José R. Manuel Sabaté y Francisco Acebes del Río
Desde la distancia, tanto de los años transcurridos y de la edad que nos acompaña como de la todavía existente retentiva de la que gracias a Dios podemos abrigar en nuestra mente, hemos decidido embarcarnos en un nuevo intento de información y glosa, dedicado a los ocho meses que, formando parte de la Compañía Expedicionaria de Radio del Regimiento de Transmisiones de El Pardo, vivimos en el Sahara español, durante el conflicto bélico -entonces denominado de Ifni-Sahara- en 1957-58.
Un episodio cruel que afectó a una buena parte de los mozos españoles de aquellas quintas. Un episodio, realmente casi sin nombre, no calificado y en principio poco conocido por su escasa difusión, que se bautizó años después como la última guerra de España, la guerra olvidada, la guerra del olvido, etc. ¿Y quién se acuerda todavía hoy? Aunque, naturalmente, su silencio no fue total porque fueron aquellos meses una pesadilla también para muchas familias -siendo ya la mayoría ausentes- que desde la lejanía lloraron y nos apoyaron a todos hasta que regresamos. Pero otras lágrimas de llanto se han eternizado en recuerdo de los que perdieron su vida lejos de su hogar.
El hecho de intentar este nuevo relato, no es ni mucho menos el pretender ofrecer “más de lo mismo” en relación a nuestro anterior “1957-1958. Crónica a corazón abierto” publicado en este blog hace más de tres años. Desde luego, no es nuestra intención. Ahora lo que deseamos es profundizar en temas más descriptivos en cuanto a paisajes, hechos, fechas, situaciones, ambiente, clima, compañerismo, condiciones de vida, etc. Una particular visión con objetividad y, claro está, hasta donde alcancen los recuerdos. Y es posible que entre nuestras opiniones haya divergencias – que no rehusaremos- teniendo en cuenta los particulares puntos de vista y sensibilidad. Todo ello nos obliga a asumir que nada puede quedar “petrificado” de cara los lectores, ni como ideas ni mucho menos como historia; en cualquier caso sólo sensaciones de nuestra memoria.
Tal vez exista un punto a nuestro favor y es el hecho de que al llegar la Compañía Expedicionaria al Sáhara, sus componentes se dividieron, por motivos de estrategia militar, en tres zonas: Villabens al Norte, Villa Cisneros al Sur y El Aaiún en el centro. Ello obliga a suponer que nuestra amplitud es limitada al no poder abarcar más territorio ni más detalles.
Por otra parte, expondremos exclusivamente nuestra visión personal, pero damos fe que se ajustará a la verdad. Constatamos además que, salvo viajar juntos con toda la expedición hasta el desembarco en la playa de Sidi Atzman, compartimos vida cuartelera (en un almacén) sólo diez días, pese a depender ambos de El Aaiún. A partir de entonces nuestros destinos ya no coincidieron más hasta nuestro regreso.
Debemos hacer algunas consideraciones: existen muchas versiones sobre la campaña Ifni-Sahara 57-58, pues han sido editados libros, artículos de prensa, etc. de autores mayoritariamente militares, expertos e historiadores, como también de periodistas. Sólo algunos de ellos participaron en el conflicto, pero, en general, no vivieron lo escrito y narrado por ellos. Los militares, por su condición, se valieron del acceso a la documentación de la época y los historiadores, estudiosos y periodistas han recopilado un poco de todos y recogido vivencias de soldados excombatientes... Pero se puede afirmar que las mejores fuentes se han extraído precisamente de las asociaciones de soldados veteranos que existen en toda España. De ahí han surgido las auténticas hazañas de una juventud y sus mandos de aquellos años, descubiertas y dadas a conocer muchos años después. Demasiados años para que la sociedad española haya patentizado y sellado un evento triste y, a la vez glorioso, que pertenece a la historia con la denominación de “una guerra olvidada”. Sólo, y todavía hoy, se nos ofrecen “memorias” a través de secuencias cinematográficas de la visita de varios artistas y cómicos a Ifni, en las navidades del 57.
Quisiéramos insistir ahora que esta aportación no tiene más interés que exponer unas experiencias y situaciones personales, eso sí, al amparo del recuerdo con los compañeros de nuestra expedición y de otros con quienes compartimos jornadas tensas de servicio y deber, inmersos en una cruenta guerra colonial. El presente relato no se ajusta a patrones métricos editoriales ni tampoco a lo novelesco, es simplemente un reflejo de lo que ha retenido la retina y la memoria. Por todo ello, desde aquí brindamos la oportunidad e invitamos a cuantos posibles lectores se vean contagiados con nuestro intento. ¿Podríamos también tener la agradable sorpresa de leer y/o de confirmar vivencias parecidas de algún compañero que estuvo allí? El gozo sería completo.
La llegada
Acebes: La última singladura del viaje en el barco Ciudad de Oviedo el 12 de noviembre de 1957 estuvo a punto de retrasarse y hacerse sin mí. Tras haber recorrido con otros compañeros el casco histórico de Las Palmas, entonces una ciudad apacible y tranquila, paseado por la playa de Las Canteras y refrescarnos en algún bar, regresamos al cuartel que había sido nuestro alojamiento habitual durante nuestra corta estancia y, después de comer, nos trasladamos al puerto de la Luz. En un momento dado, mientras aguardábamos a los compañeros retrasados, se me ocurrió subir a bordo para –me imagino- recoger alguna cosa que ahora no recuerdo. El barco estaba totalmente a oscuras; caminé por la cubierta buscando la escalera de acceso a las bodegas donde dormíamos y tenía mis pertrechos. Unos pasos más allá, sin saber por qué, me detuve. Con la vista algo más acostumbrada a la oscuridad vi que, en nuestra ausencia, habían abierto las planchas de carga de la cubierta y me encontraba a escasos dos metros de haberme precipitado al fondo del buque… Nunca he creído en malos augurios, pero aquello me dejó todavía peor cuerpo del que tenía tras tres días de intenso mareo. Zarpó el barco con toda la compañía excepto un teniente, tres suboficiales y 21 de tropa que tomaron rumbo hacia Villa Cisneros. Navegamos esa noche las 123 millas náuticas que nos separaban de nuestro desconocido destino, que resultó ser El Aaiún.
Sabaté: ¿Quién lo iba a decir? Hacia sólo 9 días que estábamos tan tranquilos en el cuartel –y paseos habituales en Madrid-. Y todavía algunos recordábamos nuestra participación en servicio de cubrir carrera en la calle Princesa, ante la presencia y recorrido oficial del Presidente de Líbano, Camille Chamoun, en su visita a España. Cuando de pronto, nos encontramos anclados a una milla de las playas del Sáhara, tras un crucero que desbarató nuestra inicial aventura-sorpresa veinteañera. ¡Vaya contraste! Apostados todos en la borda, pudimos comprobar un horizonte nunca visto, siendo desde luego y a simple vista de un color amarillento (del mismo color que el denominado Río de Oro que figuraba en los mapas de nuestra época escolar). La observación era tensa, como queriendo avistar todavía más de lo que nos ofrecía aquel decorado africano. Y así todo el día, mientras el Ciudad de Oviedo se mecía bruscamente por la marejada cambiando de posición. Vino la noche y nos dormimos cada cual con sus particulares reflexiones e inciertas jornadas futuras que nos aguardaban.
Acebes. Me desperté con el barco anclado frente al fondeadero de la playa de Sidi Atzman (vía de acceso a El Aaiún) a la espera de que mejoraran las condiciones del mar para poder desembarcar. No pudo ser ese día, así que nos quedamos tratando de adivinar qué serían aquellas modestas construcciones en la playa que veíamos cercanas. Recuerdo que todavía vomité por última vez mientras tomaba el sol en cubierta y pensaba en qué nos depararía el nuevo destino.
Sabaté. Amaneció el día 14. El Atlántico parecía un poco más calmado en la zona. Nuestras ansias era desembarcar y pisar tierra firme, pero otro ajetreo nos aguardaba. Mi primera acción, tras el agitado desembarco, fue la de tumbarme en aquellas arenas mientras contemplaba la constante llegada del resto de los compañeros saliendo de la barcaza efectuando variedad de malabarismos... Recuerdo que transitaban unos nativos muy morenos –a modo de mozos de cuerda- ocupándose de recibir a los oficiales y suboficiales, a quienes, cargándolos a sus espaldas, situaban alejados de las aguas en la misma playa. Luego lo hicieron con la impedimenta. La operación de descarga de toda nuestra expedición se prolongó unas horas, tiempo suficiente para otear ese enclave “portuario”. Mientras tanto, nos dedicamos a curiosear por la playa: un edificio a modo de fortín era la posición y guarnición de soldados del III Tabor que la protegían. A su alrededor, en un perímetro estratégico, podían apreciarse puestos de defensa.
Terminado el desembarco, hacia las 13:00 horas se organizó un convoy con varios camiones Ford K en los que distribuyeron personal y material diverso de la compañía. Fue un viaje incómodo hasta El Aaiún, por una pista, 30 kms era la distancia desde la playa, que discurría forzosamente entre una engorrosa zona de dunas.
Acebes. A poco de dejar la playa comenzamos a ver las primeras dunas que bordeaban la pista. Me impresionaron su altura, su belleza, su extensión y las formas caprichosas que tomaban. El viaje fue incómodo pues los camiones se veían obligados a reducir la velocidad para evitar que se atascasen las ruedas en la arena. Finalmente, avistamos El Aaiún, donde nos alojaron provisionalmente en un gran almacén del casco antiguo. Tendimos en el suelo de tierra apelmazada los jergones con la escasa paja –nunca he sabido por qué no había provisión suficiente en el cuartel de Las Palmas que nos la suministró- y nos dispusimos a mal dormir: la paja se escurría dentro del jergón con cada movimiento y se sentía en los huesos la rugosidad del suelo.
El Aaiún
Sabaté: No sabría cómo explicar esta nueva etapa de mi Servicio Militar. En principio representaba una nueva situación, un destino inesperado, una incógnita castrense sin motivos aparentes de este traslado, buen clima, mucho sol y paisajes nuevos y por descubrir. Yo pensaba, esta es la vida colonial en África, y no pensaba en nada más, excepto en mi familia y amigos a quienes me apresuré en mandarles noticias mías. Pero el primer día se iniciaron las actividades. Una de las tareas resultó ser acondicionar los vehículos que nos asignaron, especialmente los jeeps portadores de las emisoras de radio MK-2 y otros vehículos de transporte. Pidieron a uno que supiera dibujar mapas: me llamaron a mí. Dibujé al menos una docena de mapas del territorio, a escala de “ojo de buen cubero”. Posteriormente, se trataba de pintar en el parabrisas de los vehículos el castillo de Ingenieros con leyenda de “Rgto. de Transmisiones”. No me resultó difícil dada mi afición al dibujo. Al mismo tiempo se fueron asignando los vehículos-emisora, sin olvidar los diferentes servicios cuarteleros.
El domingo día 17 asistí a mi primera misa en África en el Cuartel de Regulares. Por la tarde, a lavar la ropa y descubrir los rincones de El Aaiún. Aunque parezca sorprendente, existía un lugar entrañable, un pequeño palmeral y vegetación, lugar de “peregrinación”, que era donde brotaba el agua potable. Y, de entre las curiosidades, no olvido un enorme y simpático avestruz, “muy a sus anchas” y libre, deambulando todo el día. Nadie le molestaba y él tampoco debido a la generosidad que, quién más quién menos le ofrecía a su insaciable pico. Y otro punto venerado: la Estafeta de Correos 340. Y más venerado todavía: la iglesia, singular edificio de arquitectura asimilada a este territorio.
Corrieron rumores sobre traslados que no se materializaron y el día 21 abandonamos el almacén y nos trasladamos a una parcela del mismo El Aaiún, aportando todos nosotros las tareas de allanar y acondicionar el terreno donde montamos las tiendas de campaña. Ese fue nuestro cuartel africano.
Acebes. El traslado fue bienvenido porque la cubierta cónica de lona embreada de las tiendas y la falta de ventilación las hacía totalmente inadecuadas para el calor del desierto. Menos mal para mí que la oficina, el taller de mecánica y el de radio y telefonía quedaron alojados en una de las acogedoras casas típicas, encaladas, de una planta y bóveda hemiesférica, suelo de baldosín y puertas y ventanas de madera pintadas al aceite. Finalizado el traslado, dejamos sin pena el almacén. Luego descubrimos que gozábamos de unas magníficas vistas sobre el cauce, que estábamos muy cerca de la ribera y que, frente a la casa, teníamos un pozo de agua de unos dos metros y medio de profundidad, con brocal de piedra.
En cuanto pudimos, salimos a recorrer El Aaíún. Resultó ser un pequeño pueblo asentado en un oasis a lo largo de la margen izquierda de un cauce seco, sorprendentemente ancho, Saguía el Hamra (el Rio Rojo). Debía hacer muchos meses desde las últimas lluvias pues el cauce estaba totalmente cuarteado, podían hundirse las manos hasta más allá del codo entre las grietas del barro seco. Al frente, en la margen derecha, se divisaban cadenas de dunas. Las riberas estaban cubiertas de vegetación, especialmente cañas y palmerales de escasa densidad. La mayor atracción era un modesto campo de aterrizaje (al que llamaban aeropuerto), ubicado en una terraza elevada a las afueras del pueblo. Era una simple pista de tierra, pero constituía el vínculo que nos unía a nuestras familias a través del correo que nos traía un viejo avión Junkers desde Las Palmas. Además, la perspectiva desde el aeropuerto era magnífica y se dominaba todo el poblado de casas blancas, casi todas de una planta, con sus cúpulas abovedadas. También algunos edificios principales de instituciones de gobierno con dos plantas, palmeras y pequeñas zonas ajardinadas, el hospital y una airosa iglesia blanca, frente a una gran plaza (creo que la plaza de África), el edificio colonial de Regulares (mayoritariamente nativos), el depósito de agua de 20 metros de altura, el molino de viento que lo abastecía y los acuartelamientos de las banderas de la Legión.
(Aunque existió un pequeño asentamiento indígena desde 1928, la presencia española en El Aaiún era relativamente reciente. Tras el informe positivo del capitán Antonio de Oro Pulido de septiembre de 1934 se recomendó una política de ocupación efectiva mediante la creación de destacamentos militares en el territorio. El primer puesto militar fijo se estableció en 1938 y se desarrolló con rapidez: almacenes al por mayor, escuelas, viviendas y una creciente sedentarización de la población saharaui, de tal modo que en 1946 El Aaiún contaba con una población de 2.135 habitantes nativos y 119 europeos, principalmente obreros y pequeños comerciantes canarios).
Sabaté. Las instalaciones del aeropuerto, se limitaban a una incipiente torre de control, pistas de tierra señalizadas con piedras blancas y pocos hangares en los que, soldados de reemplazo y voluntarios encuadrados en fuerzas del Ejército del Aire atendían los servicios correspondientes. Y lo que son las casualidades, al paso de nuestro convoy pude distinguir y saludar a un amigo paisano manresano destinado precisamente allí. ¡El mundo es un pañuelo!
Pronto empezamos a observar movimientos tanto de llegadas de nuevos cuerpos expedicionarios como de material. Incluso un constante vuelo de aviones del Ejército. Y algún otro vuelo, porque el día 24 nos asombramos al observar en el horizonte como una oscura y espesa nube procedente de la zona de las dunas cambiaba de repente a su tonalidad natural: era el volar masivo de langostas que en pocos minutos invadieron el ambiente y se posaron en edificios, vehículos y suelo en vertiginosos movimientos, obligándonos a cubrirnos la cara y protegernos donde pudimos. A pesar de todo, resultó ser una curiosidad de las muchas que ofrece el desierto. Esta fue la primera “plaga” que vino a sumarse a nuestros temores y desconcierto. Otras “plagas”, y no precisamente de langostas se sucederían, pero resultamos ser nosotros los testigos y protagonistas.
(Y con perspectiva retroactiva, porque forma parte del presente relato, debo añadir las siguientes consideraciones: las hostilidades de las bandas del Ejército de Liberación Nacional (?), que desde hace tiempo ya actuaban en Ifni, lo hicieron también inicialmente en puntos de la zona próxima a El Aaiún, y con una acción más intensa el día 25 de noviembre, atacando la posición de la playa, precisamente diez días después de nuestro desembarco en aquel enclave. Es cuando la memoria nos hace encoger el alma pensando en la triste posibilidad de que nuestra llegada hubiese sido sorprendida, tanto en la misma playa como en el trayecto y especialmente en la zona de las dunas, ideales para emboscadas (como en próximos relatos describiremos). Sea por la razón que sea, no hubo ningún apoyo logístico ni por tierra ni por mar, aunque nuestra Compañía Expedicionaria era exclusivamente de un cuerpo de servicios, ignorante de prácticas bélicas y sin equipamiento adecuado. Han sido y fueron muchos estos razonamientos expresados con pesar por observadores y periodistas, incluso por distinguidos jefes de rango y prestigio, quienes siempre destacaron que sólo el valor y sacrificio de oficiales, suboficiales y soldados permitió en última instancia enderezar una situación que se había complicado por la despreocupación e indiferencia de aquellos a quienes correspondía velar por la potenciación y fortalecimiento del Ejército. Frases estas últimas que recuerdo del historiador Alfredo Bosque Coma, de su artículo publicado en Historia 16, con el título “Ifni-Sahara: una guerra de pobres”).
Acebes. La población de El Aaiún estaba compuesta mayoritariamente por personal militar español, aunque debía haber una notable población nativa, mucho menos visible a causa de sus costumbres. Los hombres vestían la clásica chilaba y el turbante y las mujeres llevaban túnicas largas de colores sobrios, predominantemente negros y rojos. Todos calzaban sandalias. Tengo entendido que la mayor parte de la población de la zona pertenecía a las tribus erguibat e izarguien, aunque se veía a bastantes mujeres tuareg, de rasgos diferentes y color más oscuro. La presencia infantil en las calles era casi inexistente; me imagino que deambularían por el frig, la zona de tiendas de campaña de pieles de camellos (jaimas) al oeste del poblado donde residía la casi totalidad de los saharauis
La vida diaria fue tomando su curso de rutina. El trabajo de la oficina era pesado pues un poco antes de salir para el Sáhara se habían incorporado al regimiento unos diez conductores con sus vehículos, pero como cada uno procedía de una unidad diferente había que hacer para cada unidad de procedencia el mismo papeleo que para el Regimiento de El Pardo.
Para mi sorpresa, el clima –en noviembre- era bastante benigno y difícil de asociar con las imágenes del desierto que había visto en las películas. La temperatura diurna debía oscilar entre los 12º y los 24º; las noches eran bastante más frescas pero me bastaba la única manta cuartelera de la que disponía, aunque creo recordar que dormíamos semivestidos.
Sabaté: El día 25 pasamos unas horas nocturnas de incertidumbre y “ojo avizor”, totalmente a oscuras y cuerpo a tierra, con el mosquetón cargado, sin conocer lo que realmente sucedía en la playa.
Acebes: Recuerdo perfectamente que mientras estaba tendido en la arena con el mosquetón cargado viendo las luces distantes de los posibles atacantes pensaba en qué diablos pintaba yo allí si en todo el periodo de instrucción sólo había disparado diez tiros con mi viejo mosquetón de instrucción en el túnel de tiro y no me veía con arrestos para disparar a nadie y mucho menos para ensartarlo con la bayoneta.
Sabaté: De madrugada, al alba, se organizó una numerosa columna de auxilio de varios vehículos compuesta por un contingente de la XIII Bandera de la Legión. Como agregados de trasmisiones –esta era nuestra misión- nos destinaron a dicho convoy tres jeeps con emisoras MKII cubriendo tres posiciones de vanguardia, de retaguardia y centro de dicha columna. Yo, como cabo, y el soldado Francisco Fernández, cariñosamente conocido como “el abuelo”, éramos los componentes de esta estación móvil, al mando del sargento Fermín Pueyo. No puedo acordarme de quiénes eran los servidores de las otras dos. El trayecto hasta la playa se hizo eterno y en una constante intercomunicación, a la vez formábamos malla con la central de El Aaiún, resultando un viaje, por qué no decirlo, de miedo, especialmente al transcurrir por la zona de dunas.
La playa (Sidi Atzman)
Sabaté: Llegamos a la playa con el día amanecido, todo parecía en calma, pero un puñado de hombres del Tabor III de Regulares, aguardaban de pie empuñando sus armas, serenos pero con mirada de cansancio. Eran los componentes de esta pequeña guarnición al mando de un sargento –creo que se apellidaba Cid- ya venerable y curtido; eran los soldados vigilantes de este enclave que también incluía una estación de radio de la Red Permanente atendida por un cabo y un soldado. Inmediatamente fue organizada la distribución de los efectivos arribados, atendiendo primero a heridos entre los defensores. Observé todo lo más inmediato, a modo de secuencias que quedaron grabadas en mi retina: vestigios después del asalto sufrido, fragmentos esparcidos de trapos ensangrentados, cápsulas, olor a pólvora, la tierra removida y armas abandonadas de variada procedencia… Recuerdo un tipo de fusil con la inscripción Saint-Étienne; también maniatados varios prisioneros nativos con aspecto desarrapado, mugrientos, flacos, con mirada triste de derrota y de venganza. Un escenario de dolor y de guerra, con un primer acto como preludio de un “argumento” desconocido aun siendo protagonistas. En el edificio-almacén, a modo de fortín a pocos metros de la playa, y adosado (no comunicado), se había construido un pequeño local de no más de 12 m2, con una puerta de acceso cara al Este y una ventana. Ahí se albergaba la estación de Radio, con lo justo, una mesa y dos camastros. A su alrededor, y en un perímetro estratégico, podían apreciarse puestos de defensa.
En pocas horas, la presencia legionaria organizó su logística y asentamiento, en calidad de nuevo destacamento al mando de un capitán, relevando a los anteriores defensores. También las órdenes de hacernos cargo de la emisora; allí nos quedamos el Sargento Pueyo, F. Fernández y yo, quedando relevada la Red Permanente. Desde ese momento podemos asegurar que fuimos nosotros los primeros destacados en un puesto perteneciente a la Compañía Expedicionaria de Radio del Regimiento y a la vez en contacto con el enemigo. Una de las medidas tomadas por el mando fue abrir un boquete en la pared lateral para anexionar el espacio con la estación de Radio y eliminar la puerta de acceso anterior. Y así comenzó el servicio, y así pasamos la primera noche. Se avecinaban días aciagos. La cabeza de playa de Sidi Atzman entraría en la leyenda. En el mástil ondeaba una bandera española, deshilachada y descolorida, pero era un referente.
La noche del 26, nuestra primera noche en el puesto de la playa de El Aaiún, los tres componentes de la unidad móvil nos convertimos en los nuevos inquilinos de la estación de Radio, con enlaces a intervalos frecuentes, lo cual, tanto al Sargento Pueyo como a mí, nos privó de echar algunas cabezadas, claro que tampoco el ambiente era propicio. Así transcurrieron otros dos días sin novedad y con comunicaciones las 24 horas. A decir verdad, existía una calma aparente, allí, frente al Atlántico, solos, soleados, viendo de qué forma aquellos hombres de la Legión organizaban las mejores estrategias de defensa y abrigo. Y con la Legión comíamos bien. Y con la Legión nos encontrábamos muy seguros y protegidos. Fuimos adecuando la estancia lo mejor que pudimos para la mejor situación de la emisora y facilitar nuestro trabajo, una mesa como escritorio y un par de colchonetas. De noche, a la luz de las velas.
No duró la calma puesto que, antes de la hora del reparto de la cena, el ambiente de la posición se enturbió por los disparos de alarma que efectuaron los centinelas avanzados, motivo por el cual cada uno ocupó su puesto ante un ataque. Hubo tensión ya que a partir de entonces se registraron disparos esporádicos; nuestra estación se mantuvo en constante contacto con El Aaiún. Aproximadamente a media noche pudimos ver asombrados como un barco en alta mar iluminaba toda la zona. Pronto nos comunicaron que era la corbeta de la Armada, Descubierta, cuyas órdenes recibió desde El Aaiún. Los potente haces de luz efectuaron pasadas hasta la madrugada dando por finalizado el estado de alerta. Y desde este preciso momento nuestros enlaces fueron ya simultáneos tanto con El Aaiún como con la Marina de aquella costa.
A primera hora de la mañana del día 30 nos comunicaron que un convoy de abastecimiento y apoyo procedente de El Aaiún estaba en ruta hacia el puesto de la playa. Arribó el convoy portador de material, intendencia, correo y compañeros con la efectiva escolta de componentes de de una compañía de la XIII Bandera de la Legión, al mando de su capitán Don Venerando Pérez Guerra, como también tres unidades móviles de Radio de nuestra Compañía Expedicionaria. Sólo acierto a recordar a mis buenos amigos: el cabo Andrés Pérez Rangel y el soldado Manuel Correa Montero. Con el convoy llegó el cabo 1º Matías Pulido como refuerzo para nuestra emisora. Tras las operaciones de descarga y recogida de la correspondencia, a primeras horas de la tarde, el convoy inició su regreso a El Aaiún.
Acebes: El 30 de noviembre hacia las 11:00 horas oí por radio una llamada de socorro de un convoy de abastecimiento procedente de la playa de El Aaiún que había sido atacado en una zona de dunas a unos 10 kilómetros del poblado. La radio no respondió a mis llamadas pero por el micrófono abierto se oía el tableteo de las ametralladoras. Sobrecogido, me mostré voluntario, quizás por aturdimiento, para salir con el coche de radio de la expedición de socorro que se organizó inmediatamente después. Al llegar a las dunas, la expedición avanzó lentamente. Con un coraje admirable, los legionarios remontaban las dunas a pié, delante de los coches, exponiéndose a ser alcanzados por rebeldes emboscados detrás de cada duna a ambos lados de la pista. Cuando llegamos al lugar del ataque no quedaba nadie. Luego supimos que los rebeldes se habían retirado tras causar tres heridos que habían sido evacuados a la playa.
Sabaté: Por el continuo enlace que manteníamos con el convoy que regresaba a El Aaiún vivimos el ataque por sus desgarradores sonidos y frases entrecortadas de los servidores de las emisoras móviles. Eran nuestros compañeros, los únicos que conocíamos como componentes del convoy atacado; eran los que informaban y solicitaban auxilio. La posición de la playa se mantuvo expectante manteniendo el puesto, pero a la vez con ansia y temor ante la llegada desesperada de quienes sufrían la brutal situación y poder conocer las consecuencias. Ofrecer nuestro aliento, nuestra ayuda y abrazar a todos. No debo ocultar que fueron muchas mis sensaciones pues confieso que yo no estaba preparado para esas realidades. Y fueron mis principales armas la oración y el deber. Seguro que también las mismas de todos.
El principal cobijo y amparo para la maltrecha expedición del convoy fue sin duda el almacén y estación de Radio del puesto de la playa. Allí se atendieron a los heridos leves y a los más graves, allí se cursaron órdenes, allí los legionarios rindieron una oración y cánticos a un compañero muerto, envuelto en una manta. Nuestro servicio fue incesante entre El Aaiún y la corbeta Descubierta, que iluminó la zona y en pocas horas procedió a diferentes tareas para recoger y evacuar los heridos hasta Las Palmas. El resto del convoy pernoctó en esta posición de playa. Así finalizó el día de San Andrés, una fecha que recordaré con pesar por todas las escenas de dolor vividas. Y recordaré también la gran calidad humana. No voy ahora a plasmar los detalles, me remito con respeto a la narrativa alusiva publicada en este blog por sus autores, los comandantes Parra y Pulido (componentes de la Compañía Expedicionaria de Radio, entonces como cabos 1º) en sus artículos de fechas 25 de febrero de 2008 y 22 de febrero de 2008 respectivamente. Asimismo, en mi crónica también publicada con fecha 20 de noviembre de 2008 “30 Noviembre, San Andrés” y más referencias en el artículo que compartimos “1957-58. Crónica a corazón abierto” el 2 de mayo de 2009. En todos estos artículos ya quedaron bien reflejados los detalles de las hostilidades y sus nombres, que quedarán para siempre en la memoria.
A la mañana siguiente, día 1 de diciembre, a las 10,30 horas despedimos al convoy atacado, que regresó a El Aaiún sin novedad.
Acebes: Vivimos con la natural zozobra los incidentes del 25 y el 30 de noviembre pero, como cada tiempo tiene su afán, yo andaba por entonces más preocupado porque mis padres me habían informado de una oferta de trabajo por parte de las Naciones Unidas. Había pasado las pruebas técnicas en septiembre en Madrid y esperaba que me llamaran después de haberme licenciado. Sin embargo, a raíz de la crisis del Canal de Suez, me convocaron en diciembre para una prueba de idiomas y me informaban que, en caso de aprobarla, me ofrecían un puesto de oficial de Radio en Oriente Próximo. Con profunda tristeza y mis ilusiones rotas pedí a mis padres que informaran en el Ministerio de Asuntos Exteriores de mi interés, así como de la imposibilidad de concurrir a prueba alguna debido a mi destino en El Aaiún.
Sabaté: A partir del 1 de diciembre fecha pudimos evidenciar que el modesto enclave de la costa atlántica iba a representar la principal puerta de entrada marítima al A.O.E. En realidad, fue de inmediato un asentamiento militar y puerto. Y resultó ser así, con la denominación de Cabeza de playa de El Aaiún, pese a las dificultades de carecer de embarcadero, espigón natural o artificial; simplemente, una zona ancha de varadero sorteando puntos rocosos. Nuestra tarea con las comunicaciones con El Aaiún y la Armada se multiplicaron. Este mismo día, por la tarde, tuvo lugar el desembarco de 360 hombres de Infantería, un espectáculo impresionante pero nada complaciente ver soldados de reemplazo pisando este territorio y con indumentaria inadecuada -como nosotros-. Pasaron la noche en la misma playa entre toda su impedimenta. Antes de medianoche surgió una imprevista situación de alarma, al final sin consecuencias. A la mañana siguiente nos fue anunciado un nuevo convoy –siempre en clave cifrada- llegando sin novedad. Una nueva compañía de la Legión de la XIII Bandera, al mando del capitán Belmonte, vino a relevar a la que llegó con nosotros el pasado día 26. Les acompañaba el cabo 1º Mayoralas (+) destinado a la emisora de Playa. ¡Ya somos cuatro radios! El convoy retornó a El Aaiún transportando parte del contingente y material desembarcado. Debido al mal estado de la mar por la mañana, más hombres de Infantería desembarcaron por la tarde, pernoctando en la playa. Los días sucesivos tuvimos mal estado de la mar e hizo acto de presencia el siroco, un viento acompañado de arena que golpea la cara como perdigones e impide la visibilidad, motivos por los cuales se cancelaron las tareas de desembarco y la llegada de otro convoy. En alta mar permanecieron cuatro navíos de la Armada y el Ciudad de Oviedo. Estuve ocho días sin afeitarme ni lavarme y trabajando en la estación con un alumbrado de petróleo.
Sabaté: Mejoró el tiempo y presenciamos el desembarco del resto de personal y material del Ciudad de Oviedo, aunque quedó todo retenido en la playa a la espera de convoy. A media mañana, dos aviones cazas franceses efectuaron varias pasadas por la zona, al tiempo que se producían el nuevo desembarco de otro contingente, operaciones de enlace que fueron dirigidas desde nuestra estación de radio que no cesaba. El “abuelo”, nuestro compañero de mantenimiento, procuraba mantener las baterías a punto, efectuando las continuas recargas con dos motores –generadores Rex con los inconvenientes frecuentes de la “perla” de las bujías. La labor de los legionarios de la XIII Bandera se hizo evidente poco a poco ya que el paisaje fue adquiriendo unas características de asiento consolidado, tanto en la distribución de servicios como en la defensa de todo el perímetro del puesto. Incluso el habitáculo de la estación fue variando y se convirtió en “la planta noble” del edificio-almacén pues el capitán Belmonte instaló allí su puesto de mando y “la oficina del puerto”, dirigiendo todas las descargas. También fue Intendencia y lugar de descanso para escuchar (en momentos libres de enlace) alguna emisión de Radio Nacional de España. Eran esos los momentos que nos sentíamos unidos a nuestros hogares.
Acebes: El gobierno español decretó a principios de diciembre de 1957 el estado de guerra en las provincias españolas números 51 y 52 correspondientes a las nuevas provincias del África Occidental Española (así se conocían por entonces). Nuestra situación no varió mucho: continuamos con la escasez y mala calidad de comida que habíamos encontrado desde nuestra llegada pero el correo a la península se hizo gratuito. Esto, junto a una campaña de una emisora de Las Palmas, propició entre la guarnición de El Aaiún una amplia solicitud de madrinas de guerra, mayoritariamente chicas canarias, que contribuyó a desbordar la capacidad del único empleado postal pero que añadió algún aliciente a los amadrinados con sus cartas amables y hasta quizá algún giro postal o paquete de comida.
La declaración de estado de guerra soliviantó los ánimos de algunos; pocos días más tarde la escolta oficial del general Franco, conocida como guardia mora, fue apedreada en Madrid -creo recordar que en la zona de Moncloa, camino de El Pardo- y, algo más tarde, se consideró conveniente prescindir de los servicios. ¡Pobre gente!
Sabaté: Alternándonos, los servidores de la emisora logramos al fin adecentarnos un poco, incluso darnos un baño, no playero, sino de limpieza, pese a que el jabón no servía para nada con el agua salada. En un lugar un poco más separado y rocoso se instalaron letrinas, con magníficas vistas del horizonte y sorteando un itinerario de ida y vuelta entre un tramado de alambradas de laberinto. Lo malo era tener que ir de noche si la necesidad lo era, procurando dar cuenta de ello para el conocimiento de los centinelas. El día 6 tampoco pudo venir el convoy, pero, a pesar del tiempo, continuó la actividad en la playa. Para mí era también una fecha íntima, celebraba mi cumpleaños, mi mayoría de edad a los 21. Pensé en mi familia ausente, aunque en esta ocasión lo compensaron todos mis compañeros. No hubo caramelos, pero sí unas cuantas botellas de vino de Rioja (que no sé ni cómo llegaron a nuestro aposento…)
Hasta el día 8 no llegó convoy de El Aaiún. Lo esperábamos por lo que traía: material, intendencia y correspondencia. De vuelta, transportó el personal y demás impedimenta alojada en la playa. El sargento Pueyo también regresó relevado, sintiendo mucho su marcha. Y al día siguiente, un nuevo convoy, y así unos cuantos días más con el añadido de algunas noches de alarma y tiroteo, y vuelta con el siroco, y aumento de servicio con más desembarcos, y cansancio e incertidumbre. Pero las escaramuzas reales se sucedían a partir de El Aaiún y por el interior, en enclaves concretos de destacamentos.
Sabaté: Los convoyes entre El Aaiún y la playa establecieron un contacto habitual, con el itinerario cada vez mejor controlado y con mayor seguridad de defensa, favoreciendo considerablemente una actividad más ágil ante los continuos desembarcos de material, intendencia y de unidades de varias armas y servicios. En la playa, era raro la noche en que no se produjera alguna alarma y la total alerta. Recuerdo que la madrugada del día 13 (Santa Lucía) fueron avistados a unos 4 kms una manada de dromedarios con un grupo de nativos, en principio sospechosos, pero sin novedad, suponiéndose que se trataba pastoreo normal.
Ante el auge e intensidad de los trabajos de descarga que se llevaban a cabo, arribaron procedentes del crucero Canarias el teniente de navío José Díaz del Río, en calidad de Jefe de la Cabeza de playa, al mando de una sección de marinería. También se asentó en las dependencias de la emisora. Lo recuerdo por su trato exquisito con todos nosotros. Un pequeño percance ocurrió una noche mientras efectuaba sus anotaciones en un gran libro, siendo yo el protagonista, al derramarle involuntariamente la cera líquida de una gran vela que alumbraba, encima de sus apuntes. Ni una frase altisonante, ni reproche alguno hacia mí, sólo el lógico asombro y comprensión por su parte mientras esperaba a que se secara el derrame. ¡La página del libro, cómo quedó! Durante todo el tiempo que estuvimos a sus órdenes, nos complacía y nos era grato tratándole de Don José.
Las actividades diarias se convirtieron en rutina: enlaces, desembarcos, alarmas, problemas con los motores-generadores Rex, pero lo más importante fue la camaradería y apurar muchos cigarrillos. Me siento en la obligación, a modo de recuerdo, de anotar que una mañana, y en una franja de horario libre paseábamos por la playa los cabos 1º Pulido y Mayoralas, y yo. El centro de nuestra conversación era la familia: de pronto, Mayoralas dibujó en la arena el nombre de Isabel. Era el de su novia, que desgraciadamente nunca volvería a ver.
Otra anécdota sucedió una tarde en que los legionarios efectuaron unos ejercicios de tiro tras instalar un mortero en la planta del techo del almacén y, en “el fragor de la batalla”, uno de los disparos se cargó la antena de nuestra emisora. Luego todo fueron prisas, sin ninguna reprimenda…
A partir de los días 17, 18 y 19 la playa volvió a ser hostigada. En la madrugada del día 20 recibimos una nota del subgobernador diciendo que El Aaiún había sido atacado, ordenando la máxima alerta. El día 22 se divisó en la playa la luz de una bengala dirección Sur, lo que obligó al capitán del destacamento a mandar un mensaje a la fragata Ra-1 fondeada, ordenando proyectar sus reflectores hasta que apuntara el día. A las 6:30 horas envié un radio SD al subgobernador dándole el parte de sin novedad.
El día 21 el minador Neptuno desembarcó una unidad especial de zapadores anfibios del Tercio de Baleares, de la Armada. Su tarea era el reconocimiento de la playa y demoliciones de obstáculos para facilitar canales de acceso a las lanchas de desembarco. También fueron continuas las operaciones de recuperación de equipos caídos a la mar durante los transbordos y descargas. Sus componentes, hombres rana, eran unos muchachos con impresionante complexión atlética y de aspecto saludable. Su alimentación observamos que era muy especial y rica. Pude apreciar en uno de sus ágapes unos bien preparados huevos fritos, lo cual me supuso una visión de recuerdo hogareño extraordinaria. Con uno de sus componentes, Pedro Sainz, pude entablar amistad y frecuentes charlas en catalán, porque era de Barcelona.
Acebes: ¡Qué suerte, huevos fritos! Nunca probé los huevos fritos durante toda mi estancia en el Sáhara. A veces el rancho traía huevos, pero siempre cocidos. El rumor entre nosotros era que no se atrevían a hacerlos fritos porque temían que al cascarlos aparecieran semipodridos.
Sabaté: Como cabeza de playa, este enclave devendría importante, por ser el punto de desembarcos masivos de personal, material, intendencia y suministros. Pronto nos resultaron familiares las demás unidades navales que intervinieron de forma conjunta y alternativa, entre ellas: la corbeta Atrevida, la fragata Blasco Núñez de Balboa o los Ra-1 y Ra-2. Y recuerdo también a las barcazas de desembarco K-1 y K-2, los cruceros Canarias, Méndez Núñez, Galicia, Almirante Cervera y Miguel de Cervantes; los destructores José Luís Díez, Gravina, Almirante Miranda, Jorge Juan, Almirante Antequera y Churruca. No puedo recordar algunos otros navíos. Nuestras comunicaciones resultaron una experiencia inesperada pero agradable y a la vez ardua. Normalmente la comunicación la hacíamos en fonía ya que su forma de manipular en telegrafía era vertiginosa para nuestro modo.
Sabaté: Navidad. Tras días de mucho movimiento portuario y acompañados por el siroco, los convoyes entre El Aaiún y la playa se sucedieron casi a diario, lo cual nos contagiaba un nuevo aliento pues alguna que otra carta recibíamos, y también podíamos remitir las noticias a los nuestros, ahora con la felicitación navideña.
Pero nuestra tarea ocupaba la atención hora a hora, tanto de día como de noche, tráfico entre la playa-El Aaiún-buques de la Armada y otros. Pero todavía no nos podíamos sustraer a conocer lo que ocurría en el interior y el interés se centraba en aprovechar la escucha de la malla. Ello nos permitió conocer de inmediato las diferentes agresiones que sufrió El Aaiún desde los días 20 al 24, confirmadas posteriormente de forma oficial para conocimiento y alerta a los mandos de las unidades establecidas en la playa. A las 6:30 de la madrugada del día 22 cursé un radio SD al subgobernador dándole el parte de “sin novedad” por el capitán jefe del destacamento de la playa. Mientras, ese día era de ilusión para muchos en toda España, la Lotería de Navidad… El día 24 amaneció feliz para todos, las muestras de afecto brotaron espontáneamente y cada abrazo o frase de paz representaba una extensión hacia los seres queridos propios. Nadie nos privó de cursar mensajes entre compañeros de diferentes puestos y guarniciones; a los servidores de la emisora, sin embargo, el propio capitán Belmonte nos aconsejó formalidad en el abuso de la bebida y contó con nuestra seriedad y respeto para mantener el servicio de radio a sus órdenes. Hubo cena extraordinaria para todos. A medianoche, el espacio de la emisora, cual lugar sagrado, reunió al jefe del destacamento, al teniente de navío, dos sargentos, uno de Tiradores, otro de Infantería, y todos nosotros para oír y seguir desde la parroquia de Santa Bárbara la Misa del Gallo (de Angelis) y algún que otro villancico a través de Radio Nacional. Y amaneció Navidad. Y llegó convoy. Y se fue el cabo 1º Mayorales, destinado a la PM. Y continuamos el cabo 1º Pulido y yo. Y más tráfico. Y más sueño. Y pasó Navidad.
El día 28 (los Santos Inocentes) estando yo de servicio fondeó el minador Júpiter. Establecí el primer enlace y, a continuación, recibí un telegrama del Comandante Militar de la Base de Canarias comunicando la salida de la RA-1 y K-1 con destino a Sidi Atzman transportando material, munición, víveres, impedimenta, etc., arribando la madrugada del día 30. Debido al estado de la mar, a la RA-1 y K-1 les resultó imposible varar, como tampoco el día 31. Así finalizó el año, con la incertidumbre sobre el contenido de lo que debía llegar a tierra, que no parecían ser bombones precisamente. En cualquier caso, sí que algo a peor se avecinaba.
Sabaté: Enero 1958, año nuevo vida nueva… pero con lo mismo y aumentado. El día 1 resultó movido pues las barcazas desembarcaron todo el material y vehículos. A las 6 de la tarde, la RA-1 y K-1 zarpan de regreso en busca de nueva carga. Nosotros, “los playeros”, disfrutamos de comida extraordinaria.
El día 2, a la 7 de la mañana, fondea el mercante Fuerteventura portador de víveres, transportes militares y diversidad de suministro para El Aaiún. Como carga “selectiva” artículos de Navidad… Por la tarde zarpa en dirección Cabo Juby (Villabens). Casi a diario recibimos la visita del convoy y su regreso a El Aaiún con diversidad de carga; también, cada anochecer los acostumbrados sobresaltos y alertas y, por consiguiente, un tráfico en la emisora incesante. Debo recordar una escena impactante y nada agradable precisamente a primeras horas de cada noche. Esta era la escena: se presentaban en el puesto de mando ante el capitán (en la estación de Radio) un teniente y un suboficial que debían hacer el relevo de guardia de noche. Una vez que recibían instrucciones, el “santo y seña” y demás formulismos, se despojaban de sus efectos personales, anillo, cadenas-medalla, documentación etc., que eran guardados y recuperados a su regreso finalizada la guardia. Más que un inicio de servicio, a mí me daba la sensación de una despedida. Y los servidores de la emisora, también a lo nuestro. El relevo entre el cabo 1º Matías Pulido y yo resultaba sencillo; mientras que el soldado Francisco Fernández ,“el abuelo”, ya dormía plácidamente en su “rinconcito”, nosotros dos compartíamos un camastro de una plaza, de forma que salía uno y entraba el otro. Y como las noches eran frescas y nuestro cansancio no sabía de sábanas, pero sí de sueño, los referidos relevos eran dulces. Y recuerdo de madrugada la voz de Matías que me decía: Sabaté, la hora de las bártulas… Fueron servicios y relevos entrañables, y de amistad, que todavía hoy perdura.
Muchos fueron los acontecimientos vividos y observados en aquel trozo de playa: el relevo de los soldados Tiradores de Ifni, que permanecían en esta guarnición, el reconocimiento médico a que fuimos sometidos por un teniente de Sanidad Militar, durante los tres o cuatro días que soplaba el siroco con temporal de arena. Mientras, el 8 de enero, el minador Júpiter permanecía en alta mar y arribaban los mercantes Gran Tarajal y Amparo Gay, portadores del “aguinaldo” navideño procedente de la península destinado a las fuerzas del A.O.E. Entre las cajas desembarcadas, fruta procedentes de Molins de Rey (Barcelona) y naranjas de Valencia, con muchas inscripciones y dedicatorias a los soldados.
Acebes: Permíteme un inciso. Según nos habían informado nuestras familias, con la proximidad de las Navidades se había producido en la península una ola de simpatía y solidaridad hacia los soldaditos del Sáhara. Miles de personas en toda España –según informaba la prensa- habían acudido a entregar o enviar sus aportaciones, especialmente comida. Bastantes empresas se sumaron a la iniciativa. Pues bien, nunca vi suministros de ese tipo. Si llegaron, no estuvimos entre los afortunados. Tuve la suerte de que mis familiares y mis compañeros de oficina me enviaran sus paquetes directamente por correo postal, porque meses después se encontraron en los muelles de Cádiz ingentes cantidades de paquetes con comida podrida que estaban retenidos en espera de transporte al Sáhara. Una muestra más de la desidia y el olvido con que fuimos tratados.
Sabaté: El 10 de enero, un soldado de la guarnición resultó accidentalmente herido leve al disparársele el fusil a un soldado de marinería, y otro percance más afortunado en las tareas de descarga provocó la rotura de un barril de vino, claro que todo no se perdió porque nuestras “buenas mañas” supieron aprovechar unos cuantos litros a la salud de Intendencia.
El 13 de enero fue una fecha de imborrable mal recuerdo por el desastre de Edchera, el cual seguimos a través de nuestros enlaces. La pérdida de un compañero radio, el cabo 1º Pedro Fernández Mayoralas Ruíz, nos afectó muchísimo, como igualmente las numerosas bajas y heridos habidos en ese combate-emboscada.
(No voy a incidir sobre este episodio puesto que otros compañeros lo han descrito en artículos en este blog, como igualmente nosotros en el relato “1957-58. Crónica a corazón abierto”).
Sabaté: Tras el desastre de Edchera pude darme cuenta de que, si bien nuestra labor resultaba incómoda por el esfuerzo de las horas de servicio y limitado espacio, coincidimos todos en que éramos afortunados en comparación con nuestros compañeros que diariamente cumplían su cometido como agregados a columnas de todo tipo por el desierto, con altísimo riesgo y expuestos a inclemencias del territorio.
La intensidad de los trabajos de descarga, el ir y venir cotidiano de convoyes y las alarmas de noche se convirtieron en una rutina. Era evidente que el masivo desembarco de material pesado y de contingentes de varias Armas y Servicios presagiaba una determinante voluntad de dominar la contienda, y finalizarla. No obstante, con el convoy del día 16 nos llegaron los atrasados regalos de Navidad, consistentes en champan, turrón, membrillo y cigarros. El día 18 aparecieron fondeados el RA-1 y K-1, dándonos una alegría pues desembarcaron 45 compañeros procedentes del Regimiento de Transmisiones de El Pardo, al mando del teniente Landáburu y los sargentos Barriuso y Soto, como nuevos expedicionarios. Y ese mismo día recibimos un SDD cifrado del Gobernador pidiendo la máxima alerta como consecuencia de noticias confidentes de que se esperaba un ataque a esta posición. Evidentemente la explosión de una bomba pareció la confirmación; sin embargo, no hubo más novedad que la de la iluminación de la zona a cargo del buque de la Armada Vasco Núñez de Balboa. El día 20, fondeados el RA-1, K-1 y los minadores Marte y Júpiter, procedieron al desembarco de una compañía de Infantería de Marina de San Fernando-Tercio del Sur. Estaban muy bien equipados y ocuparon el sector Norte de la cabeza de playa, quedando defendido el sector Sur por la cuarta compañía de la Legión. La estancia de los sargentos Barriuso y Soto nos permitió descansar algo, al hacer cuatro turnos por las noches hasta el día 24, porque al día siguiente los nuevos expedicionarios de Transmisiones partieron para El Aaiún.
Se aproximaba el fin de nuestra estancia en la playa. El día 26 de enero aparecieron fondeados el buque Tofiño de E. M., el oceanógrafo Isla de Tenerife y un buque LSD Foudre y dos destructores franceses cuyos nombres no recuerdo, pero sí que desembarcaron 700 hombres de Infantería. Ante la necesidad de suministrar pan para todos, nos ordenan comunicarlo a El Aaiún. Al cabo de una hora apareció un avión Junkers lanzando varios sacos conteniendo chuscos suficientes. Todo un espectáculo. Y también desembarcaron el Grupo de Caballería del Regimiento Santiago nº 1, dos baterías del Grupo de Artillería del Regimiento 19, una batería de morteros de120 mm y otras unidades.
El día 29 de enero llegó el relevo de mi amigo el cabo 1º Pulido por el cabo 1º Timón, y el día 2 de febrero llegó un equipo de la Red Permanente a reconocer la estación, a modo de auditoría, un síntoma favorable de que volverían a hacerse cargo de este puesto. Efectivamente, así fue ya que el día 4 fuimos relevados todos con destino a El Aaiún. Durante el trayecto con el convoy, pude íntimamente dar un repaso a toda mi estancia en la playa. Setenta días de intensa labor; con altibajos de moral; con alegrías y desengaños por cada convoy esperando correo; con sueño, cansancio y poca limpieza; con una alimentación bastante exigua; con infinidad de trato con personas que nos permitieron aprender, valorar el compañerismo y compartir; con felicitaciones por la labor desarrollada. Los uniformes fueron allí meros atuendos. En Sidi Atzman, en resumen, comprobamos las miserias y las grandezas humanas.
Seguro que por nuestra edad, a partir de ese momento, nos motivaba comprobar “un poco de más allá” por el regreso a El Aaiún, por el nuevo contacto con compañeros y quién sabe si por participar en nuevas experiencias militares y de servicio. Nos considerábamos ya curtidos…
Villabens
Acebes: A principios de diciembre de 1957, la Compañía Expedicionaria de Radio se trasladó a Villabens. Hacía bastante fresco cuando iniciamos el viaje a una hora temprana. Llevábamos encima toda la ropa que teníamos, además de botas, leguis, correaje y cartucheras. La caravana cruzó la Saguía y tomó la pista hacia Villabens, a unos 110 kilómetros al Norte de El Aaiún. La pista corría por el interior pero paralela a la costa atlántica. El paisaje era característico de la zona: ergs (desiertos de dunas móviles) alternándose con hamadas (llanuras de suelo pedregoso de fragmentos de rocas) de escasa vegetación pero que servían de sustento a las pequeñas gacelas que aparecieron sorpresivamente. El suelo pedregoso no permitía avanzar muy rápido. A la llegada a Villabens, la oficina quedó alojada junto a la playa en un viejo almacén. No recuerdo cuál fue el alojamiento del resto de la compañía.
La ciudad era bastante más pequeña que El Aaiún y carecía del encanto de las casas abovedadas. Las calles eran de tierra apelmazada. La única construcción interesante era el antiguo fuerte cercano a la playa. Había algunas edificaciones de uso oficial, de dos pisos, rectangulares, encaladas, los cuarteles de la Legión y unos barrios de casas de una sola planta que albergaban a la población civil compuesta mayoritariamente por empleados de las fuerzas armadas, algunos con sus familias, así como familiares de legionarios. Al igual que en El Aaiún, la mayor parte de la población nativa, mayoritariamente de origen bereber, vivía en jaimas a corta distancia del núcleo principal del poblado.
(Villabens, hoy Tarfaya, estaba situada a escasa distancia del cabo Juby, frente a las islas Canarias. El interés de España por cabo Juby venía de muy antiguo pues en 1799 el sultán Suleiman de Marruecos había firmado un acuerdo con Carlos IV en el que reconocía que las regiones de Saguía el Hamra y Cabo Juby no formaban parte de sus dominios, dando pié a que España pudiera proteger a los pescadores españoles que faenaban al sur de Agadir. . La franja de Tarfaya fue finalmente ocupada en 1916 por el capitán Francisco Bens, a la sazón gobernador de Río de Oro. El asentamiento, construido por los españoles, sirvió principalmente como escala de vuelos transoceánicos. Quizá lo más notable de Villabens es que Antoine de Saint-Exupéry, el famoso escritor francés autor de El Principito, fue nombrado jefe de escala allí en 1927. Durante los 18 meses que permaneció en el puesto negoció con las tribus insumisas la liberación de pilotos que habían sido retenidos tras accidentes o aterrizajes forzosos y escribió allí su primera novela, Courier-Sud (Correo del Sur). Cuando Marruecos accedió a la independencia, en 1956, reclamó la retrocesión del cabo Juby, sujeto legalmente al tratado de 1912 entre España y Francia por el que se establecieron los protectorados español y francés sobre Marruecos. Sin embargo, la devolución no se efectuó hasta que se firmaron los acuerdos de Angra de Cintra el 2 de abril de 1958).
Pasábamos en la playa la mayor parte del tiempo libre. Nuestra mayor distracción era esperar la llegada del barco que traía agua de las Canarias cada 2-3 días. Como el desembarcadero carecía de pantalán, los bidones de agua se arrojaban por la borda a corta distancia de la playa; desde allí se empujaban hasta la playa y después de acarreaban rodando por la arena hasta los camiones distribuidores. Del transporte de suministros y materiales se encargaban las barcazas procedentes de Canarias K-1 y K-2 que hacían descender sus rampas hasta alcanzar la arena de la playa para facilitar el desembarque.
No recuerdo que se organizara nada especial por Navidades y Año Nuevo, pero si recuerdo nítidamente que, como a fin de año se acumulaban los informes administrativos, me dieron las 12 de la noche de Nochevieja trabajando solo en la oficina. Probablemente por la deficiente instalación y la humedad, la luz comenzó a parpadear; me subí a una silla para enroscar la bombilla y sentí un fuerte calambre; el cristal de la bombilla se quedó pegado a mi piel; la corriente me recorría sin que pudiera evitarlo y, aterrado, sólo se me ocurrió pensar: ¡Qué absurdo, venir a morir aquí! Al final, después de segundos que me parecieron siglos, me caí de la silla arrastrando la instalación, la bombilla se destrozó contra el suelo y cesó la corriente. El susto me duró bastante más.
Sabaté: Puestos a contar anécdotas, también debo decirte amigo Acebes, que yo sufrí un fuerte calambrazo (no puedo recordar si en Sidi Atzman o en Villa Cisneros) y que de repente me vi sentado en el suelo frente a la emisora y con mi brazo derecho sin fuerzas, de lo que me costó reponerme.
Acebes: No me extraña, las instalaciones eran muy precarias. Pues un buen día de principios de enero de 1958 nos informaron que regresábamos a El Aaiún -que había sido repetidamente atacado, aunque sin mayores consecuencias, unos días antes-. Aunque nosotros vivíamos alegres y confiados pues desconocíamos totalmente la situación, los mandos debían tener más información porque se dispuso que en el regreso a El Aaiún se rodara rápido, sin hacer ninguna parada a menos que surgiera una emergencia.
(Muchos años más tarde supe que, en vista de la precariedad de las tropas españolas, se había decidido concentrarlas en las zonas cercanas a la costa a la espera de refuerzos).
Así que hicimos el viaje de retorno dando tumbos, prácticamente abrazados a los equipos de radio, sujetando equipos y baterías con los pies y arriesgando una caída tratando de re-enroscar las varillas de antena porque se desenroscaban con el traqueteo. Algunas quedaron para siempre en el desierto.
De vuelta a El Aaiún
Acebes: Regresamos a nuestros antiguos alojamientos; en mi caso, a reencontrarnos con la casita que habíamos ocupado previamente y en la que nos encontrábamos muy a gusto. La paz se alteró el 12 de enero de 1958 cuando tropas irregulares saharauis atacaron El Aaiún pero fueron rechazados. Al día siguiente dos compañías de la XIII Bandera de la Legión sufrieron una emboscada a la altura de Edchera (circunstancia ya narrada en este blog) probablemente por el grupo que había atacado El Aaiún el día anterior.
Acebes: Se rumoreaba que Francia estaba colaborando con España en el Sáhara español. Posiblemente por eso, un día de finales de enero el capitán me pidió que preparara un boletín de noticias. Después de cenar, sintonizaba dos agencias de noticias –en aquella época transmitían las noticias en morse-, las copiaba, traducía alguna si era necesario y se las pasaba en varias copias. Las únicas noticias que recibí sobre el conflicto en que estábamos envueltos se referían a la queja de Marruecos por la colaboración militar que prestaba Francia en el Sáhara español, pero lo más preocupante fue una información de Radio París que aseguraba que el Estado español estaba en bancarrota y que el General Franco había abandonado España para refugiarse en Madeira. Noticia que no confirmó ningún otro medio y que nunca después he oído que hubiera tenido lugar.
Sabaté: La llegada a El Aaiún fue para mí como quien vuelve a casa. No en balde allí se encontraban la mayoría de los compañeros y nuestros mandos de la compañía, es lógico que, abundaran los abrazos y las bienvenidas. Como mandan las ordenanzas, me presente al capitán Sánchez, -reencontré el trato amable que siempre me dispensó- lo mismo que los demás oficiales y suboficiales. La conversación estuvo relacionada con la labor llevada a cabo en la playa de Sidi Atzman. Me informó que en breve se iniciarían las nuevas operaciones por el interior. Por supuesto, quedé a sus órdenes. De momento me asignó incorporarme a la emisora de PM Agrupaciones, afecta al General o EM. Mi paso por la oficina resultó también provechoso, cobré –con retraso- la asignación como radio de 120 pesetas- correspondiente a los meses de noviembre y diciembre. Y la inmediata preocupación fue la de asearme, lavar la ropa, organizar mi impedimenta y ocupar mi nuevo alojamiento en la tienda. Y en mi orden interior no faltó una obligada y esperada visita a la iglesia. También me preocupaba mi salud, ya que había adelgazado y no tenía apetito, unos síntomas que seguramente eran los más generalizados. Logré una visita médica en el hospital. Lo que es la casualidad: me atendió un teniente médico que era manresano, tal vez por eso su interés fue mayor. Primero, hizo su prescripción a base de unas dosis de vitaminas Hepavital, que debería yo tomar; luego, vino una conversación distendida, dando cuenta cada uno de la localización en que nos encontrábamos. Me comentó que su familia ignoraba que estuviese en el Sahara y creía que continuaba en Las Palmas en un hospital militar, y me pidió que, por favor, no hiciese yo ningún comentario a mi familia ni a nadie. Se lo prometí y, todavía hoy, he mantenido el secreto. Por suerte, al cabo de los años volvimos a vernos en Manresa.
Acebes: A finales de enero tuvimos la alegría de recibir a un nuevo contingente de la
Compañía Expedicionaria de Radio formado por unos 50 compañeros que llegaban de refuerzo, prácticamente el resto de la 1ª compañía de Radio que no salió con nosotros en noviembre.
Pero con su llegada empeoró aún más nuestra situación de escasez. El rancho era infame; lo comíamos en unas perolas de campaña, de aluminio de tan mala calidad que cuando se pasaba la cuchara quedaban las marcas en la perola. Comentábamos que podríamos sufrir una intoxicación por exceso de aluminio. Ya he comentado en este blog que el recién llegado sargento que estaba encargado de los suministros me confesó que sentía vergüenza cuando iba a recogerlos.
El hambre se transformó finalmente en obsesión. Recordaba mi niñez en Madrid cuando teníamos solamente una barra de pan por persona y yo veía cómo mi ración (especialmente los días que no podíamos comprarlo de estraperlo) se encogía dramáticamente tras cada comida.
Como no teníamos acceso a ningún economato militar estábamos obligados a recurrir a las tiendas del zoco, regentadas mayoritariamente por comerciantes canarios, pero los precios eran muy altos para nuestros escasos recursos. Recurrimos a comprar botes de leche condensada, que era rica en nutrientes y azúcar. Un día compramos un cabrito a un pastor y mis compañeros Cebrián y Carvajal lo asaron. Fue un día memorable. En otra ocasión, un legionario catalán (con una historia triste a sus espaldas, como la de otros muchos legionarios), a quien conocimos en el cafetín, que trabajaba en la cocina de su bandera, nos ofreció comer en el club de suboficiales, eso sí, en un patio al lado de la cocina y cerca de la puerta para no ser vistos. La ocasión excepcional de sentarnos a una mesa hace que recuerde más de 50 años después que el menú era sopa, carne de avestruz, vino y postre. La carne de avestruz estaba un poco seca, pero para nosotros fue una fiesta.
Sabaté: No duró demasiado esa tranquilidad aparente, y las noticias del capitán se iban a cumplir. Por de pronto, el teniente Landáburu me comunicó que formaría parte de una sección ligera bajo su mando, con apoyo de radio a las columnas hacia el interior, y, -ahora, al cabo de los años, debo manifestar que no fue una ilusión precisamente-.
El día 10 de febrero emprendimos la marcha a primeras horas de la mañana en dirección a Smara, por la margen izquierda del Saguia el Hamra, En el jeep, la habitual emisora MK II (WS 19, distintivo CKJ), con el cabo lº Blázquez, el soldado José Lores y yo. Como era habitual, el apoyo en las comunicaciones a las columnas estaba compuesto por tres emisoras, en la vanguardia, centro y retaguardia; no puedo recordar, sin embargo, los componentes de las otras dos. El contingente lo componían diferentes unidades del Ejército y la Legión. Pronto, el comandante que mandaba la IX Bandera ordenó que nuestro jeep siguiera constantemente al suyo, así ocurrió. Ya durante los primeros kilómetros pudimos comprobar indicios de hostilidades hacia esas columnas. Nos silbaron las balas, recibimos impactos, vimos heridos y, para colmo, se nos averió la emisora (posiblemente por algún disparo impactado) cuando precisamente se nos echó la noche encima. No dormimos y estuvimos incomunicados. La sombra del 13 de enero me encogió el alma. Éramos la retaguardia. Gracias a un bendito radioteléfono se dio la noticia a El Aaiún. La IX Bandera de la Legión prosiguió el avance conjunto, quedándose en ese puesto una compañía al mando de su capitán. Y así hasta el día 14 que regresamos a El Aaiún uniéndonos a un convoy, según las órdenes recibidas. (No quisiera repetir la odisea puesto que la describí en nuestro artículo “1957-58. Crónica a corazón abierto”). El caso es que mi participación en esta operación de limpieza conjunta con tropas francesas acabó ahí.
Acebes: Aquellos eran días agitados y ahora, 54 años después, vengo a enterarme de que posiblemente el convoy que os recogió fuera precisamente del que mi coche formaba parte, pues recuerdo que a mediados de febrero también acompañé a tropas de la Legión en una misión de reconocimiento a Smara. Afortunadamente, nuestro viaje transcurrió sin incidentes. Yo tenía interés por conocer la razón del carácter sagrado que adjudicaban a Smara, Lugar de juncos, la ciudad santa del Sahara, distante unos 150 kilómetros de El Aaiún, pero acampamos en las afueras, junto a la Legión francesa, y no entramos en el asentamiento que, por cierto, era el único de todo el Sáhara español que no había sido fundado por españoles. Smara está situada a la orilla del wadi Zeluán, afluente del Saguía el Hamra, a quien ya sentíamos como propio, y era un cruce de caravanas hacia el Norte. Desde la distancia, se observaban construcciones de adobe sin ningún edificio notable, aunque después he sabido que tenía una mezquita inacabada. Quizá por eso se la consideraba santa.
Sabaté: Y en El Aaiún, vuelta al destino de PM Agrupaciones (emisora-estación SCR/193, 34-S) afecta al General José Héctor Vázquez. De él debo añadir que impresionaba su porte sencillo y afable, era fácil cruzarse con él por las calles de El Aaiún. Una escena que presencié en varias ocasiones fue a la hora de la puesta del sol. Cuando se arriaba la Bandera, el toque de trompeta paralizaba a todos en posición de saludo. Al mismo tiempo, el General obligaba a los niños a parar sus juegos y que estuvieran firmes de cara a la Bandera que ondeaba en el edificio del Gobierno Militar.
Las noticias eran favorables para las columnas del Norte, como igualmente nos informaban de las nuevas y definitivas operaciones hacia el Sur. Al mismo tiempo, nos comunicaron a todos los cabos expedicionarios que iniciamos el curso en octubre que estábamos aprobados y ascendidos a cabo 1º.
Sabaté: Por un comunicado urgente, el 19 de febrero supimos que la emisora del General se trasladaba a Villa Cisneros. De esta forma tan imprevista como inesperada, comprendí que se me avecinaba una nueva pesadilla bélica, pero no fue así, según comentaré.
A primeras horas de la mañana del día 20, las columnas compuestas por tropas del Ejército y la Legión, emprendieron desde El Aaiún la marcha -posiblemente la definitiva- hacia el Sur del territorio. Como más o menos teníamos información, este grandioso convoy estaba compuesto por unos l50 vehículos, entre jeeps, camiones, las tanquetas AAC (equipadas con ametralladoras, pero no con las ruedas adecuadas), camiones aljibes, intendencia, ambulancias y el apoyo de los vehículos de radio de la Compañía Expedicionaria. Siempre he lamentado no haber podido tener una cámara fotográfica para plasmar lo que nosotros vimos de lejos, el inicio tal vez de gloria pero también de pesar. Pero una oración elevé al cielo por todos ellos, y a la vez por nosotros, por la suerte de figurar en otra lista de servicio.
Acebes: Entre los refuerzos de nuestra compañía había llegado un brigada, de carácter retraído, de quien se rumoreaba que había cometido actos reprobables durante la guerra civil. Un día que yo estaba más hastiado que de costumbre, y me lamentaba con otros compañeros de la situación de abandono y escasez por la que pasábamos, entró inesperadamente el citado brigada en la oficina y me dijo: He estado escuchando lo que decías. Por cosas como estas se fusilaba a la gente durante la guerra civil (¿nostalgia del pasado?). Voy a informar al capitán y pedirle que te mande a Tan-Tan. Por aquellos días se estaba organizando una columna a Tan-Tan, al Noroeste de Villabens. Nunca supe si cumplió la amenaza pero sí me sorprendí al notar que lo que le preocupaba no era nuestra situación, sino que se comentara.
Pero como la venganza es un plato que se sirve frío, cuando vi en este blog (buscar Veteranos de Ifni-Sáhara) la Orden del Cuerpo de la Comandancia Militar de El Pardo del día 9 de septiembre de 1958 en la que se anunciaba la concesión de condecoraciones al personal de la Compañía Expedicionaria de Radio observé que había sido concedida a todos los brigadas que habían estado presentes menos a uno, cuyo nombre había sido aparentemente borrado de la Orden a última hora pues quedaba un hueco en blanco. Por cierto, la Orden utiliza una expresión curiosa pues dice que su publicación era para general conocimiento y como estímulo para los enterados. Yo vine a enterarme 50 años más tarde de haber sido agraciado, algo tarde para el conocimiento y el estímulo.
En Villa Cisneros
Sabaté: El mismo día 20 nos ordenaron a un cabo 1º, a un soldado (no puedo y siento no recordar sus nombres) y a mí, que nos preparásemos debidamente equipados (con el mosquetón incluido) para trasladarnos a Villa Cisneros en avión. ¿Qué aventura era esa? Ignorábamos cuál sería nuestra misión, sin órdenes ni estación de radio… A las 12 horas, despegó del aeropuerto de El Aaiún un Douglas DC 3 nº 35/114, de transporte del Ejército del Aire, y nosotros acomodados allí. ¡Qué alegría, era mi primer vuelo en avión y…gratis!
Nuestro destino fue Gando en Las Palmas, donde nos acomodaron, nos lavamos, cenamos y pasamos la noche en un cuartel de Aviación. Fue como un premio estar alejados del desierto por unas horas.
A la mañana siguiente, día 21, abordamos un nuevo Douglas, nº 35/111, también de transporte, para dirigirnos a Villa Cisneros bordeando toda la costa. (Estos dos vuelos, con las anécdotas vividas, ya los reflejé en nuestro relato de “1957-1958. Crónica a corazón abierto”).
A poco más del mediodía, aterrizamos en el aeropuerto de Villa Cisneros, un enclave que me pareció bellísimo, todo blanco, con puerto y playas en una zona de una gran planicie y, por supuesto, con la prominente arquitectura de la iglesia. Una zona de pesca importante. Una guarnición clásica en un amplio fortín con todos sus servicios, rodeada de todo un poblado de diminutas casitas características habitadas por familias de residentes, y barracones esparcidos de unidades expedicionarias. Un lugar con un censo importante de población civil. Nos pareció vivir un estado de calma.
(Villa Cisneros, hoy Dajla, fue reclamada exitosamente por España en la Conferencia de Berlín de diciembre de 1884, para facilitar y proteger las actividades de la flota pesquera canaria, sobre la base de que ya se habían instalado tres factorías pesqueras en la zona y existía un acuerdo firmado por los nativos de la zona por el que aceptaban la protección de España. Su construcción comenzó en 1885. Fue llamada así en honor al cardenal Cisneros. Se encuentra a unos 550 km al sur de El Aaiún en la costa atlántica, muy cerca de Mauritania, y durante mucho tiempo fue la única presencia española en el Sahara Occidental. Ante las fricciones con Francia por la expansión española, una serie de acuerdos en 1900, 1904 y 1920 delimitaron las áreas de influencia de ambos países, fijándose el límite norte del Sahara Occidental en el paralelo 27º 40'. España dividió su posesión en dos distritos administrativos independientes, Río de Oro, al Sur y Saguia el Hamra, al Norte, que se unieron el año 1958 para formar la provincia española del Sahara Español).
¿Y qué nos deparaba nuestra presencia allí? De momento, y tras nuestra presentación al oficial de guardia, acompañados desde que bajamos del avión por un cabo, fuimos alojados en lo que sería nuestra habitación-dormitorio. Mientras, esperamos órdenes. No tardaron en llegar puesto que nos asignaron el primer servicio en la Estación de Radio (nuestro distintivo SCR/193-12.S), emitiendo y recibiendo mensajes cifrados. A mí me correspondió el turno de las 04:00 a las 08:00 horas.
Durante las horas libres del día pude visitar libremente todo el núcleo urbano, comprobando pronto que además del mucho calor, según los residentes, Villa Cisneros adquiría el seudónimo de Villamoscas., ¡Cuánta razón tenían! Las cocinas y fogones que Intendencia disponía bajo unos cobertizos al aire libre tenían la constante visita de moscas y otros insectos que se posaban sobre las grandes perolas durante todo el proceso de cocción y sucumbían en picado. Obviamente, entre el producto finalizado: patatas, arroz, legumbres, trozos de carne de dromedario y... otras hierbas, aparecían en cada cucharada y se entremezclaban otros componentes añadidos al azar. El ágape pues, era lento y entretenido...
Nos limitamos a ofrecer nuestro servicio, hicimos nuevos amigos, paseamos al lado del océano, escribimos cartas, escuchamos música, visitamos con frecuencia la iglesia, recordamos a nuestros compañeros, procuramos enterarnos de cómo iban las operaciones por el desierto, aguantamos las moscas y comimos pésimamente; suerte de tener mi Hepavital.
Como era de suponer, las operaciones conjuntas franco-españolas llegaban a buen fin y la presencia militar española se iba asentando en diferentes puntos, ya controlados y dotados de servicios y de estaciones de radio que volvían a tener presencia de la Red Permanente.
Supimos que el día 25 terminaba la ofensiva y que parte de las columnas iniciaban el regreso, por eso estuvimos toda la noche de servicio con un tráfico constante. A partir del día 26, dejamos nuestro servicio en la estación del fuerte, y nuestras comunicaciones las hicimos con una emisora Hallicrafters montada en un camión GMC.
El día 27 recogimos nuestros enseres y nos despedimos de Villa Cisneros, volando a primeras horas de la tarde, de regreso hacia El Aaiún, con el Douglas “platanero” que ya conocíamos.
Febrero, otro mes que se estaba apurando. Pero Madrid, quedaba todavía lejos.
(Las operaciones militares hispano-francesas contra las bandas armadas que prácticamente ocupaban las zonas montañosas del interior del Sáhara español se desarrollaron entre el 10 y el 20 o 22 de febrero de 1958 y concluyeron con la derrota, desmantelamiento y expulsión del llamado Ejército de Liberación Saharaui (con liderazgo y abundantes efectivos marroquíes) de todos los lugares que había ocupado. Entró en combate una escuadra de 130 aviones (60 españoles y 70 franceses) y se desplegaron alrededor de 5.000 soldados franceses y 9.000 españoles contra unos 20.000 efectivos rebeldes. Las bajas españolas fueron de 54 muertos, 74 heridos y un desaparecido; se desconocen las bajas francesas y se calcula que el Ejército de Liberación Saharaui sufrió mil bajas entre muertos y heridos).
Un nuevo, inesperado y triste viaje (paréntesis expedicionario de Sabaté)
Sabaté: Tan pronto como aterrizamos en El Aaiún, me vi con la necesidad y urgencia de volver con el mismo aparato hacia Las Palmas. Durante el vuelo comprobé, hojeando la documentación que me fue entregada, que el permiso concedido hasta Manresa era motivado por el fallecimiento de mi querido padre. A partir del aeropuerto de Gando, el viaje resultó una odisea. Me acomodaron en un vehículo militar, cuyos ocupantes eran oficiales pilotos del Aire que regresaban de unos vuelos en el Sahara y me apeé delante del Gobierno Militar de Las Palmas, presentándome al oficial de Guardia, que me indicó la oficina donde me sellaron y refrendaron la documentación. De momento, me alojaría en el Cuartel de Transeúntes San Francisco, en espera de la fecha de mi partida. No era este mi objetivo, pues lo que yo deseaba era poder abrazar a mi madre y hermanos cuanto antes. La distancia hacia el puerto de la Luz desde Capitanía no me resultó excesiva. Mi obsesión era emprender el viaje. Como si de un Vía Crucis se tratara, fui preguntando a varios barcos anclados en los muelles (la mayoría eran cargueros) por su fecha de salida hacia la Península y, concretamente, Barcelona, hasta que llegué ante el Ciudad de Cádiz -gemelo del Ciudad de Oviedo- y vi la tablilla que anunciaba su salida con destino a Barcelona a las 12 horas. Ni corto ni perezoso, pedí permiso para subir a bordo por la escalerilla; una vez arriba solicité poder hablar con el capitán, razonando mis motivos. O lo que expuse resultó convincente o en la vida hay realmente buenas personas. Al cabo de unos minutos de espera se presentó precisamente el primer oficial, a quién comenté mi propósito, facilitándoles asimismo toda mi documentación refrendada. Mientras, acudió de pronto el capitán (que sólo recuerdo que se llamaba Jordi). Le saludé, me preguntó de donde era y, tras una breve conversación entre ambos oficiales, se dirigió a mí en catalán y me dijo: Vuelve a Capitanía y di que zarparás esta noche con este barco por tu cuenta. Eso sí, quiero que te presentes aquí una hora antes, o sea a las 11 de la noche. Y eso hice, antes de la hora fijada yo ya merodeaba por el muelle y creo que ni cené. Subí al barco, avisaron de mi presencia, y vino personalmente el capitán acompañado por un subalterno al cual dijo: Este chico va a Barcelona, tratadlo bien. Guardó la documentación añadiendo: Podrás ir al restaurante de a bordo para el desayuno, comida y cena, pero no me es posible encontrarte un camarote. No obstante, me indicó situarme en una dependencia-almacén donde colocaron una colchoneta. Así inicié el viaje, tratado como un pasajero más aunque, en mi interior, yo me imaginé ser un polizón autorizado. Escala en Cádiz, Málaga y arribada el día 4 de Marzo a Barcelona. Debo destacar que durante viaje, el capitán me vio diariamente, preguntándome si me trataban bien. Me comentó que antes de llegar al puerto lo fuera a ver a su camarote para devolverme la documentación. Eso es lo que cumplí y, aunque lógicamente yo me imaginaba que tendría algún costo, no tuve que abonar nada. Fue una despedida emotiva, me deseó que hubiese tenido un buen viaje, me animó y recomendó que cuanto antes llegara a casa con mi madre y hermanos. Refrendé los documentos en Capitanía y obtuve el billete para el primer tren con dirección a Manresa. Mi presencia en casa me es imposible describirla.
Al cabo de un mes en Manresa recibí un telegrama oficial a través de la Guardia Civil en el que se me ordenaba mi inmediata reincorporación a Compañía Expedicionaria en El Aaiún. Con todo el papeleo acumulado me indicaron dirigirme al Ayuntamiento, en cuyo Negociado de quintas (entonces eran trámites habituales allí) me cumplimentaron la hoja de Autorización de pasaporte hasta El Aaiún, indicándome las gestiones a realizar en Barcelona. El día 4 de Abril (Viernes Santo) inicié mi nuevo itinerario particular, provisto de ropa limpia, reserva de alimentos y con el corazón casi al llanto, pero animado pensando cumplir con mi deber. Por ser la festividad citada, según las ordenanzas militares debía llevar guantes blancos –que yo no tenía-, pero una amiga de nuestra familia me los proporcionó, un aspecto que, de no contar con ello, en Barcelona me hubiera podido costar un disgusto con la PM. Tras los trámites en Capitanía y Transportes militares, me dirigí a casa de mis tíos donde pasé la noche; tras despedirme de ellos y de mi abuela paterna me acompañaron a la estación donde subí en el correo de Andalucía con destino a Cádiz adonde llegué al día siguiente. De nuevo trámites en Capitanía y Transporte militares, alojándome en el Cuartel del Castillo. El lunes mismo ya partí hacia Las Palmas, con una alegría de zarpar de nuevo a bordo del Ciudad de Cádiz, lo que me permitió saludar de nuevo a varios tripulantes además del capitán y su primer oficial. Y aunque esta vez iba como pasajero normal, recibí el mismo afecto que durante de mi viaje anterior.
La arribada a Las Palmas fue el día 9; de nuevo visita a Capitanía, quedando alojado en el Cuartel de Transeúntes San Francisco a la espera del correíllo con destino a El Aaiún. Fueron trece días de espera, aunque mi obligación era solamente pasar lista cada noche, lo que me permitió conocer bastante la ciudad aunque con las reservas que me obligaba el uniforme y… el bolsillo. La estancia como huésped tenía mucho que desear, tanto como por la comida como por el ambiente de personal heterogéneo y desconocido a compartir, suerte que me permitieron, por mi condición de Radio, la entrada durante muchos ratos al día en las dependencias de la estación de radio, que era atendida por unos buenos chavales de la Red Permanente.
Por fin, el día 22 abril al anochecer, embarqué en el carguero Fuerteventura -un cascarón- para marineros curtidos. ¡Madre mía que viaje hasta la playa de mis amores de Sidi Atzman! Y repitiendo el desembarco de mal recuerdo. De ahí a El Aaiún por el maldito itinerario de las dunas. Era el día 23, San Jorge.
(Quiero obviar ahora los detalles de mi presencia y mi nueva incorporación, igualmente descritos en nuestros capítulos de “1957-58. Crónica a corazón abierto”, solo repetir mi satisfacción por todo el afecto que recibí de todos y seguir junto a ellos hasta el final de la expedición).
Mientras tanto en El Aaiún
Acebes: Las últimas columnas de legionarios y apoyo logístico regresaron a El Aaiún en los primeros días de marzo. Entonces comenzaron los rumores de que, con la misión cumplida, no había razón para mantenernos allí. Y hasta se decía conocer la fecha: el 17 de marzo saldríamos para la Península. Nada de eso ocurrió. La espera, el aburrimiento y nuestra situación de abandono hicieron relajarse la disciplina. Nuestras familias nos habían enviado ropa interior, camisas, jerseis, calcetines o alpargatas, y algunos nos habíamos procurado camisas de la Legión porque las dos que nos habían dado cuando nos incorporamos al Regimiento se hacían pedazos tras tanto lavado en agua salobre con escaso jabón y menos tino. Nuestra indumentaria se hizo variopinta: camisas de cualquier tono, jerseis de colores y alpargatas blancas o negras. Gorro y botas dejaron de usarse por el calor. Un compañero se fue a vivir a casa de su novia saharaui. Cuando le hablaban de castigos decía: Bueno, pues que me corten el pelo; lo llevo al rape. O que me manden al calabozo a Canarias o, mejor aún, que me manden al calabozo a El Pardo.
Acebes: Con la desaparición de las bandas armadas tras el cese de las hostilidades nos animamos a explorar el ancho cauce de la Saguía que tantas veces habíamos contemplado. En la orilla izquierda, la correspondiente a El Aaiún, que retenía algo más de humedad, se observaban algunos arbustos y un notable palmeral; en la derecha, ralos arbustos bajos; en el resto del cauce sólo anchas grietas resecas. No recuerdo que lloviera un solo día durante nuestra estancia y eso hacía más sorprendente la anchura del cauce.
(Preparando estas notas y recordando cuán intrigados estábamos, he averiguado que los cauces actuales son valles fósiles que fueron modelados por caudalosos ríos de la primera época del periodo cuaternario, que comprende los dos últimos millones de años).
Acebes: A principios de marzo se organizaron expediciones de control de territorio, pacificación y, me imagino, de intimidación de las tribus. Como los demás coches de radio estaban asignados a sargentos y cabos 1º y yo era el único soldado a cargo de uno, me tocaba frecuentemente acompañar expediciones fuera de El Aaiún. Los grupos tribales estaban generalmente compuestos por alrededor de veinte jaimas dispersas, probablemente para permitir el pastoreo. Esas salidas me permitieron gozar de la extraordinaria belleza de las cadenas ondulantes de dunas, de las formas extraordinarias que se crean al iluminarlas el sol, de atardeceres y puestas de sol maravillosos que he buscado siempre cuando años más tarde me ha tocado vivir y viajar por otros desiertos. No todo era agradable. De vez en cuando encontrábamos grupos de pequeñas gacelas características de la zona, ocasiones que aprovechaban algunos para cazarlas a tiros o, de forma cruel, persiguiéndolas con un jeep hasta que el grácil animal, agotado, daba un increíble gran salto y caía fulminado muerto.
Sabaté: A mi regreso, la situación en El Aaiún, y prácticamente en el resto del territorio, era ya diferente y sin tensión, salvo la espera de la orden de regresar a El Pardo, la cual se prolongaría hasta dos meses más todavía. Nuestro apoyo se efectuaba en infinidad de puntos esparcidos, quiere ello decir que por estos motivos la Compañía Expedicionaria se encontraba fraccionada y sirviendo en destacamentos en todo el territorio. Nos unía, no obstante, la Radio.
Un nuevo destino fue una nueva experiencia, el CEL (Centro Escucha y Localización) que dirigía el Sargento Pueyo, excelente profesional con el cual yo me volvía a reencontrar al cabo de casi cinco meses, precisamente cuando coincidimos en el ataque a la playa a finales del mes de noviembre. Tuvimos ambos una entrañable y duradera amistad durante incluso muchos años tras mi licencia, y también la suya, pues también causó baja en el Ejército y trabajó en una empresa de telecomunicación.
Nuestra tarea era la de escucha, intentando conseguir mensajes que pudieran tener relación con destacamentos rebeldes, -normalmente en morse- que facilitábamos a la sede del Gobierno. Igualmente captábamos radios de Marruecos y noticias de Paris, que yo podía traducir dada mi facilidad de recientes cursos de francés que, por entonces, dominaba. Los noticiarios de Radio Nacional de España también formaban parte de la escucha. Fue entonces cuando sugerí al Sargento Pueyo la posibilidad de recopilar noticias de toda índole, incluso deportivas. Y se nos autorizó a plasmarlas en cuartillas mecanografiadas que diariamente ofrecíamos al Gobierno Militar. Fue como una corresponsalía de prensa, casi me atrevo a decir que nuestra presentación era de titulares, sin cabecera, pero en definitiva unas noticias escritas a modo de periódico... Seguro que fueron las primeras noticias-papel de El Aaiún.
Comenzamos el mes de mayo, con muchos macutazos de regreso y con temperaturas de 48º, mientras regresaban de Cabo Juby (Villabens) compañeros entre los cuales figuraba el cabo Radio Eusebio Rubio Cuadrado, gran amigo.
Aparentemente, nos íbamos replegando. El día 11 estrené mis galones de cabo 1º.
Acebes: Las temperaturas fueron subiendo y el calor, sobre todo en días de siroco, se hacía muy pesado. La espera se fue haciendo desesperante; las fechas de retorno que aseguraba “Radio Macuto” pasaban una tras otra sin cumplirse. De repente se extendió el rumor de que ni siquiera nos licenciaríamos a mediados de junio, como estaba previsto, por no sé qué razón. Eso fue quizás el golpe más duro. La incertidumbre y el ansia de regresar afectaban el ánimo y la moral. Caíamos en la nostalgia, cada vez que no llegaba el avión con el correo nos desesperábamos. Recuerdo que, a veces, sentados en el brocal del pozo, frente a las dunas iluminadas por la luna más allá del cauce seco, nos quedábamos hasta las dos o tres de la madrugada rememorando instantes felices con novias, familia y amigos y haciendo planes de futuro. Nos dimos cuenta que nos habíamos habituado a esa nueva vida y sentíamos como temor de no acostumbrarnos de nuevo a nuestra vida anterior. Era lógico en cierta medida pues llevábamos varios meses sin ser dueños de nuestras vidas: las decisiones que nos afectaban las tomaban otros por nosotros; no teníamos relaciones afectivas ni laborales; todas nuestras necesidades estaban cubiertas, mal pero cubiertas. Hasta habíamos encontrado el gusto de dormir en el jergón sobre el suelo. ¿Qué nos depararía el destino cuándo reanudáramos nuestra rutina anterior? ¡Hoy diríamos que habíamos adquirido el “síndrome de El Aaiún”!
En Daora
Sabaté. Seguro que fue por mi ascenso; el día 14 de mayo me fue comunicado que debía relevar a una emisora de apoyo a la unidad del Regimiento de Caballería-Dragones de Pavía 4, de guarnición en Daora, a 40 kms. al Norte de El Aaiún. Nuevo traslado hacia un lugar desconocido. Al alba del día 15 (festividad de San Isidro) partíamos en un vehículo Dodge con una emisora MK II. En esta ocasión éramos cuatro los componentes, me acompañaban el cabo Andrés Pérez Rangel, el soldado Quintín, y el conductor José Sarrión. La seguridad de este desplazamiento debía ser considerada total, ya que el viaje lo hicimos completamente solos hasta el punto de destino. Pero fueron dos horas de mucha tensión y alerta, a pesar de que el circuito carecía de dunas y el terreno era completamente llano, pedregoso y de arbustos bajos. Efectuado el relevo y nuestra presentación al mando, situamos nuestro vehículo y montamos la tienda de campaña. Comprendimos de inmediato que se trataba de un asentamiento bastante seguro a tenor de la situación de los puntos estratégicos de defensa bien parapetados y con armamento. Pero lo más importante eran las unidades de carros de combate tipo M-24 cuya presencia resultaba impactante. La confraternización resultó positiva y nos sentíamos amparados en esta dulce tarea que consistió en cinco enlaces diarios, salvo alguna novedad puntual, y salidas con patrullas de reconocimiento casi hasta los límites del Norte. En ocasiones pudimos ver los mayores rebaños de dromedarios.
La comida fue mejor, el sol era inclemente, muchas horas de inactividad que aprovechábamos para escribir cartas, y charlas que siempre oscilaban entre los recuerdos familiares y las ansias de regreso.
El día 20, nos recomendaron sacar el polvo del vehículo y vestir con lo adecuado. En toda la guarnición ha del Sahara con todo su séquito, pasando revista a todo el conjunto y, naturalmente, a nuestra emisora. Finalizada esta, emprendieron la marcha hacia nuevas guarniciones.
Y por si fuera poco en nuestra estancia de recreo, la tarde del 28 pudimos seguir el partido de futbol desde Bruselas, correspondiente a la final de la Copa de Europa, entre el Milán y Real Madrid, con victoria merengue por 3-2.
El día 29 llegó un convoy de suministro, que además de la correspondencia recibida, y la que entregamos, recibimos de la Compañía unos pagos atrasados; a mi me correspondió el importe de 481,15 pesetas (buen bote en aquellas fechas). Al mismo tiempo, y con ocasión de la festividad de San Fernando, nuestro patrón, me comunicaban haberme concedido un premio en metálico. ¡Viva San Fernando!
Otro mes había transcurrido, y el día 5 de Junio, festividad de Corpus Christi hubo la celebración de una misa que ofició el Páter de la Unidad.
El día 9 de junio fuimos relevados (según una petición que cursé, por necesidades de higiene). Todos celebramos la vuelta a El Aaiún.
Sabaté: Me reincorporé al CEL y aproveché para pasar una visita médica al Hospital con mi paisano el teniente médico. En esta ocasión me recetó una tanda de vitaminas inyectables.
La rutina diaria en el CEL y nuestras crónicas periodísticas la vi compensada con la escucha de una zarzuela diaria a través de una emisora de Madrid. Fue una gozada. Y más lo fue el obsequio que me dio el capitán Sánchez, como premio radio (100 ptas.) al mismo tiempo que anunciaba los preparativos inmediatos de regreso. Me apresuré a escribir a mi madre, ya que en realidad no era un macutazo y el regreso estaba fijado para el día 24.
Acebes: Y como todo acaba, un día recibimos algo de ropa nueva y supimos que regresábamos a casa. No nos lo podíamos creer. El día 23 de junio de 1958, cuando ya se había licenciado nuestro reemplazo, recogimos nuestra impedimenta y nos preparamos para salir al día siguiente hacia la playa a la que habíamos llegado más de siete meses antes.
Sabaté: Ese día, y con el atuendo de nuestros maltrechos uniformes, (amigo Acebes, no a todos nos dieron ropa nueva, y en nuestros macutos ya no estaban los elementos de las tiendas de campaña ni muchas cantimploras), acudimos a una masiva revista en la explanada frente a la iglesia, compuesta por la totalidad de Cuerpos y Unidades expedicionarias, ante la visita del Arzobispo Vicario General Castrense de Sión, el cual bendijo nuestra presencia. Realmente era la despedida.
Acebes: Yo, con algún pretexto, eludí que me revistara al aplastante sol el señor arzobispo porque cuando fui a recoger el correo (el último que nos hubiera llegado) me enteré que ese día no había llegado ninguna valija de correo (lo que más ansiábamos) ya que monseñor arzobispo y su séquito habían solicitado que les llevasen hielo y no había espacio para todo.
Sabaté: El día 24 a las 11 de la mañana, previa una revista y formados ante el Gobierno Militar, el General José Héctor Vázquez, nos dedicó una emotiva arenga de agradecimiento y despedida. A continuación, la Compañía .Expedicionaria del Regimiento de Transmisiones abandonó El Aaiún con destino a la playa de Sidi Atzman. Fue nuestro último convoy entre las dunas. No obstante, se quedaron algunos compañeros unos días más, pendientes de enlazar con el relevo que simultáneamente debía de arribar como nuevos expedicionarios de Transmisiones. Aunque no he llegado a recordar mucho los hechos ni el nombre, durante el itinerario hasta la playa, se produjo un incidente que podía haber sido fatal, pues ocurrió que a un soldado de nuestra compañía (creo que era de la quinta y de Madrid) se le disparó de forma fortuita el fusil, rozándole levemente. Una suerte que bien pudo ser una desgracia.
La presencia en la playa a todos nos trajo infinidad de recuerdos, mientras observábamos con alegría el Monte de la Esperanza fondeado a un par de millas. Por suerte, el tiempo acompañó y permitió el desembarco de material y de los componentes que venían a relevarnos, tratándose de de la Compañía Expedicionaria de Transmisiones 4, del Cuartel de Lepanto, Barcelona.
La noche la pasamos en vela tendidos en la playa mirando las estrellas, ya poco nos importaba la arena ni el frescor.
Acebes: Recuerdo que mientras esperaba en la playa para abordar el barco que nos llevaría de vuelta a Cádiz se me acercó un “listillo” y, al verme tan limpito, me tomó por un recién llegado y me dijo: ¡Anda que no te queda nada, chaval!
Sabaté: El día 25 embarcamos, con las peripecias ya conocidas para abordar. Zarpamos y no hay que negar que nuestra mirada quedó fijada en la costa hasta verla perdida en el horizonte. Habían transcurrido ocho meses. ¿Sirvió de algo nuestra estancia y sacrificios? ¿Cuál sería el futuro de aquellos territorios y de los saharauis? ¿Y de los nuevos expedicionarios? Nosotros, gracias a Dios, volvíamos a casa con el deber cumplido.
Arribamos a las Palmas a las 8 de la tarde y al día siguiente continuamos el crucero hasta Cádiz, donde desembarcamos el día 27 por la mañana.
Madrid a la vista
Sabaté. Antes de emprender el viaje en tren en vagones de 3ª nos entregaron unos pañuelos de color amarillo, que cada uno se anudó elegantemente al cuello. En cada uno de ellos figuraba serigrafiada la imagen de una gacela, así como los distintivos de mando de cada uno, comenzando por el capitán hasta los cabos. Creo que ello adornó un poco nuestra indumentaria bastante maltrecha. Asimismo nos hicieron entrega de un bellísimo banderín con las alusiones de la Compañía Expedicionaria.
Y por la red ferroviaria clásica, parada en Sevilla, donde se apearon otras unidades, siendo los andenes un hervidero de familiares con abrazos, besos… como también miradas perdidas de madres preguntando si conocíamos a uno o a otro, que también estaban esperando. Luego Córdoba, el paso por Despeñaperros, y tras diferentes paradas en estaciones ferroviarias preferentes, una que se prolongó precisamente en Alcázar de San Juan, donde nos repartieron comida y un par de chuscos de pan candeal que a mí me supieron a gloria y que siempre he recordado.
La llegada a Madrid finalizó en la estación de Atocha el domingo día 29. Inesperadamente fuimos recibidos por los acordes de la Banda de Cornetas y Tambores del Regimiento, ante la gran expectación que produjo entre los viajeros que casualmente estaban presentes. En camiones, nos trasladaron a El Pardo donde nos hicieron formar en el centro del patio; a nuestro alrededor, el resto de la tropa acuartelada. El coronel D. Alfredo Bellod nos dirigió una arenga de bienvenida y de felicitación por la misión cumplida y por el prestigio del Regimiento. Sin perder las formaciones se ofició una Misa –por ser domingo y San Pedro-. Al finalizar todo el acto y al romper filas se produjeron los lógicos saludos y abrazos; luego, nos repartieron unos bocadillos.
Y, de esta forma, los componentes de la Compañía Expedicionaria se dispersaron; los del reemplazo a su Compañía y los voluntarios del 57 en la 1ª de Radio. Los de la quinta incorporados en marzo del 57 recibían su licencia y a los voluntarios nos quedaban todavía cuatro meses por cumplir. La mayoría de licenciados eran de Madrid y ansiaban ver a los suyos; los voluntarios esperaban disfrutar de un merecido permiso; es lógico que todos tuvieran prisa. Hubo a mi entender un error injusto con los que fuimos ascendidos a cabo 1º, ya que en dos o tres días tuvimos que hacer nuestra presentación en los respectivos cuarteles como nuevo destino. Allí es donde tuvimos que justificar e implorar el permiso. Nos llegó casi tres semanas más tarde, pero llegó. Por estas razones no pudimos mantener ninguna reunión-acto de despedida. A pesar de todo, yo no he parado de insistir y, afortunadamente también gracias al espacio del blog del Regimiento. he logrado varias localizaciones posteriores con éxito que, aunque escasas, me llenan de satisfacción. Amigo Acebes, he ahí la prueba… que también hago extensiva a Matías Pulido, Francisco Parra y Emilio Sobrino.
Para nosotros, lo que vino después ya corresponde a otras historias personales. Pero los recuerdos de un periodo africano han sellado mucha amistad para siempre.
¡Honor y admiración para todos los integrantes de la Compañía Expedicionaria de Radio del Regimiento de Transmisiones nº 1 de El Pardo!
Reflexiones a modo de epílogo
Acebes: La estancia en el Sáhara me proporcionó una experiencia inolvidable, como prueba que esté rememorándola 54 años más tarde, a la vez que una inolvidable frustración: haberme sentido –junto con mis compañeros- injustamente abandonado en una guerra vergonzante, siempre oculta a la opinión pública, para la que las fuerzas armadas españolas no estaban preparadas logísticamente, y en la que se dieron toda clase de carencias de personal, de intendencia (la mala alimentación es una referencia constante en esta crónica), de armamento, de medicinas, de material adaptado al desierto, de aviación, de instalaciones y hasta de vestuario. Y además, había perdido una ilusionante oportunidad de trabajo (que felizmente acepté dos años más tarde).
La guerra de Ifni-Sahara fue tan inútil como la inmensa mayoría de las guerras. Además, España se involucró en una guerra colonial a contracorriente, pues el proceso de descolonización de África impulsado por la ONU, que llevaría a la independencia a la mayor parte de las colonias africanas en diez años, estaba en marcha desde 1957, año en que Ghana obtuvo la independencia del imperio británico.
Pero como prefiero que este relato no se transforme en un rosario de quejas sino que sirva más bien para reconocer el sacrificio de los soldados anónimos que nos vimos involucrados, que cumplimos con nuestro deber a pesar de las condiciones adversas, lo finalizo aquí con la satisfacción de ver que afortunadamente nuestras fuerzas armadas actuales no tienen comparación posible con aquellas que nos tocaron en suerte, más propias de los tercios de Flandes del capitán Alatriste que de la segunda mitad del siglo XX.
Sabaté. Comparto totalmente tus últimas reflexiones. Es cierto que cuantos participamos en aquella contienda fuimos sumisos, disciplinados y cumplidores del deber, muy a pesar de que en nuestro interior existió el recelo y la disconformidad por el estilo logístico, sin embargo, otro yo interior suplió y superó todas las carencias, porque ante los infortunios nos mantuvo la fe, el apoyo de la familia y nuestro compañerismo como hermanos. Conceptos que serán eternos.
Por mi parte, ¿qué voy a decir? Padecí todos los inconvenientes y percances como la mayoría, y otros de índole familiar. Pero también los momentos aciagos son un componente de nuestra vida, que nos hace fuertes ante la adversidad y configuran un carácter. El corazón, sin embargo, lo supera todo y, porque es sensible, nos hace más humanos.
Nuestro relato no ha pretendido ser exclusivista, estoy seguro de que cada componente expedicionario, o destinado en los territorios del A.O.E., que participó en la contienda podría narrar las vivencias del mismo modo que hemos hecho nosotros. Y podría haberlas, y serían miles de versiones, tal vez distintas, pero sí reales y humanas. Es por eso que alzo la mirada con respeto hacia los españoles de aquel período militar unidos por el deber y el sacrificio. Honor a los fallecidos, heridos y desaparecidos. Y por descontado a sus familiares.
Esta es una buena parte de mi bagaje que llevo en la mente y en la retina y con lo que me he quedado:
Excelentes mandos cercanos, compañeros, amistad, viajes, nuevos territorios, paisajes, sol, espejismos, miedo, sudores, frio, sed, hambre, dolor de ver a soldados heridos, plagas de langosta, viento siroco, falta de lluvia, insectos, afanípteros de todo tipo, otros parásitos, poca higiene, la belleza de las dunas y de los nuevos horizontes diarios, monotonía, silencios, soledad…
Pero quiero acabar con algo que influyó seguramente en mi metabolismo, algo muy positivo, sencillamente, a partir de mi estancia en ese territorio de 300.000 kms cuadrados (equivalente a 3/5 de la superficie de España) y 1.500 kms de costa nunca más he vuelto a padecer en invierno de los puntuales sabañones…
Pero, ¿qué es lo que realmente nos ha ocurrido también ahora? Estoy seguro que tanto a ti como a mí, se nos ha rejuvenecido el alma, nada menos que más de medio siglo. Es lo que yo quisiera hacer partícipes a cuantos puedan leer estas páginas. Son claras, como las estrellas que brillan sobre el desierto…
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Manresa-Madrid
Septiembre 2012
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