Hoy, que me siento un poco nostálgico, deseo aprovechar ese estado de ánimo para relatarles a los amigos de “Historias de El Pardo” una anécdota que, si bien no tiene nada de extraordinaria, sí servirá para que alguien recuerde algo parecido y esboce una sonrisa al leerla.
Sería allá por el mes de abril del 59, el que esto escribe, recluta hasta la médula. Mi promoción de voluntariado no era muy numerosa, todos fuimos destinados a la 1ª Compañía de Radio, nuestro capitán, Sánchez, un militar muy veterano y curtido, el Brigada Secretario Arnau, un buen hombre, nuestros instructores el Sargento Cañadas (José), un almeriense muy duro, acababa de ascender después de una larga andadura como clase de tropa, el cabo 1º era Abilio, no menos duro, y los cabos Turpín y Bernabé, dos buenos muchachos que nos ayudaban en lo posible.
Estos mandos nos tuvieron durante tres meses intensos haciendo instrucción en el patio del cuartel, como descanso nos daban las clases de radio, y los aspirantes a cabo teníamos que asistir también a dichas clases. O sea, apenas teníamos tiempo para asearnos.
Un día, en clase de radio el sargento desde una mesa con un manipulador transmitía por Morse algunas letras sueltas, se escuchaba por unos altavoces y nosotros teníamos que escribirlas, cuando quería paraba y se dirigía a alguno de los reclutas, aquel día le preguntó a Félix, un chico tan buena persona que no hablaba por no ofender: “¡A ver tú, dime la última letra que he transmitido!”—le preguntó el sargento. El chaval se puso muy rojo y titubeando le dijo una que no era. El sargento le espetó: “¡Por burro, esta tarde te quedas sin paseo, te vas a la cocina y ya te dirán lo que tienes que hacer!”
El pobre Félix obedeció la orden, a la hora de paseo se dirigió hasta la cocina y se presentó al cabo 1º Pedraza, éste le vació en el suelo un saco de patatas y le dijo que cuando acabara de pelarlas todas se podía marchar a la Compañía.
El que esto les escribe, aquella tarde no salió de paseo tampoco pues era con Félix con el que solía salir algunos días. A las nueve de la noche, viendo que mi compañero no salía de la cocina me adentré con mucha cautela y vi al pobre chico sentado sobre otro saco de patatas y aún le quedaban delante por mondar un montón. Le dije: “Félix, ¿te queda mucho para acabar?” Respondiéndome: “Me ha dicho el primero que cuando termine de pelar éstas que tengo aquí me puedo ir”. Yo calculé que él solo tardaría mucho y ya se hacía tarde, entonces me senté a su lado y sacando mi navaja que compré en la estación de Albacete le solté: “Entre los dos acabaremos antes”.
Nos pusimos ambos a toda prisa para acabar con aquél montón de patatas; pero el cabo 1º Pedraza se percató y se vino hacia nosotros con una sonrisita de conejo: “¡Hombre, así me gusta, que cunda el compañerismo!” Se dirigió hacia otro saco de patatas, le quitó la cuerda que lo cerraba, y con sus enormes manazas lo agarró, lo puso boca abajo y lo vació en el suelo junto a las otras. “¡Ale, ahí tenéis, cuando las peléis todas os marcháis a dormir!”
Nos dieron la una y media de la madrugada a los dos mondando aquellos odiosos tubérculos, los dedos los teníamos ya entumecidos y el montón parecía no menguar; creíamos que íbamos a estar toda la noche allí, pero el primero, en un gesto de misericordia sin precedentes en él, se vino para nosotros y nos dijo con voz amable: “Ya está bien muchachos, iros a dormir”.
Me di cuenta que a veces no siempre es bueno tener gestos de compañerismo y solidaridad, queriendo en mi caso ayudar, perjudiqué inconscientemente a Félix que, de no ser por mi intervención, abría terminado antes con aquellas patatas.
Antonio (Alicante)
Hola: más de una vez me tocó, de recluta, pelar patatas en la cocina. Y no por arresto, simplemente por ser recluta. Muchas veces, después de la lista de retreta, el sargento de semana decía: “toda esta fila a la cocina”. Ya sabíamos para qué era. Ir a pelar montones de patatas. Encima, nos suministraban unos cuchillos que no cortaban nada, sin afilar, y nos tirábamos hasta las tantas de la madrugada, muertos de sueño, hasta que el cabo 1º encargado, se compadecía de nosotros y nos ordenaba regresar a la compañía para ir a dormir. ¡Que recuerdos me ha devuelto tu relato, amigo Antonio!
ResponderEliminarUn abrazo.
Pues yo lamento tener que deciros que en mi época (1986) por suerte para nosotros había una máquina que pelaba las papas (patatas para los de la Península).
ResponderEliminarAsí que de ese trabajo nos libramos, otra cosa era fregar las Ollas y calderos, sobre todo una enorme que había en el centro de la cocina.
Amigos Julio y Rafael, las patatas había que pelarlas de una menera o de otra, en mi época era por arresto casi siempre, nunca faltaba gente en la cocina ya que los castigos caían por cualquier cosa. En la época de Julio se ve que ya no se molestaban en arrestar para ese cometido, los mandaban sin más. En la de Rafael ya había máquinas, ¡¡uff qué alivio!!
ResponderEliminarPoco a poco os iré contando pequeñas anécdotas del estilo de ésta.
Saludos.
Antonio (Alicante)
Pues es una historia bastante bonita,( claro que yo siempre le veré el lado más dulce, ) aunque terminará pelando patatas, al final ser compañero si beneficia, terminaste a su lado pelando patatas.
ResponderEliminar¿Compañero o amigo? Afortunadamente esto ha cambiado ¿no?
Besos de susurros
Yo tambien hice el servicio militar en Ingenieros, concretamente en el Rgto 8 con desdino en Melilla.
ResponderEliminarPero antes los tres meses de instruccion en Viator (Almeria). Aqui precisamente me tire todo el dia pelñando cebollas, no por arresto, solo por destino.
Siempre sa ha comentado que en la mili se pelan patatas, en mi caso fueron cebollas y todo el dia.