de imaginación que se la figure… Tuvieron que meterle inmediatamente en el calabozo para evitar represalias de los compañeros que llevaban una semana arrestados por aquél ladronzuelo.
Debo decir que, aunque recuerdo los apellidos, tanto del sargento, como del soldado que sustrajo el aparato, no he querido darlos para evitar susceptibilidades de ellos (si todavía viven), o de sus familiares. No obstante diré que el sargento era de la Escala Complementaria, y el soldado del reemplazo; era un chico tímido e introvertido, nadie hubiese sospechado nunca de él.
Lo insólito de este hecho no es que alguien haya robado en el Ejército, eso desgraciadamente ha ocurrido muchas veces, lo extraordinario es que se le tomaran las huellas dactilares a toda una Compañía para averiguar el autor de una sustracción.
A los pocos días le pregunté al sargento si hubiese llevado realmente las huellas a la Dirección General de Seguridad, me lo confirmó, diciéndome que tenía un buen amigo que era Comisario de Policía en la Brigada de Investigación Criminal de Madrid.
Antonio (Alicante)
El hecho que le voy a relatar a los amigos de “Historias de El Pardo” podría calificarse de insólito en el Ejército, ocurrió, creo recordar, en el año 1961, y el que esto les escribe fue testigo directo.
Sucedió un día que entró de Sargento de Semana un suboficial que era soltero y, por tanto, tenía su habitación en la Residencia de Suboficiales, por entonces ubicada en el pabellón que había justo enfrente del comedor de tropa. Al entrar de semana tuvo que trasladarse al cuarto que había en la Compañía para los que prestaban ese servicio. El sargento, como he dicho era soltero, por tanto, se podía permitir algunos caprichos, por eso se llevó entre sus enseres personales un receptor de radio portátil último modelo que acababa de comprar—hay que situarse en aquella época en que, un simple transistor era un artículo de lujo—. Como sabrán los veteranos de entonces el cuarto del Sargento de Semana nunca se cerraba con llave, allí había una cama de cuerpo, una silla, un pequeño armario y una mesa escritorio. El sargento puso su flamante aparato de radio encima de la mesa y se despreocupó, él subía y bajaba en sus obligaciones y cuando llegaba a su habitación encendía su receptor para escuchar música…
Sucedió un día que entró de Sargento de Semana un suboficial que era soltero y, por tanto, tenía su habitación en la Residencia de Suboficiales, por entonces ubicada en el pabellón que había justo enfrente del comedor de tropa. Al entrar de semana tuvo que trasladarse al cuarto que había en la Compañía para los que prestaban ese servicio. El sargento, como he dicho era soltero, por tanto, se podía permitir algunos caprichos, por eso se llevó entre sus enseres personales un receptor de radio portátil último modelo que acababa de comprar—hay que situarse en aquella época en que, un simple transistor era un artículo de lujo—. Como sabrán los veteranos de entonces el cuarto del Sargento de Semana nunca se cerraba con llave, allí había una cama de cuerpo, una silla, un pequeño armario y una mesa escritorio. El sargento puso su flamante aparato de radio encima de la mesa y se despreocupó, él subía y bajaba en sus obligaciones y cuando llegaba a su habitación encendía su receptor para escuchar música…
Una noche, después de la cena, a punto de pasar lista se acercó a su cuarto y la radio había desaparecido. Al formar la Compañía para la lista de retreta, mandó firmes y hecho un basilisco dijo a voz en grito: “¡¡El cabrón que haya cogido mi radio que la ponga inmediatamente en su sitio o le va a pesar!!” Nadie respondió; lo volvió a repetir con otras palabras; tampoco obtuvo resultado alguno. Al final formó la Compañía en el patio y mandó paso ligero durante media hora, igualmente el efecto fue negativo…
Mandó que subieran de nuevo a la Compañía y los formó, después de mucho insistir para que devolviera la radio el que la había sustraído tuvo que darse por vencido. Dio parte por escrito de lo ocurrido y tomó cartas en el asunto el capitán, éste ordenó arrestar a toda la Compañía sin salir de paseo, ni siquiera los que tenían pase pernocta, hasta que apareciera el transistor.
El personal estaba muy disgustado porque tenían que pagar ellos las consecuencias de lo que había hecho un desaprensivo “chorizo”, se comentaba entre la tropa que cuando fuera descubierto el ladrón lo iban a linchar.
La cosa llegó a conocimiento del coronel que dio la orden de registrar todo minuciosamente hasta dar con el aparato y, mientras tanto, no saldría del Regimiento nadie de aquella Compañía, confirmando el arresto impuesto por el capitán.
La búsqueda fue exhaustiva, todo el mundo buscaba por todos los rincones el dichoso receptor de radio, se registraron taquillas una por una, maletas, se palpaban las colchonetas por si lo habían metido dentro… el resultado siempre era negativo. El sargento, una noche en formación dio un ultimátum: “¡Si sale ahora el que ha robado la radio le prometo que intercederé ante los superiores para que el castigo sea mínimo!”
Tampoco dio resultado alguno.
Habían pasado ya 3 ó 4 días desde que desapareció el aparato de radio, en el Regimiento no se hablaba de otra cosa. Los que conocéis el “Zarco del Valle” sabéis que los pabellones albergaban en cada planta dos Compañías, una enfrente de otra, en la que ocurrieron esos hechos la que tenía enfrente estaba deshabitada, sólo servía como almacén, alojaba colchonetas apiladas, camas desmontadas y muchos enseres viejos. El local ya había sido inspeccionado minuciosamente; pero una mañana, se me ocurrió entrar yo solo a mirar, entré hasta el cuarto de los cabos primeros, allí no había nada, estaba totalmente vacío, me pongo a observar las paredes y entrando en la habitación a la derecha existía en la parte superior de la pared una especie de hueco que servía como maletero, vi unos restregones de suela de bota sobre la pared que daba a ese sitio. Me di cuenta que allí había intentado alguien subir o bajar. Inmediatamente me salí del cuarto y me puse a buscar algo para poder acceder a ese maletero ya que estaba muy alto, encontré entre los enredos una vieja escalera de madera, sin más, la cogí y me fui hasta el sospechoso lugar, al subir vi el hueco totalmente vacio y limpio, en medio se encontraba el transistor.
Mi sorpresa y alegría me desbordó, lejos de cogerlo, me fui en busca del sargento para que lo viera él personalmente. Se encontraba en la Sala de Suboficiales, vino conmigo corriendo y con gran satisfacción cogió el aparato, pero lo agarró con un pañuelo por el asa y tocándolo lo menos posible. Me comentó: “El cabrón que ha hecho esto lo va a pagar caro…”
Efectivamente, el sargento, autorizado por la superioridad, formó la Compañía y les dio una arenga:
“La radio ha sido encontrada, está llena de huellas dactilares, quiero que sepáis que se le va a tomar las huellas a todos los componentes de esta Compañía y junto con el receptor se va a llevar a la Dirección General de Seguridad para que averigüen quién ha sido el autor del robo. Si sale ahora el que lo ha hecho será mejor para él, si espera a que realicemos todo ese proceso y es descubierto por la policía, dudo mucho que llegue a licenciarse. Le aconsejo por su bien que confiese ahora mismo”.
Tampoco dio resultado, nadie salió, se miraban unos a otros esperando que alguien diera el paso adelante, pero eso no ocurrió.
Por la tarde en la oficina de la Compañía se habilitaron dos mesas, yo mismo ocupé una, en la otra el cabo de la oficina, el sargento dio orden de que fueran pasando todos de dos en dos, en un papel tamaño octavilla se ponía el nombre del soldado, cabo o cabo 1º, después se le impregnaba el dedo pulgar de la mano derecha en un tampón de color violeta y debajo del nombre se estampaba la huella. (Hay que reconocer que aquello fue una sandez, nunca hubiesen podido identificar al autor del robo por la huella del dedo pulgar sino por la del dedo índice, que es la que figura en el DNI. Además, tampoco estaban bien tomadas, ni la tinta era la adecuada).
El caso es que, como “farol” dio resultado. A la mañana siguiente, viendo que nadie se acobardó ante la medida tomada y confesó su falta, el sargento cogió la radio y en un sobre con todas las huellas se dirigió hacia la puerta principal, iba a la parada del autobús con destino a Madrid. Entonces, justo en la escalinata que daba a la carretera, le abordó un soldado de la Compañía, se puso delante de él llorando y le dijo: “Mi sargento, he sido yo el que ha robado la radio, ha sido un mal pensamiento, no lo he dicho antes por miedo…”
No quiero comentar la natural reacción del suboficial, el que tenga un poco de imaginación que se la figure… Tuvieron que meterle inmediatamente en el calabozo para evitar represalias de los compañeros que llevaban una semana arrestados por aquél ladronzuelo.
Debo decir que, aunque recuerdo los apellidos, tanto del sargento, como del soldado que sustrajo el aparato, no he querido darlos para evitar susceptibilidades de ellos (si todavía viven), o de sus familiares. No obstante diré que el sargento era de la Escala Complementaria, y el soldado del reemplazo; era un chico tímido e introvertido, nadie hubiese sospechado nunca de él.
Lo insólito de este hecho no es que alguien haya robado en el Ejército, eso desgraciadamente ha ocurrido muchas veces, lo extraordinario es que se le tomaran las huellas dactilares a toda una Compañía para averiguar el autor de una sustracción.
A los pocos días le pregunté al sargento si hubiese llevado realmente las huellas a la Dirección General de Seguridad, me lo confirmó, diciéndome que tenía un buen amigo que era Comisario de Policía en la Brigada de Investigación Criminal de Madrid.
Antonio (Alicante)
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