El libro-revista de las Fiestas Oficiales de la Reconquista (Moros y Cristianos) correspondiente al año 2013 de la Ciudad de Orihuela (Alicante), ha publicado el relato del autor Antonio Colomina Riquelme, “ENTRE CRISTIANOS Y MUSULMANES”.
(Relato basado en hechos reales)
Por Antonio Colomina Riquelme
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Acababa de entrar la primavera, en los jardines del cuartel ya brotaban las primeras flores, a lo lejos se divisaban los picos del Guadarrama con el inmaculado color de una nieve que se resiste a abandonar el invierno. Como todas las mañanas de aquél año 1961 la rutina se repetía una vez más: el rito del relevo de la guardia, el autocar que llega con los oficiales y suboficiales, el cornetín que anuncia la presencia del coronel… todo parecía encontrarse dentro de la más absoluta normalidad. Sin embargo, aquél día un acontecimiento muy importante iba a convulsionar toda la actividad cuartelera.
Sobre las cuatro de la tarde, hora en que la vida militar se relaja y toda la tropa se encuentra en las compañías echados sobre sus literas, escribiendo a la familia o cosiéndose algún botón de la camisa, se escucha el cornetín de órdenes tocando a “generala”. Este toque es poco frecuente en los cuarteles, pero cuando se oye, todo el mundo tiene que salir corriendo hacia el patio de armas con su fusil en la mano, vestido o desnudo, como se encuentre, pero siempre portando la prenda de cabeza y su armamento. Esta formación no exceptúa a nadie, incluidos jefes, oficiales, suboficiales y tropa.
Se encontraba todo el regimiento formado, una gran muchedumbre caqui sobre el patio central de armas. De pronto, por la puerta principal apareció el Coronel-Jefe, acompañado del Teniente Coronel, el Comandante Mayor y el Capitán Ayudante. El coronel, perfectamente uniformado, luciendo sobre las bocamangas de su guerrera tres estrellas de ocho puntas bordadas en oro y una decena de condecoraciones en el lado izquierdo de su pecho, asiendo un bastón bajo su brazo derecho al tiempo que entrecruzaba sus manos para ajustarse los guantes de cuero, se colocó donde todos podíamos verle y comenzó su arenga dentro de un silencio y una expectación impresionante:
— “¡Soldados, la Patria nos llama, se están produciendo en el Sahara Occidental unas incursiones por parte de tropas del país vecino que dificultan las prospecciones petrolíferas y de fosfatos en aquél territorio español, es necesario reforzar nuestra guarnición en El Aaiún con una compañía expedicionaria de nuestro regimiento. Voluntarios para esta misión, un paso al frente!”.
Naturalmente se escuchó en la explanada el estruendo de un millar de pares de botas dando un paso hacia adelante con el consiguiente taconazo.
Pasaron unos días y ya quedó configurada la compañía expedicionaria que abría que partir en misión especial hacia el territorio saharaui. El que esto les escribe fue uno de los seleccionados.
Casi sin darnos cuenta nos vimos en la estación de Atocha subiendo en un convoy militar con dirección a Valencia: Casi doscientos hombres entre oficiales, suboficiales y tropa, vistiendo uniforme reglamentario con correaje y cartucheras, portando subfusil Naranjero con su correspondiente munición, el tabardo y una manta enrollada puesta a modo de bandolera; petate con ropa, cantimploras, marmitas… Una treintena de vehículos Jeep Land Rever pintados del color de la arena del desierto dotados de emisoras de campaña MK II. Llegamos al puerto levantino y allí aguardaba el Ciudad de Toledo, un buen barco preparado para carga y pasaje, unos años antes había servido como ‘buque exposición’ habiendo navegado por infinidad de países. Todos a bordo con el material de campaña relatado anteriormente nos dirigimos hacia Las Palmas de Gran Canaria. Tres días de navegación para entrar en el Puerto de la Luz de la capital insular. Tras comer en un acuartelamiento que se encontraba en lo más alto de la ciudad y cuyo trayecto tuvimos que realizar a pie, regresamos al puerto de nuevo, igualmente caminando y portando el pesado equipaje.
Al anochecer de aquél día nos embarcaron de nuevo, esta vez en un cascarón de barco que capitaneaba un desaliñado individuo. Desde Las Palmas de Gran Canaria hasta la playa de El Aaiún, toda una noche en una mar revuelta que balanceaba aquél barcucho como si de una pluma se tratara, al llegar nos desembarcaron en unas barcazas anfibias útiles para mar y tierra que nos transportaron hasta la playa, ya que no existía puerto alguno. Allí, unas camionetas descubiertas nos condujeron hasta la capital del Sahara, no sin antes llevarnos el susto que sirvió de antídoto para lo que había de venir. Desde las camionetas escuchamos una ráfaga de ametralladora no muy lejos de nuestros vehículos. Agachamos nuestras cabezas atemorizados. Nadie sabía lo que ocurría, nadie daba información, tuvimos la sensación de ser unos corderos que iban al matadero. Un cabo primero todo nervioso extrajo de su bolsillo un rosario y con la cabeza inclinada comenzó a rezar en voz alta, algunos nos sumamos a la oración. Afortunadamente solo fue eso, un susto, al parecer esos tiros provenían del arma de un legionario que pudo haber sufrido alguna confusión estando de centinela.
Ya nos encontrábamos en “la morería” sanos y salvos, aunque maltrechos por tan penoso viaje. El Aaiún, con sus casitas blancas de adobe y su cúpula en forma de medio huevo. La ciudad estaba compuesta por una calle donde se encontraba el casino militar y al fondo la única iglesia. Nos alojaron en unos barracones de madera a la espera de recibir instrucciones para realizar la misión que nos llevó hasta aquellas inhóspitas tierras. Tuvimos dos días de asueto para reponernos, aunque con la comida que nos servían era casi imposible restablecerse: guiso de patatas con carne de camello, o guiso de judías pintas con carne de camello, era el menú más habitual. El camello, o mejor dicho, el dromedario, se encontraba siempre presente en la vida saharaui, ese animal servía para todo: como medio de transporte, para fabricar jaimas con su pelo, y también para comer su carne, aunque para nosotros era intragable.
En lo que a mí respecta enseguida recibí una carpeta de manos de mi capitán conteniendo las instrucciones de mi trabajo. Me puso como ayudante a un cabo especialista en radio y un conductor perteneciente al Cuerpo de Automovilismo del Ejército. El Jeep Land Rover nº 24 con su emisora de campaña MK II, asimismo me hizo entrega de un vale para retirar de intendencia rancho en frío: algunas latas de conservas, arroz, harina, leche condensada y poco más, para un tiempo no superior a 10 días. A la mañana siguiente debía incorporarme con todo mi equipo a una patrulla mixta, compuesta por Tropas Nómadas —nativos adscritos al ejército español— y miembros de la Policía Territorial, todos bajo las órdenes del teniente Vidal del arma de Infantería.
La salida de El Aaiún hacia el interior del desierto fue muy temprano, sobre las siete, a esas horas ya estaba el sol muy alto, el calor anunciaba ya el tórrido día que nos esperaba. Nos dirigimos hacia Smara, ciudad que los nativos consideraban santa, no sin antes realizar algunas paradas para las oraciones de los musulmanes adscritos a la patrulla. Me llamaba la atención la disciplina que ponían y la fe que derrochaban cinco veces al día en sus rezos, estos moros al servicio del ejército español podían estar el tiempo que fuera sin comer o beber, pero a la hora de sus plegarias, siempre de rodillas y encorvados con la cabeza orientada en dirección a La Meca, eso era absolutamente primordial para ellos.
En Smara tuve ocasión de asistir, junto a un compañero que llevaba tres años destinado allí, a una boda de nativos, se celebraba en una jaima y ya habían pactado la dote que debía pagar el novio: 1 camello, 4 cabras, una pieza de tela y una pulsera. Tras el rito correspondiente, nos sentamos todos en el suelo de la jaima, como aperitivo nos pusieron unos dátiles, después un couscus con carne de cabra o cordero —no supe distinguirlo—, luego una ronda de tres vasitos de té con azúcar de pilón y algunos dulces artesanales hechos con harina y miel. Tras dar las gracias felicitamos al novio, y mi amigo y yo nos dirigimos hasta el acuartelamiento, pues se hacía la hora de arriar bandera por parte de una Unidad de La Legión y en ese acto debíamos estar toda la guarnición presentes. Ellos continuaron con su celebración cantando, bailando y tomando té, mucho té.
Partimos toda la patrulla desde Smara con dirección a Guelta Zemmour, el destacamento más oriental, casi fronterizo con Mauritania, hicimos noche en medio del desierto. Sobre las 23 horas, comenzó un fuerte siroco, las dunas de arena se movían de un lado hacia otro como si de un papel se tratara, tuvimos que refugiarnos en el interior de los vehículos herméticamente cerrados mientras la arena nos golpeaba peligrosamente. A las cinco de la madrugada amainó el viento y la mayoría de los vehículos quedaron medio sepultados por la arena. El problema surgió al no poderse abrir las puertas que quedaron bloqueadas; al final, unos saharauis de la patrulla que quedaron fuera de los coches a sabiendas de lo que podía suceder, pudieron rescatarnos con palas a todos los demás.
En Guelta Zemmour recibimos un radiograma del Mando dando la orden de ir a dar escolta y seguridad a los ingenieros que trabajaban en los yacimientos de fosfatos de Bu Craa. Ya no nos quedaba agua y antes tuvimos que buscar un oasis para llenar nuestros recipientes (pieles de cabra curtidas). Llegamos hasta un lugar donde había un pequeño pozo y pudimos extraer algunos cubos de agua turbia, eso sí, muy fresca y agradable de tomar. Rellenamos nuestros guirbis (así le llamaban los moros a aquellos receptáculos) y emprendimos de nuevo la marcha. Durante el trayecto sufrimos un percance, vimos a uno de los nativos que sangraba abundantemente por las dos piernas. Dio el teniente el alto y atendimos de inmediato con nuestro botiquín a aquél hombre. Después nos enteramos que se había autolesionado con una hoja de afeitar ambas piernas produciéndose hondas incisiones que, de no haberse actuado a tiempo se podía haber desangrado en pocos minutos. Según nos dijo él mismo, era un remedio para aliviarse el dolor que sufría en las extremidades inferiores.
Al fin, divisamos en medio de la arena dos vagones plateados que brillaban como si de plata fueran. Eran los habitáculos donde vivían los técnicos norteamericanos de los yacimientos de Bu Craa. Nuestra patrulla tuvo que prestar servicio de seguridad durante unos días. En el interior de aquellos furgones había de todo: refrigeración, duchas, camas, alimentos, bebidas frescas, y una limpieza extraordinaria; pero allí no podíamos pisar. Solo tenían la atención de invitar en su interior al jefe de la patrulla. Cada mes, un avión bimotor aterrizaba sobre campo de tierra cerca del campamento y transportaba a los ingenieros hasta Las Palmas de Gran Canaria con unos días de asueto. Este personal era muy valorado en su trabajo y gozaban de toda clase de privilegios.
Tras unos días de guardia en el exterior de aquellos vagones, regresamos de nuevo a El Aaiún.
Tuvimos unos días de descanso y la oportunidad de tomar una ducha con una regadera y un poco de agua, la justa para enjabonarnos y aclararnos. Enseguida partimos de nuevo de patrulla, esta vez agregados como radiotelegrafistas a tropas de La Legión. Nos dirigimos en dirección a Hausa y Mahbes, este último destacamento español era el más cercano a la frontera con Argelia. Aquí tuvimos un jefe de patrulla aficionado a la caza, no nos faltó carne. Se situaba en algún lugar estratégico con el mosquetón máuser y, en cuanto se ponía una gacela o antílope a tiro, lo abatía sin fallar. No obstante, nos llevamos un gran susto una de aquellas noches que tuvimos que acampar en pleno desierto. Me encontraba pasando por radio, como siempre en código Morse, la rueda de las cuatro de la madrugada, había una gran interferencia (QRM 5), entre ruidos y con mucha dificultad escuché a la emisora central del alto Mando que me llamaba con un mensaje oficial urgentísimo (QTC SDD). Le respondí que estaba preparado para recibirle, (QRV). Me transmitió el mensaje cifrado y le di el acuse de recibo (QSL). De inmediato me fui a despertar al teniente y vino conmigo hasta el Land Rover para descifrar el contenido del texto que venía en código murciélago. (Nomenclatura utilizada para este tipo de cifrado). Venía a decir: “¡Salgan inmediatamente de esa posición Stop corren grave peligro de atentado Stop diríjanse sin pérdida de tiempo hacia el punto ordenado Stop!”
Naturalmente, en menos de cinco minutos nos pusimos todos en marcha con el armamento cargado y en posición de prevengan.
En Mahbes era habitual escuchar, sobre todo en las noches, algunos tiros al aire provenientes de la parte argelina, seguramente para que fueran escuchados por las tropas españolas destacadas, con el único objetivo de intimidar.
Después vendrían otros servicios por el interior del desierto, siempre acompañando a Tropas Nómadas, Tropas de la Policía Territorial y Fuerzas de La Legión. Lo más lastimoso que pude presenciar fue la matanza de un dromedario para consumo de su carne. No se me olvidará nunca los ojos de aquél pobre animal que miraba a sabiendas —creo yo— de que lo iban a sacrificar. Parecía llorar, sin ofrecer ninguna resistencia… El dromedario es un animal pacífico y servicial, no es capaz de hacer ningún daño y es austero en su alimentación. Ese día no pude comer.
El 13 de junio, me encontraba muy lejos de El Aaiún, en el destacamento de Hagunía, sobre las cinco de la tarde, pasando la rueda reglamentaria con mi emisora me anunció la central un radiograma, (QTC 1). Le di paso para recibirlo (QRV). El texto decía: “Muchas felicidades Stop un beso Stop Mari Carmen”. No recordaba que era el día de mi santo. Mi novia me había puesto un telegrama desde Orihuela hasta el Aaiún y desde allí lo retransmitieron los compañeros hasta mi emisora. Mi sorpresa y alegría fue inmensa, creo que fue lo mejor de mi estancia en el desierto.
El 4 de julio me hallaba en el interior del Sahara, en el paraje conocido como Tisbora, de pronto vi aparecer un avión Junquer que aterrizó muy cerca, un compañero salió del aparato en mi busca, me dijo que tenía orden de relevarme y yo debía regresar en el mismo avión hasta El Aaiún porque la compañía expedicionaria a la que yo pertenecía regresaba al acuartelamiento de Madrid urgentemente. Mi alegría fue indescriptible, por fin saldría de aquél infierno de altas temperaturas que siempre rondaban los 55º a la sombra. A toda prisa, pues el piloto apremiaba, redacté un recibo sobre el capó del vehículo en uno de los impresos de los radiogramas, y se lo hice firmar al cabo radiotelegrafista que me relevó. Subí a bordo del aparato y en media hora tomaba tierra en el aeropuerto de la capital saharaui.
A la mañana siguiente, con un sentimiento de tristeza por el fallecimiento de un compañero —no por acción bélica, ni por atentado, sino por un desgraciado accidente del vehículo que conducía, éste derrapó por un terraplén con resultado de muerte—, nos dirigimos en camionetas hasta la playa de El Aaiún; allí, en lanchas, nos llevaron hasta el buque Virgen de África, para subir a bordo tuvimos que realizarlo trepando por unas escaleras de cuerda que nos arrojaron desde el barco. Nos condujeron directamente hasta el puerto de Cádiz donde nos esperaba un tren, exclusivamente para nosotros, que nos trasladaría hasta Madrid.
Mi experiencia entre cristianos y musulmanes fue muy gratificante a nivel personal, aunque penosa por las condiciones en las que tuve que desempeñar mi cometido. De todas maneras, recuerdo con cariño mi estancia allí, y siempre echaré de menos aquellas impresionantes puestas de sol, y las noches en medio del desierto, sentados en el suelo junto a los nativos alrededor de una hoguera, tomando vasos de té con azúcar de pilón en ronda de tres en tres. Pero sobre todo, la solidaridad que había entre nosotros en los momentos difíciles o de peligro.
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(Fotos: Colección de A. Colomina)
Improvisado recibo redactado en un impreso de telegrama.
El autor de este relato (a la derecha), junto a dos compañeros en una foto de broma para remitir a las novias de ambos.
Unos nativos con su dromedario por las afueras de El Aaiún.
Única iglesia cristiana que existía en El Aaiún en 1960.
Espléndido relato que expone muy bien las vicisitudes del servicio militar en el Sahara pero que recoge también la inolvidable belleza de sus paisajes y las memorables charlas entre camaradas en noches de luna cuando, a mi entender, el desierto alcanza su máximo embrujo.
ResponderEliminarEnhorabuena, Antonio.
Un abrazo.
Paco Acebes
Estimado Antonio: ¡Vaya aldabonazo a la Memoria!
ResponderEliminarDebo reconocer que, tras la crónica ofrecida por nuestro compañero Paco Acebes, detallando sus impresiones en su visita a nuestro recordado Cuartel de Transmisiones, un nuevo impacto emocional nos ha llegado de tu pluma con el vigor fresco de un muchacho veinteañero.
Tu relato nos ha conmovido por todas las situaciones vividas en un suelo áspero -que conservaba todavía ecos de dolor y sangre.
Tus descripciones, a pesar de los años transcurridos, son serenas por el fruto de la amistad y compañerismo. No brota para nada el rencor.
Un entrañable relato, que, a los lectores del Libro-Revista "Fiesta Oficial de la Reconquista"(moros y cristianos)de Orihuela recibirán con agrado. La misma complacencia que recibimos los lectores de estre Blog.
Por mi parte, recibe la mejor felicitación y un extraordinario respeto.
Si me lo permites, y porque creo que merece relevancia - y más para ti-, el cariñoso telegrama del día 13.6.1961, bien encaja el siguiente título ." UN BESO DESDE ORIHUELA" .
Un abrazo.
José
Manresa
Muchas gracias a Antonio Colomina por su relato. Siempre estas narraciones nos traen detalles de la realidad, muchas veces olvidada por los relatos oficiales. Hechos desconocidos, pero sin los cuales es imposible conocer el "ambiente" sahariano.
ResponderEliminarEste relato, además menciona al teniente Vidal, uno de esos militares que no dudo en calificar de personaje. No era de Infantería, era de ingenieros, de Zapadores. estrenó sus estrellas de teniente recién salido de la Academia en Smara. Allí participó en los combates con mercenarios marroquíes, que ocurrieron tras la guerra del 57-58. Allí estaría hasta 1962, más o menos. Posteriormente en 1974, sería castigado por sus ideas democráticas y enviado a Sahara. Vidal, desde el primer momento empatizó totalmente con los saharauis, conocía bien su lengua y costumbres y fue siempre un militar respetado por los nativos, incluidos sus adversarios de ese momento, el FPolisario. El y sus hombres fueron los que instalaron los campos de minas en la frontera para detener la marcha verde de Hassan II. Cuando se traicionó a los saharauis y se les abandonó vergonzosamente, el colaboró para facilitar su huída hacia Argelia y posteriormente tras el abandono del territorio. Falleció en 1981 en un accidente de tráfico.
Si hay más información sobre este oficial, estaría encantado de oirla y lo agradecería mucho.
saludos cordiales, Antonio Marrero
Antes que nada, mis saludos cordiales para los amigos Julio y Fernando, timoneles incansables del blog. Antes se me pasó el saludo por la emoción de encontrar un personaje conocido, Bernardo Vidal.
ResponderEliminarMe permito volver sobre el artículo de Antonio. Es interesante porque trata de una época mal conocida, antes de que comenzaran a llegar los soldados de reemplazo y peligrosa por las correrías del Yeich Taharir, esas bandas organizadas por Hassan II. Sus empeños fracasaron por la decidida actitud española de combatirlos sin tregua.
El cuartel en Las Palmas donde se alojó Antonio, debe ser el Cuartel de Mata, de transeúntes y cercano al castillo de San Francisco, prisión militar por entonces. Una buena caminata desde el puerto.
Tuvo la suerte de conocer sitios muy distintos del norte del territorio y con Tropas Nómadas, una unidad legendaria y que hoy consideraríamos como fuerzas especiales. Formadas por gente muy dura y curtida en penalidades y sacrificios y en las que por entonces los únicos españoles eran los oficiales.
Menciona disparos en Mahbes. Allí estaba la 3ª Cia. montada de Nómadas. La amenaza no provenía de Argelia, sino del norte, de Marruecos. Argelia vivía por entonces tiempos revueltos, antes de la independencia y allí había tropas francesas, en Tinduf. Poco despues de la independencia, Hassan intentó invadir la zona, pero fracasó. En cualquier caso, las infiltraciones marroquíes fueron interceptadas y combatidas. El mensaje SDD seguramente se debió a que se tuvo noticia de una de esas incursiones.
Y era la época de los petrolitos y del inicio de la minería.
En fin, si Antonio desea contar más cosas de esa época, se los agradeceré. Si hay más fotos, encantado de contemplarlas.
Remitiré a Julio en cuanto las localice algunas fotos, una de Vidal y otra de petrolitos.
saludos cordiales, Antonio Marrero
Deseo expresar mi gratitud a los amigos y compañeros que han hecho comentarios sobre mi relato "Entre cristianos y musulmanes" por sus amables palabras.
ResponderEliminarA mi tocayo Marrero le respondo: Efectivamente, donde nos llevaron a comer el día de la llegada a Las Palmas tuvo que ser el cuartel de transeúntes que tú mencionas. Solo recuerdo que para llegar andando tardamos mucho y la cuesta arriba era interminable, encima cargados con todo el equipo de campaña...
Sobre el teniente Vidal te aclaro que no llegó nunca a ser jefe de mi patrulla. Le conocí en Smara y, efectivamente, era de ingenieros. Cuando redacté el relato puse su nombre como modesto homenaje a aquel oficial que era una gran persona: afable, inteligente y un buen amigo. A pesar de ser muy joven (era de la escala activa) y tener una carrera por delante, su bondad y sencillez le enaltecían. Siento que muriera en un accidente.
Por lo demás no quiero que nadie vea este relato como algo puramente histórico, ya digo en el título que "está basado en hechos reales" lo que no quiere decir que todo se tenga que tomar al pie de la letra.
Reitero mi agradecimiento a todos.
Un abrazo.
Antonio Colomina (Alicante)
Gracias Antonio por tus palabras. Para mí es un placer leer estas cosas y lo de al "pié de la letra" lo comprendo, siempre hay deslices de la memoria, pero reflejan lo esencial y a mi modesto juicio, tu relato es excelente y muy exacto. Lejos de las pompas oficiales y los indigestos relatos históricos, la tuya es historia vivida. Ademas de mostrar una excelente memoria, nos sumerge en la realidad, lo cual para mí que llevo hurgando en esto desde hace años, es una alegría y un alivio. Alivio, porque a diferencia tuya, en otros relatos hay mucha fantasía.
ResponderEliminarEn breve remitiré a Julio una foto de Vidal y un par de un campamento de petrolitos. Quizá te traigan nuevos recuerdos y por qué no, puedan inspirar nuevos relatos que siempre serán bienvenidos.
Saludos cordiales, Antonio Marrero
Gracias por publicar las fotos. La primera, procede un libro magnífico escrito por Fernando Mata y titulado: Smara. Historia de una ilusión (Simancas Ed. 1997). Fue compañero de Vidal en Smara y también estrenó sus estrellas de oficial allí. Un libro espléndido, bien escrito y muy ilustrado. Allí pone que a Vidal los saharauis lo apodaron Hakem Bu Ras. Viene a significar el jefe de la cabeza grande.
ResponderEliminarLas otras dos proceden de un sitio de aviación y viejas fotos. En una aparece un avión bimotor, citado por Antonio, un DC-3 de Spantax. El lugar de la foto es desconocido, hubo muchos sitios así. Los resultados de sus trabajos siguen desconocidos. Los ocultaron a conciencia hasta al propio gobierno español. De la seguridad del personal e instalaciones al inicio se ocuparon las unidades de Tropas Nómadas.
Saludos cordiales, Antonio Marrero
Impresionante el conocimiento que tiene mi tocayo Antonio Marrero sobre el Sahara. Gracias por tus elogios a mi modesto trabajo que, sin duda, tú hubieses aportado a él mucho más.
ResponderEliminarUn abrazo.
Antonio Colomina (Alicante)
A raíz de los diversos comentarios en alusión muy merecida al relato "Entre cristianos y musulmanes" de nuestro compañero Antonio Colomina, me ha surgido una duda -seguramente a un desliz de mi memoria- que desearía me aclarara, precisamente don Antonio Marrero, por su condición, creo de insular.
ResponderEliminarEn su comentario de fecha 27.6.13, cita que "en el Cuartel -donde se alojó Antonio Colomina- debe ser el Cuartel de Mata, transeúntes, cercano al Castillo de San Francisco,antigua prisión Militar por entonces..."
Como que en alguno de mis relatos ya había comentado, en abril del 58, al regreso de Manresa finalizado el permiso por fallecimiento de mi padre,que me alojé durante 13 días en el Cuartel de San Francisco, de transeúntes, así fue mi localización a todos los efecto. Recuerdo que dicho centro aparentaba más un convento que un cuartel. Con un patio interior con arcadas y de estructura cuadrada, con una escalinata de acceso a dos plantas. Me parece recordar que dicho edificio se encontraba en una zona urbana, no muy lejos de la calle Triana ni del parque de Santa Catalina, y creo que muy cerca,en una plaza, había una iglesia.
Esta es la petición que ruego me aclare don Antonio Marrero. No sería extraño que mi memoria me haya fallado...Muchas gracias.
José
Manresa
9.7.13
Estimado José, ante todo, muchas gracias por tu comentario y también mis disculpas por un error de identificación que he cometido. El cuartel a que te refieres es efectivamente el viejo Cuartel de San Francisco, que fue demolido en 1963 y había sido antes convento. Estaba en la calle General Bravo, de Las Palmas, ahora su lugar lo ocupa un edificio horrendo modelo caja de zapatos.
ResponderEliminarEsta es una referencia de prensa a la demolición:
http://jable.ulpgc.es/jable/falange/1962/12/15/0007.htm?palabras=cuartel+san+francisco
Esta es otra en que aparecen unas fotos, se ven incluso garitas de centinela:
http://canariashistoriasnaturales.blogspot.com.es/2011/08/138-arboles-de-las-palmas-de-gran.html
Aquí unas fotos antiguas del Cuartel:
http://fotosantiguascanarias.org/albumesext/images/06913.jpg?friendlyurl=
Se puede observar su cercanía al histórico barrio de Vegueta, a Triana y a la catedral, como muy bien recuerdas. Cerca está la iglesia del antiguo convento franciscano.
Este es el enlace a una colección de fotos históricas, en varias aparece el citado cuartel:
http://www.fotosantiguascanarias.org/buscador/album_pag.php?st=1&free=san+francisco&Submit=Consultar&page=1
http://fotosantiguascanarias.org/albumesext/images/06911.jpg?friendlyurl=
Mi error ha sido confundir el Cuartel de san Francisco con el castillo del mismo nombre, que en ea época era prisión militar, cercana al castillo de Mata. Este último era donde en los tiempos finales españoles en Sahara se alojaban las representaciones de las unidades y transeuntes de vez en cuando, aunque creo, no estoy seguro, que a los de paso los alojaban en los cuarteles de la Isleta, cerca del puerto.
Tu memoria es excelente y me ha ayudado a revisar el asunto junto a corregir un error de asociación de nombres. Curiosamente, vivo a unos centenares de metros de otro antiguo convento franciscano, en La Laguna, que durante muchos años fue cuartel de artillería.
Saludos cordiales y a tu disposición,
Antonio Marrero
Amigo Antonio Marrero: Debo calificar de extraordinaria la respuesta a mi duda planteada, pues no sólo me has complacido con una aclaración, sino que has remitido para el goce de todos los lectores, y mío especialmente de un extenso compendio fotográfico, tanto de Gran Canaria(Las Palmas) como de Tenerife. Las imágenes concretas sobre el Cuartel de San Francisco y sus aledaños, han servido para refrescar más mis recuerdos conservados en la retina. Evidentemente, allí estuve.
ResponderEliminarComo amante de temas retrospectivos, yo guardaré todo el contenido de estos enlaces como bien preciado.
Lamento la demolición habida de dicho recinto, pero sí me ha conmocionado en concreto leer la noticia en la prensa en su día, dedicando el periodista una entrañable y sentida glosa, que casi me ha calado como una venerable oración.
No debo negar también mi contento por no haber incurrido en un desliz por los años, como igualmente haber podido "corregir" por tu parte el error de asociación.
Todavía puedo añadir un nuevo dato, en este caso una anécdota, así lo consideré puesto que era la primera vez que la presencié. En la citada iglesia próxima al Cuartel: un día a últimas hora de la tarde, fui te,testigo de la celebración de una boda, con novios, invitados y el correspondiente arroz. Celebración para mí una novedad.
He visitado estas islas afortunadas en tres ocasiones, Tenerife y Lanzarote. Me encantará visitar Gran Canaria.
Gracias por todo, es loable toda colaboración que pueda publicarse en este Blog de recuerdo , amistad y cultura.
Un abrazo y felices vacaciones.
José
Manresa
Manresa
Gracias José por tus palabras que agradezco muchísimo y me alegran. Debo decirte, aunque ya te habrás dado cuenta, que uno es historiador aficionado y que Ifni y Sahara son mi pasión desde hace años.
ResponderEliminarSiempre he estado interesado en conocer la versión histórica de "los de abajo" soldados y suboficiales, porque de sus relatos se desprenden muchos detalles que me hacen llegar a lo real. A cosas que en crónicas de "las alturas" obvian, olvidan, no les interesan y unas cuantas veces disimulan, por decirlo suavemente. De esta historia pequeña, oral, recuerdos, fotos, en este blog hay magníficos ejemplos como los vuestros o los del Cte. Parra. Y señalo a este último porque sus recuerdos fueron importantísimos a la hora de desenredar lo que realmente pasó en el combate de Edchera y cuya relación oficial se parece poco a la realidad.
Otro ejemplo y referido a Ifni son los relatos de Manuel Jorques, realmente extraordinarios y alta calidad. Sin ellos y los de otros soldados, solamente tendríamos recuerdos más o menos románticos, parciales o fríos datos burocráticos.
Me sigue asombrando, aunque ya estoy curado de espantos, lo desconocido que sigue siendo este tema de las antiguas colonias españolas. Faltan muchos temas que tratar y de lo publicado, salvo honrosas excepciones habría que revisar críticamente mucho. Pero, hay demasiados documentos en archivos que desgraciadamente siguen siendo inaccesibles. Pero la historia de quienes fueron testigos presenciales son de gran valor, pese a que algunos la desprecien o minusvaloren.
Gracias otra vez a todos los veteranos que nos regalan sus historias y sus recuerdos. Mi agradecimiento hacia ellos.