Historias de El Pardo
Un lugar para el recuerdo de los Veteranos del Regimiento de Transmisiones
31/05/2009
San Fernando 2009
27/05/2009
Felicidades...
23/05/2009
San Fernando, Patrón del Arma de Ingenieros
Soneto a San Fernando
Oficial de Ingenieros en 1.906 (Dibujo: Salas)
Gastador de Ingenieros en 1.886 (Dibujo: Salas)
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Fuentes: Revista "Ejército"
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“El ingeniero”. Marcha militar del siglo XIX compuesta por el Músico Mayor de Ingenieros D. Ramón Roig. Escuchar aquí:
17/05/2009
Acotación al blog
Con referencia al comentario de Antonio (mayo 2009) sobre el capitán Sánchez me agradaría dejar constancia de que durante casi un año tuve un trato cercano, diario, con él. En todo momento le vi comportarse como un hombre cabal, comprensivo y discreto. Era serio, educado y parco. Leo con pena que su carácter se agrió. Me imagino que debió percibir como injusticia la falta de ascenso a comandante (categoría que, por cierto, era su tope por proceder de una escuela de transformación de oficiales después de la guerra). Espero, por su bien, que llegara a superar esa reacción lógica al sentirse injustamente postergado. Creo que eso ocurre a bastante gente cuando siente que sus méritos no son debidamente reconocidos.
Cuando le conocí debía rondar la cincuentena, era mayor para su grado, pero el Ejército de entonces estaba sobredimensionado y mal pagado. Casi todos los oficiales eran mayores para su empleo: tenientes casados y con hijos no son habituales en ningún ejército moderno. Los dos tenientes de la Compañía Expedicionaria también eran mayores, uno de ellos debía estar a punto de jubilarse.
El capitán Sánchez cumplió una excelente labor con la Compañía Expedicionaria y se ganó el respeto de los que servimos a sus órdenes. A mi modo de ver, el desempeño y la conducta del capitán Sánchez dignificaban la profesión militar. Nunca le volví a ver pero me agradaría que publicaseis esta nota como homenaje a la memoria de un buen hombre.
Quiero aprovechar también esta ocasión para agradecer los comentarios elogiosos que otros veteranos habeis destinado a mi amigo Sabaté y a mí. (Francisco Acebes)
16/05/2009
Al Estandarte del Regimiento de Telégrafos
07/05/2009
Mapa de Transmisiones en Ifni
Cabo de la Compañía de Transmisiones Bon. Mixto de Ingenieros IFNI
Agosto de 1966 a Septiembre de 1967 - Lugar de residencia: Bilbao
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En las principales líneas, aparte de estar al cargo de una pequeña centralita telefónica, de diez líneas para comunicarnos con las cotas, también teníamos que reparar los cables, ya que como eran bastante viejos e iba por superficie, había que repasarlos constantemente.
Para diferenciar las distintas zonas en el mapa de telefonía de campaña y emisoras de radio, voy a tratar de identificar los distintos signos en lo que yo recuerdo:
**En los puntos rojos estaban los puestos de mando de las distintas compañías de tiradores.
**En los puntos cuadrados negros: Aquí estaban ubicadas las distintas cotas con terminal telefónico, estas edificaciones, de las que yo conocí la zona de Ussugun, 348, 295 y 304, eran unas rudimentarias trincheras donde se alojaba la tropa, compuesta por no más de 12 soldados con un Cabo 1º o un Sargento al mando. En la cota marcada como avanzada no disponían de teléfono y era solamente una altura del terreno, con una rudimentaria caseta, donde se alojaba un vigía con unos prismáticos para observar unas cabilas, que con soldados de Marruecos, estaba en una vaguada.
--- En la zona marcada con puntos rojos estaban todos los cuarteles, a saber:
T1 - Tiradores Uno C - Campamento
Ar- Artillería In - Ingenieros
Lg - Legión T2 - Tiradores dos
Con este signo de la antena he representado las instalaciones de radiotransmisores de campaña que existían en el territorio de IFNI.
— Toda la zona marcada en rojo, con alambradas incluidas, correspondía a la frontera con Marruecos, sensiblemente mermada desde la contienda de 1957-58.
Respecto a los demás signos expuestos en el mapa, tengo que reconocer que no recuerdo exactamente a que pertenecían, lo que si puedo decir es que dicho mapa está copiado a mano del mapa oficial que teníamos en la compañía de transmisiones, es rigurosamente cierto en cuanto a sus nombres, ubicaciones y situación de los puntos marcados, salvo error por mi parte. Espero y deseo que algún ínternauta que entre en el RINCON pueda ampliar mis recuerdos.
Tengo que agradecer a mi maestro Matías Pulido, (hoy día Comandante “R”) Que me haya dado información para modificar el mapa, y que nos instruyó en las artes del Morse, e hizo que el tiempo que pasé en la mili, no fuera un tiempo perdido como muchos lo piensan. Tambien debo agradecer a Pablo Vázquez Ramírez, Administrador del Portal “El Rincón de Sidi Ifni”, que también me ha aportado ideas sobre la construcción del mapa.
El equipo de "Historias de El Pardo" agradecemos a D. Víctor de Marcos González este interesantísimo trabajo sobre el servicio de Transmisiones en Ifni.
02/05/2009
“1957-58, CRÓNICA A CORAZÓN ABIERTO”
Junto con los soldados que participaron en la fuga de julio de 1936, la de 1956 ha sido probablemente la quinta más movida de cuantas han transcurrido por el Regimiento de Transmisiones de El Pardo.
A aquellos que rememoran los años juveniles, alegres y tristes, del servicio militar que cumplieron allí, nos atrevemos a ofrecerles esta sincera crónica de la quinta de 1956 y de los voluntarios, todos incorporados en Marzo de 1957, elaborada por dos compañeros que se han reencontrado epistolarmente cincuenta años más tarde. Sirva de homenaje a la amistad perdurable que frecuentemente se crea en los cuarteles durante el periodo militar.
Sabaté: Los voluntarios, procedentes de casi todas las provincias de España, llegamos individualmente y entramos al Cuartel General Zarco del Valle de forma escalonada a partir del día 27 de febrero. Yo llegué en tren desde Manresa - haciendo trasbordo en Zaragoza-, el día 28 a la Estación de Atocha. Lo primero que vi fue el grandioso y clásico anuncio de Gal. Ya en el andén, nos encontramos casualmente tres paisanos, uno de la provincia de Lérida, otro de la provincia de Barcelona y yo de Manresa, también de la misma provincia, con el mismo destino. Éramos en total 46, comprendidos en edades entre 18 y 20 años. Había tres o cuatro más, cuyos nombres quedaron difuminados y evadidos... cabe suponer que eran individuos reales que también lograron su licencia con este tipo de servicio a la Patria. La motivación de la mayoría era la elección de Cuerpo y Plaza al objeto de quedarse en el Ejército, o bien adquirir los máximos conocimientos en radiotelegrafía, que este precisamente era mi motivo preferente.
Acebes: Para los que procedíamos de Madrid todo comenzó el 30 de marzo de 1957 en un centro militar del paseo de María Cristina adonde nos habían convocado. No empezó nada bien porque nos esperaba un alférez que nos informó de que tenía orden de llevarnos al Regimiento ¡andando!, orden que estaba dispuesto a cumplir, aunque si lo preferíamos podíamos tomar un autobús que salía de la cercana calle de Drumen que, por un duro, nos llevaba a El Pardo. Obviamente, aceptamos pagar las cinco pesetas.
Al llegar, el furriel nos facilitó un mono caqui y unas alpargatas. En la peluquería nos raparon la cabeza. Luego pasamos a la enfermería. Nos pusieron en fila. Un enfermero nos fue clavando una aguja en la espalda a cada uno. Luego, otro enfermero que le seguía insertaba la jeringa a la aguja para aplicar la vacuna correspondiente. Muy organizado. Convertidos en una masa anónima -al salir de la peluquería no nos reconocíamos- comenzamos a hacer amistades que perdurarían en el recuerdo. Nos suministraron dos mudas de algodón, dos camisas, calcetines, un gorro con borla de los de la guerra de Cuba (poco después se eliminaron esos gorros y nos dieron una gorra de visera como las actuales), unas botas, un jersey, una guerrera y un pantalón, cartucheras y cinturón de cuero, un saco, un peine, un cepillo de dientes y un tubo de pasta dentífrica. No recuerdo exactamente donde nos alojamos esos primeros días.
Sabaté: Desde el primer momento de la incorporación vuestra, ya percibimos que el trato era diferente…a pesar de nuestra condición de voluntarios. ¿Recuerdas que con el equipo de vestir también nos dieron una manta, cabezal y un par de leguis?, que eran como un complemento-continuidad que se unía a las botas, del mismo material de piel, y que recogía los bajos del pantalón. Por lo menos abrigaba en invierno. Lo que a nosotros no nos dieron, ni saco, ni peine, ni cepillo de dientes ni un tubo de pasta dentífrica. Cada cual a lo suyo que llevaba de casa. A propósito, la guerrera era la característica sahariana (¿quién lo iba a decir?..).
Acebes: Nos hicieron unas pruebas de conocimientos, luego se conformaron las compañías. Quedamos en la Segunda Compañía de Radio. La mandaba el capitán don Victoriano Sánchez García, un hombre cabal. Para sorpresa de muchos, una de las tres compañías que constituían el regimiento estaba compuesta casi exclusivamente de analfabetos y maestros. Es decir, que la tasa masculina de analfabetismo real de los jóvenes de nuestra generación y grupo social superaba ¡el 30%! Hay que decir que, en ese aspecto, el ejército hacía una labor encomiable pues maestros del reemplazo se dedicaban exclusivamente durante tres meses a la enseñanza de los analfabetos, que estaban exentos de servicios con armas y no podían jurar bandera hasta que alcanzaban el nivel de alfabetización requerido.
Sabaté: Nosotros igualmente pasamos las pruebas médicas y las mismas de conocimientos, y debo decir que entre nosotros no había ningún analfabeto, aunque unos con más estudios que otros, a pesar que muchos tenían su origen en zonas rurales. Yo diría que todos ingresaron conscientes de lo que iban a hacer, y en lo personal educados y creyentes. A los voluntarios nos alojaron en la primera planta de una nave, una Compañía denominada la Primera, al mando del Teniente Comandante José Lavín (así firmaba)) cuyo trato y estilo eran en plan de disciplina legionaria, lamentablemente la contagió bastante a los Cabos 1º y Cabos 2ª Instructores. Yo creo que tras su salida de la Academia se equivocó de Cuerpo.
Acebes: Los cuarteles estaban en buenas condiciones de mantenimiento; las naves y dormitorios eran amplios y bien iluminados. El Regimiento se componía de seis compañías, tres de veteranos y tres de reclutas: cada una de ellas, de unos cien hombres, se alojaba en una sola nave con camas de a dos literas. .
Sabaté: Un tema que a mi me impactó fue ver tantos vehículos militares estacionados en las aceras de cada nave y espacios libres del patio, camiones de todo tipo y una abundancia de jeeps (todo de procedencia USA). Curiosamente ninguno tocaba de ruedas en el suelo ya que se apoyaban en tacos de madera. Su aspecto era de abandono y sin ninguna puesta a punto. Eso sí, era muy decorativo.
Acebes: En el cuartel había una piscina cuyas duchas utilizábamos una vez a la semana; el uso de la piscina estaba restringido a oficiales y sus familiares. Había un bar donde comprábamos bebidas o bocadillos. No existía ninguna sala de lectura, biblioteca, cine o club en todo el amplio recinto cuartelero. No se daban charlas ni conferencias. Ni siquiera circulaba o se vendía prensa.
Sabaté: La primera vez que utilizamos las duchas que había en la piscina, a mi me produjo un lamentable recuerdo. Nos hacían duchar por tandas muy rápidas sin poder graduar el agua a nuestra voluntad sino al capricho del superior que mandaba la ablución, lo cual obligaba a no prolongar mucho el enjabonado. Eso yo lo ignoraba y me encontré con todo el cuerpo lleno de jabón y espuma en el preciso momento que cortaron el agua y dieron paso a otra tanda saliendo de la ducha. ¿Tú te imaginas como tenia yo el cuerpo y vestirme a toda prisa? Tuve que arreglarme en los lavabos de la Compañía. Verdaderamente, lo pasé fatal. Nunca más me ocurrió.
Acebes: Desgraciadamente, se permitía el castigo físico, en forma de carreras extenuantes o bofetones, aplicado generalmente por sargentos y cabos primeros, rara vez por oficiales, aunque eran consentidores. Algunos oficiales anunciaron que, en la compañía a su mando, no se permitiría ese tipo de castigo.
Sabaté: Las reprimendas eran temidas, en efecto. Normalmente venían de los sargentos y Cabos 1º: dar vueltas al patio, fregar los suelos, la temible cocina, las noches de la Prevención, la anulación de paseo y el pelado al cero. Yo tengo la satisfacción gracias al Sargento Bienvenido Picado, de haber pasado por la Prevención una noche; motivo, estar sentado en una litera.
Acebes: Pronto comenzó el periodo de instrucción. Pasábamos horas y horas practicando desfiles en el patio y asistíamos a clases teóricas y prácticas de radiotelegrafía y telefonía que se impartían con bastante poco convencimiento y se tomaban con aún menos. De vez en cuando salíamos de marcha por los alrededores de El Pardo o a hacer prácticas de radio y telefonía. Por las tardes jugábamos al futbol durante horas en el patio. En cuatro ocasiones hice prácticas de tiro: dos veces con mosquetón en tandas de cinco en un túnel de tiro y otras dos veces en el monte de El Pardo con un fusil ametrallador conocido entonces como naranjero.
Sabaté: También hacíamos la gimnasia y la instrucción en el patio, pero apartados de los del reemplazo. En el periodo de descanso, se nos permitía fumar, mientras contemplábamos que a los del reemplazo les repartían bocadillos. Nunca llegamos a comprenderlo.
Acebes: Nunca me di cuenta de que hubiera diferencias, tampoco las hubiera entendido. El café de recuelo de por la mañana lo complementábamos con leche condensada en tubo y con porras que una churrera, que aparecía muy temprano, nos vendía caminando tranquilamente entre la formación. La comida de mediodía era aceptable; la de la tarde, pésima, así que nos acostumbramos a no cenar tras merendar de lo que nos habían traído de casa o una rica ensalada con atún que nos preparaban por poco dinero en uno de los muchos merenderos que había en El Pardo, hoy convertidos en restaurantes.
Sabaté: La comida era ni más ni menos que el típico rancho, con acompañamiento de dos buenos chuscos. Yo no olvido los postres de natillas y arroz con leche.
Acebes: Finalizado el periodo de instrucción, habiendo jurado bandera y licenciado el reemplazo anterior, nos cambiaron a la Primera Compañía de Radio y pasamos a vegetar. También obtuvimos más permisos de fin de semana.
Sabaté: Yo sí que recuerdo con agrado el día de la Jura de Bandera que coincidió con la festividad del San Fernando, Patrón de Ingenieros. Diana floreada, Misa de Campaña, Jefes, Oficiales, Suboficiales y Tropa todos de gala. La emoción de un acto nunca vivido y saber que ya éramos soldados. Se acabó la instrucción y ya sólo los cursos de radio y el de Cabo. La comida fue extraordinaria y el trato, al menos por un día semejó al de una gran familia. Por la noche y al aire libre tuvo lugar una sesión de cine y que todavía recuerdo el título de la película Pasos en la niebla, protagonizada por Jean Simmons y Stewart Granger.
Acebes: A mí me nombraron escribiente de la compañía. Entonces encontré a algunos de tus difuminados y evadidos en 8-10 fichas que pasaban lista pero a quien nunca vi. Entre ellos, dos hijos de un alto cargo del cuartel. Pasé muchas tardes de verano traduciendo los manuales de inglés de una partida de equipos de telecomunicaciones que acababan de llegar. Curiosamente, tenían los indicadores en ruso. Después supimos que habían sido construidos por los americanos para las tropas aliadas soviéticas antes de terminar la Segunda Guerra Mundial, pero que fueron luego enviados a España como parte de la ayuda americana.
Sabaté: Entre junio y mediados de julio yo seguí los cursos de Radio y de Cabo. Por esta razón estuve exento de servicios de armas, pero no de los domésticos ni de la cocina. El Sargento era el Sargento y el Cabo 1º era el Cabo 1º.
Acebes: A finales de julio de 1957 salimos de maniobras hacia los Pirineos. A los soldados nos acomodaron en vagones de madera de los que se utilizan para el transporte de mercancías y ganado. El desembarco de los vehículos en Manresa fue muy accidentado porque los conductores, todos noveles, nunca habían bajado vehículos de un vagón de ferrocarril, tarea nada fácil. Luego continuamos por carretera, atravesando Cardona y Solsona, hasta los parajes pirenaicos cercanos a Guissona, donde se iba a desarrollar una guerra ficticia entre los bandos azul y rojo. Tuve suerte porque el coche que tenía asignado se quedó de suplente.
Sabaté: Yo tuve la gran alegría de que desembarcamos en Manresa –y de forma inesperada- precisamente donde yo residía con mi familia. El Capitán me dio permiso para ir a casa a ver a mis padres y hermanos.
Acebes: Al regreso a Madrid, el tren de la Agrupación de Transmisiones, con la que compartíamos las instalaciones de El Pardo, que circulaba dos horas delante del nuestro, chocó con otro tren y hubo bastantes muertos y heridos, casi todos ellos causados por astillas. Los rumores no confirmados y el desorden de la información militar, agravados por ser domingo, hizo que numerosas familias se agolparan en El Pardo exigiendo noticias. Al final todo se saldó implantando una censura de prensa estricta sobre el accidente y dándonos un mes de permiso.
Sabaté: ¿Y te acuerdas de qué forma nos comunicaron que íbamos a África? Nos lo dijeron el día 4 de noviembre en el comedor, después de los postres. Simplemente que: a los citados a continuación que se concentren en la Compañía porque mañana saldrán hacia África., Sin más, quedamos acuartelados. A partir de aquí incertidumbre y sorpresa por una nueva aventura, nada menos que en Africa, sin saber para qué ni dónde. Poco trabajo para el furriel y el Maestro armero. Porque sólo nos dieron una mochila y una cantimplora. Lo único nuevo que recibimos, y todavía por estrenar, fue un mosquetón y machete (de fabricación checa) empavonado hasta la culata y de cerrojo rígido. El trabajo que nos dio para luego pasar revista.
Unos días antes, el 14 de octubre, Marruecos había reivindicado ante la ONU sus derechos sobre los territorios del Sahara Español y de Ifni, posiblemente en previsión del ataque generalizado que las bandas del Ejército de Liberación saharaui pensaban llevar a cabo sobre ellos. Años más tarde se publicó que desde abril de 1957 el Ejército de Liberación saharaui campaba por sus respetos en la práctica totalidad del Sahara Español. Se calculaba que tenían dentro de las fronteras españolas a unos 1.800 hombres, número ligeramente superior al de las fuerzas españolas. En agosto de 1957, sin haber recibido aún los refuerzos solicitados, se abandonaron todos los poblados al interior del Sahara quedando las guarniciones españolas aisladas en los núcleos más poblados. No se contaba con artillería, carros, vehículos blindados de reconocimiento ni con transportes oruga acorazados. Tampoco se disponía de cisternas.
Acebes: El 5 de noviembre de 1957 por la noche salimos hacia Cádiz, camino del Sahara Español, formando la Compañía Expedicionaria de Radio con otros 70 compañeros. Esta vez íbamos, al menos, en vagones de tercera y podíamos dormir, algunos en el suelo.
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Sabaté: El día 5 todo fueron prisas y la mayoría de nosotros sin poder decir nada a la familia. La Compañía Expedicionaria, quedó formada en el patio del Cuartel. En posición de firmes y con un silencio sepulcral, el Coronel hizo su parlamento: Que íbamos a una importante misión, que estaríamos bien atendidos por nuestros mandos, que éramos los escogidos, que estaríamos bien, etc., pero sin decir exactamente a dónde. Pero el tono del Coronel, al final ya me pareció de la clásica arenga de despedida con sentimiento porque al final gritó ¡Viva el Regimiento! y ¡Viva España! El Teniente Lavín no fue expedicionario.
Acebes: Tampoco los dos hijos difuminados.
Sabaté: La noche del 5 de noviembre era fría y lloviznaba. Después de todas las maniobras de embarque de material y vehículos, vino nuestro acomodo esta vez en vagones de pasajeros (de 3ª clase). El tren partía a las tres de la madrugada. A mí, con otros compañeros, nos tocó la vigilancia del convoy hasta la llegada a Cádiz. Nuestro puesto eran los vagones de carga (en la caseta de frenado). No hace falta explicar el frío que padecimos todo el viaje, principalmente al pasar por la zona de Despeñaperros. Yo acabé en la cabina de una ambulancia, por lo menos estuve a resguardo, pero sin dormir.
Acebes: El 7 de noviembre zarpamos de Cádiz en el Ciudad de Oviedo, un barco de cabotaje que se dedicaba normalmente al transporte de fruta. Tocamos en Ceuta y, tras tres días de navegación, de los que algunos los pasamos tendidos en la bodega totalmente mareados, llegamos a Las Palmas. Recuerdo que habían instalados unas letrinas provisionales a estribor. A las pocas horas la peste de las letrinas agravaba aún más los deseos de vomitar. Estuvimos 2-3 días en un cuartel de Las Palmas. Creo recordar que nos dieron unas fundas de colchón. Aprovechamos para ver algo de la ciudad y de las playas.
Sabaté: Si mal no recuerdo, desde Las Palmas ya nos dividieron en tres grupos, fueron tres destinos: El Aaiun, Villabens (Cabo Juby) y Villa Cisneros.
Acebes: Eso no lo recuerdo. No olvides que en unos días cumpliré 74. Sí que recuerdo que continuamos en el Ciudad de Oviedo y que la mañana del día 13 avistamos la playa de El Aaiún, pero no pudimos desembarcar por el mal tiempo. Lo hicimos al día siguiente. Y nos recuperamos del mareo. El lugar carecía de puerto así que el desembarco se efectuó en alta mar: bajaron la escala de embarque y unas barcazas se acercaban al barco y trataban de ponerse paralelas a la quilla sorteando el oleaje. Los soldados, con cartucheras, manta y armamento en bandolera y una mochila repleta de pertrechos, nos situábamos en una plataforma al final de la escala y, desde allí, saltábamos cuando la barcaza quedaba relativamente cerca. Con el mar tranquilo debía ser entretenido, pero con el mar picado resultaba bastante cómico. Al llegar a la playa encallaron las barcas y nos bajamos con el agua por las canillas. Al final, muchos terminamos bañándonos medio vestidos.
Sabaté: No me hables del desembarco a la playa de Sidi Atzman (El Aaiun), creo que Dios nos echó una mano. En la forma que pisamos tierra firme éramos un contingente de poco valor. Alguien tendría la culpa. No teníamos suficientes ojos para contemplar un territorio nunca visto. Yo ya me lo imaginaba todo amarillo, eso sí, desde mi época escolar, en cuyo mapa de África figuraba en la parte occidental un gran espacio junto al Sahara denominado Río de Oro.
Acebes: Nos alojaron provisionalmente en un gran almacén que había sido requisado a una familia saharaui sospechosa de colaboración con Marruecos. Más tarde nos trasladaron a amplias tiendas de campaña, totalmente inadecuadas para el calor del desierto. Algunos tuvimos la suerte de instalarnos en una casa, probablemente requisada, con una excelente vista al cauce seco y resquebrajado de la Saguía.
El Aaiún (La Fuente o Manantial, en el dialecto aborigen), distante unos 20 kilómetros de la playa por una pista que discurría entre dunas, era un oasis en la ribera del cauce de la Saguia El Hamra (Río Rojo), principal río del Sahara Español, aunque siempre vi seco su cauce. El poblado, fundado por el teniente coronel De Oro en 1938, era prácticamente una base militar de casas encaladas de una planta rematadas por una o varias cúpulas para protegerse del calor. Visto desde el aeródromo que estaba en una colina cercana, el efecto estético de un mar de cúpulas blancas resultaba muy agradable. Un mes antes de la llegada de refuerzos la ciudad contaba con 1.086 militares, las dos terceras partes de los cuales eran legionarios. Además de las casas tan atractivas había dos acuartelamientos de la Legión (la IV y la XIII Banderas), el edificio del Gobierno Militar, una clínica militar, una escuela, un cine, alguna mezquita, una iglesia, dos clubes para oficiales y suboficiales y pocas cosas más, entre las que no se encontraba biblioteca alguna. La población civil era escasa: algunas esposas de legionarios, comerciantes canarios con sus familias, dos maestros, el cura y algún funcionario español, amén de una escasa población autóctona de comerciantes y sus servidores. La población autóctona era predominantemente de etnia saharaui. También se veían algunos tuaregs, especialmente mujeres. Se rumoreaba que los hombres, que podían tener más de una esposa, se casaban con una tuareg para que hiciese de sirvienta de las demás. El total de la población del oasis posiblemente no llegaba a 6.000 personas.
Sabaté: Y no debemos olvidar que entre la población civil y alojadas en el Hospital había una pequeña comunidad de monjas que lo atendían. A mi modo de ver, y con respeto al hábito que llevaban, eran muy bonitas.
Acebes: A poco de llegar, la noche del 25 al 26 de noviembre de 1957, una banda rebelde de unos 100 hombres atacó la playa de El Aaiún. Desde el poblado se observaban los destellos del tiroteo y luces que se movían en dirección a El Aaiún, así que nos mandaron desplegar, con los mosquetones cargados, en las dunas cercanas. Afortunadamente, las fuerzas rebeldes se retiraron sin acercarse a El Aaiún.
Sabaté: El día 26, al alba, se formó una columna de auxilio en dirección a la playa atacada y esta fue la primera operación y contacto con el enemigo de nuestra Compañía Expedicionaria. Acompañamos dicho convoy con tres emisoras móviles tipo MKII instaladas en vehículos jeep. No recuerdo los servidores de las otras dos, pero la nuestra la formábamos el Sargento Fermín Pueyo, el soldado Francisco Fernández, el abuelo, y yo mismo de Cabo. Al llegar allí pensé en un momento que hacía pocos días que era precisamente el lugar donde habíamos desembarcado de manera tan olímpica.
El ataque lo sufrieron unos pocos soldados que vigilaban esta pequeña guarnición al mando de un Sargento, ya venerable y curtido, (creo que se llamaba Cid). Se trataba de un fortín con apariencia de almacén, y en el mismo estaba adosada (no comunicada) una pequeña estancia, la justa para una emisora de radio, una mesa y dos camas. Ello era la estación de Radio que atendían un Cabo y un soldado de la Red Permanente. La impresión que me dio era de lástima y no me explico cómo esos pocos hombres pudieron resistir un ataque brutal y de noche. Vestigios del ataque esparcidos, muchos ensangrentados, cápsulas, olor a pólvora y algunas armas abandonadas de variada procedencia…También maniatados varios prisioneros con aspecto desarrapado, mugriento, delgado y con una mirada triste y recelosa. Todo un presagio de dolor y de guerra. Una acción simplemente de valor humano, con escasos medios, simplemente con los clásicos mosquetones y una ametralladora Okis para apoyar a una estación de radio y un almacén en el que ondeaba deslucida y desgarrada la Bandera de España. A partir de ese día todo cambió puesto que esta Cabeza de playa llegó a significar algo muy importante, toda vez que resultó ser el enclave donde tuvieron lugar los desembarcos masivos de personal, material e intendencia. Nuestra emisora móvil, se convirtió en la estación de radio de la Cabeza de Playa de El Aaiun ya que relevamos a la Red Permanente. El servicio duraba las 24 horas y con mucho tráfico, puesto que los enlaces eran con El Aaiun y los buques de la Armada.
Y dada mi afición por los recuerdos, todavía conservo, entre otros objetos, la aleta de un proyectil de mortero que impactó alrededor de la estación. (ver foto) Igualmente conservo diferentes recuerdos: cansancio, temor, sed, sueño, suciedad, hambre y…paradójicamente, inapetencia. Todo un conjunto de sensaciones acumuladas a la edad de los 21 años recién cumplidos, con el recuerdo además en la familia.
Acebes: El 30 de noviembre oí por radio que un convoy de abastecimiento procedente de la playa de El Aaiún había sido atacado en una zona de dunas a unos 10 kms del poblado. Por el micrófono abierto de la radio se oía el tableteo de las ametralladoras. Inmediatamente se organizó una expedición. La expedición avanzó lentamente por temor a una emboscada. Los legionarios exploraban a pie las dunas, que podían esconder grupos armados, a ambos lados de la pista. Cuando llegamos no quedaba nadie. Los rebeldes se habían retirado tras causar tres heridos, que habían sido evacuados a la playa. Uno de los heridos, capitán de la Legión murió pocas horas después.
Sabaté: El día 30 de noviembre lo tengo muy presente, vivimos todo el ataque conectados por radio. Mucho me impresionó. Ya vi entonces la realidad de un conflicto y sus consecuencias: un muerto, varios heridos y un Capitán Legionario moribundo, don Venerando Pérez Guerra, quien desde nuestra emisora de radio todavía daba órdenes y la novedad. Y vi a un soldado mal herido que con gran desespero y convulso gritaba de dolor llamando a su madre. Pronto fondeó la Corbeta Descubierta, iluminó la zona y evacuó a los heridos. Esta jornada ya la he citado en un reportaje publicado en este Blog titulado 30 de noviembre, San Andrés.
Acebes: El 5 de diciembre de 1957, en un Decreto reservado, se declaró zona de guerra al conjunto de los territorios del África Occidental Española, AOE. Se decía en El Aaiún que, a pesar de que España había declarado el estado de guerra y Francia solamente el de emergencia, los rebeldes fugitivos preferían refugiarse en la zona española y evitar la dureza de las represalias de las tropas francesas. Unos días más tarde nuestra compañía fue trasladada a Villabens, pequeño poblado fortificado en la costa atlántica, fundado por Francisco Bens en 1916 junto al cabo Juby, en la antigua provincia de Tarfaya, a unos 160 kilómetros al norte de El Aaiún. Nunca supimos la razón del traslado. La verdad es que nunca nos informaron de nada durante nuestra estancia en el África Occidental Española. Creo que muchos mandos superiores estaban sumidos en la misma ignorancia. Al menos, la estancia en Villabens nos permitió gozar de la playa y pasar las Navidades y Año Nuevo tranquilamente. La actividad más importante, aparte de disfrutar de la playa, era contemplar desde el fuerte la descarga del barco que nos traía cada dos días el agua potable desde Canarias. Interesante, aunque triste, era ver a los legionarios de los pelotones de castigo que debían correr cargados con mochilas llenas de piedras en aquel calor a veces insoportable.
Quizás debido a que El Aaiún había sido atacado con armas automáticas y granadas de mano las noches del 20 al 23 de diciembre habiendo llegado los rebeldes hasta las alambradas que protegían el poblado, regresamos a El Aaiún a primeros de enero de 1958. Por temor a un ataque sorpresa en medio del desierto se ordenó que el convoy rodara a alta velocidad, sin detenciones, para evitar emboscadas, lo que obligó a desplazarnos en una nube de polvo dando tumbos sobre el suelo pedregoso de la pista que unía Villabens con El Aaiún. Algunas varillas de la antena del jeep de radio se desenroscaron y cayeron sin remedio. No sabíamos entonces que nos descontarían su importe al licenciarnos.
Al regreso de Villabens, nos alojamos de nuevo en la casita sobre el cauce seco del río. Frente a nosotros, en la otra orilla del cauce comenzaban las dunas del desierto, que, en las noches de luna, aparecían bellísimas en la distancia. Esas noches la visibilidad en el oasis era casi igual a la del día. Los aleros de las casas proyectaban una sombra intensa. La luz de la luna y el silencio de la noche producían un efecto mágico. A veces nos llegaba la madrugada charlando llenos de nostalgia, con la mirada perdida en las dunas iluminadas.
Vivimos entonces los días más difíciles. Los disparos de fusil y ametralladores desde la otra orilla del cauce eran frecuentes, aunque sin peligro. Las fuerzas españolas tenían solamente capacidad para hacer batidas diurnas en áreas cercanas a El Aaiún. El día 13 de enero de 1958 se organizó una expedición de reconocimiento siguiendo el curso de la Saguia. A la altura de Edchera, a unos 22 kilómetros de El Aaiún, la expedición fue atacada por una numerosa banda rebelde, como cuenta muy bien el comandante Parra. El día 14 al amanecer salió una columna de apoyo. Los rebeldes estaban ya al otro lado del cauce seco cuando llegamos. Acudieron aviones, probablemente de las Canarias, para bombardear a los grupos rebeldes. En un momento dado se encontraron tres rebeldes escondidos en una cueva cercana. No se les dio ninguna oportunidad de rendirse; los legionarios arrojaron granadas al interior de la cueva. Cuando pasó el jeep con sus cadáveres uno de ellos había sido decapitado por las granadas. . La acción de Edchera se saldó con 42 muertos españoles (de los cuales 38 legionarios) y 55 heridos. Uno de los muertos era un cabo 1º de nuestra compañía. Fue la única baja que la Compañía Expedicionaria de Radio tuvo en toda la campaña.
Sabaté: Yo no estuve afortunadamente en el desastre de Edchera pero, al estar conectados en forma de red/malla, viví también unas aciagas horas, durante y después del ataque. Permanecí en la Cabeza de Playa (Sidi Atzman) hasta el día 4 de febrero, fecha en que me relevaron. En este pedazo de terreno con vistas al Atlántico compartí mis mejores momentos de servicio y trato con grandes personas como el Sargento Pueyo, los Cabos 1º Pulido, Blázquez y Mayoralas (+), Cabo Rangel, los soldados Manuel Correa y Fernández, el entrañable abuelo. Y también a otros Jefes, Oficiales, Suboficiales y tropa desembarcados allí con otras unidades: Un contingente de Infantería de Marina al mando del Comandante Fiol; un dotación de marinería procedente del Crucero Canarias, al mando del Teniente de Navío don José Díaz del Río (en calidad de Jefe de la Cabeza de playa); al Cabo José Cerezuela, de Intendencia, y a otros que retengo en mi retina y me duele no poder citar por no recordar su nombre. Y a los Legionarios, verdaderos caballeros en su forma de ser y por su amistad y apoyo en todo momento. ¿Y como me podría olvidar de otra gran persona? Me refiero al Brigada Sr. Parra, del que tanto aprendimos y apreciamos muy a pesar de las reprimendas que nos dedicaba por radio…
Las conversaciones sobre cooperación militar franco-española, que habían comenzado casi un año antes, condujeron a un acuerdo secreto para iniciar las operaciones conjuntas el día 10 de febrero de 1958. Entre el 10 y el 25 de febrero las fuerzas conjuntas (ejército, paracaidistas y aviación) atacaron sistemáticamente los núcleos rebeldes, neutralizando y expulsando al Ejército de Liberación saharaui. Así terminó una guerra vergonzante, que se mantuvo oculta a la opinión pública y que, quizás como todas las guerras, comenzó con un despropósito y terminó en una tragedia para muchas familias: las cifras oficiales de bajas españolas en la campaña del Sahara ascienden a 69 muertos y 267 heridos.
Acebes: A mediados de febrero se organizó una nutrida expedición a Smara, la ciudad santa del Sahara, distante unos 150 kilómetros de El Aaiún. Avanzamos lentamente y, cuando al fin llegamos, nos encontramos allí la Legión francesa, confirmándose así la cooperación militar entre ambos países. Lo más impactante para nosotros fue ver las raciones de comida de los franceses: bandejitas con vegetales, cubiertos de plástico, carne caliente, postres, pastillas para potabilizar el agua, sobrecitos de Nescafé y ¡hasta una servilleta de papel! Mientras que nuestras raciones de campaña consistían en un chusco, una lata de carne, otra de sardinas, una pastilla de chocolate por cada día de campaña y una cantimplora de agua que debería durarnos hasta que pudiéramos obtener más. Uno se comía el primer día una lata de carne (de muy buen sabor); por la noche, la lata de sardinas (gordas, ricas y picantonas) con más pan, y luego la pastilla de chocolate (bastante malo pero que aligeraba el vientre) mientras se hacía tertulia alrededor del coche. Quizás al día siguiente uno probaba a comerse otra lata de carne pero, ni el pan ya duro, ni las sardinas picantes apetecían lo más mínimo con el calor sofocante. ¡Y para qué hablar del tercero o cuarto día!
Sabaté: Como tu bien comentas, se iniciaron las operaciones conjuntas con el Ejército francés a partir del día 10 de febrero de 1958. Precisamente, nos incorporaron a las columnas en dirección a Smara. Yo fui con el Cabo 1º Blázquez con una emisora MKII en un jeep y, precisamente a la altura de Edchera, fuimos atacados. Como puedes imaginarte, se nos vino la sombra terrible del 13 de enero. La columna iba por la margen derecha de la Saguia El Hamra y las tanquetas no cesaron de disparar hacia la otra orilla y cauce. Recibimos algunos impactos. Nos atrapó allí la noche y el Capitán que mandaba la Compañía nos hizo situar la emisora -con buen criterio- al lado de una ambulancia. Por estar haciendo la cura a un herido tuvo necesidad de encender sus luces interiores, momento en que recibimos varias ráfagas que nos obligaron a parapetarnos.
Nos quedamos en esta posición con la IX Bandera de la Legión que regresó a El Aaiun el día 13 de febrero, dejando sólo a la 11ª Compañía. El resto de la columna siguió adelante. Tuvimos la fatalidad de que se nos averió la emisora (la única del destacamento), posiblemente debido a algún disparo recibido, y nos mantuvimos incomunicados toda la noche; con la suerte del afortunado alcance de un radioteléfono que dio la noticia a El Aaiun. El día 14 llegó un helicóptero con baterías y aceite y un especialista, que no consiguió arreglar la avería. Por la tarde y según las órdenes recibidas nos unimos a un convoy con dirección a El Aaiun.
Sabaté: A la vuelta a El Aaiun, fui destinado a la emisora PM Agrupaciones, afecta al General o Estado Mayor, y casi coincidió con la noticia que me dieron de mi próximo ascenso a Cabo 1º. El día 20 de febrero de 1958, me trasladaron a Villa Cisneros con una emisora. Nunca entendí este viaje ni tampoco he logrado recordar quienes fuimos. Nos llevaron en avión (Douglas DC3) hasta Las Palmas, donde cenamos y pernoctamos una noche en un Cuartel de Aviación, en Gando. Aquello fue la Gloria (pero continuábamos sucios y con piojos). Seguro que algo dejamos en Gando. A la mañana siguiente, el mismo avión nos llevó a Villa Cisneros. No era de pasajeros, era de carga y allí nos ubicaron entre todo lo que llevaba de intendencia. Lo más abundante de la carga eran racimos de plátanos, y durante el trayecto nos vino la tentación de degustarlos (ya no sabíamos el gusto que tenían) Tuvimos la delicadeza de ir picando en todos los racimos para que no se notara la merma. Luego vino el problema, y la anécdota: … ¿Dónde escondíamos la piel? Sólo se nos ocurrió ¡benditos de nosotros! abrir una ventanilla, y ciertamente se abrió con un impacto brutal. Si el trabajo que nos costó echar las pieles al exterior, más trabajo supuso volver a cerrar la ventanilla. Con el empuje de todos nosotros, se consiguió. Al parecer nadie se enteró ni nada pasó gracias a Dios; lo que si ocurrió después es que nos mantuvimos quietos como una estatua hasta que no aterrizamos en Villa Cisneros. Estoy seguro que era un buen avión… y nosotros unos inconscientes, pero era la primera vez que volábamos.
Acebes: Con la intervención conjunta hispano-francesa durante el mes de febrero se acabaron las hostilidades en el Sahara, así que nos dedicamos a vegetar y a pasar hambre. El abastecimiento era desastroso. Hacia Navidades se habían hecho colectas públicas en toda España para los soldaditos de Ifni y el Sahara y la gente había respondido con generosidad, pero la comida se pudría en los muelles de Cádiz por falta de transporte marítimo. El sargento Barriuso, encargado de la oficina y de los suministros, que era una excelentísima persona, confesaba la vergüenza que sentía cada vez que recogía los escasos suministros. Estos no solo eran insuficientes sino que además eran de mala calidad y se recibían en mal estado por las dificultades de transporte y almacenamiento en el desierto. Algunos días la alimentación para todo el día consistía en una taza de café aguado, una sopa más aguada aún y una bazofia compuesta de unas cuantas judías con harina, que resultaba indigerible, y un pan como todo alimento para un día. Un día estábamos tan hastiados que alguien empezó a verter la perola de judías con harina alrededor del perímetro del campo de cocina y fue secundado espontáneamente por el resto de la compañía haciendo caso omiso a las amenazas de los sargentos, quienes interiormente compartirían nuestro sentir.
Sabaté: Villa Cisneros, enclave portuario, aunque limitado, situado en una gran llanura, nos pareció un lugar de placer y sin apariencias de haber sufrido ningún envite bélico, bien diferente del resto del territorio tan castigado. Presidiendo en la gran plaza como bien correspondía, el edificio de la Iglesia, de estilo semejante a la de El Aaiun, quizás más estilizada, velando cual centinela. Construcciones más bien bajas, esparcidas alrededor y lindantes con el clásico fortín donde se hallaban las dependencias de mando y servicios. En uno de los extremos nos acomodaron para dar el servicio de radio. Pronto supimos el porqué estábamos veraneando en Villamoscas. Las cocinas se encontraban en una zona al aire libre. Inevitablemente en el transcurso de la condimentación era generosa la adición de proteínas voladoras. La carne de dromedario era el complemento. Pronto comprendimos que las operaciones llevadas a cabo conjuntamente por las fuerzas franco-españolas, llegaban a buen fin; el resultado de los avances convertía la presencia militar en asentamientos controlados dotados de servicios y de estaciones de radio, y poco a poco volvía a tener presencia la Red Permanente.
Acebes: A finales de Febrero se inició una campaña de control y censo de nómadas en el territorio del Sahara Español. Consistían en expediciones de pacificación, muchas comandadas por el general José Héctor Vázquez, Gobernador Militar del Sahara, probablemente para conocer el estado de ánimo de los indígenas, su número y su grado de implicación con las bandas rebeldes. Los jefes de las tribus que visitábamos, haciendo buena la fama de hospitalidad de los hombres del desierto y para congraciarse con las autoridades, nos agasajaban con leche de camella, servida en un cuenco común de madera, cabrito asado y té con hierbabuena, que nos parecían manjares del Edén comparados con la bazofia diaria. En una expedición hacia cabo Bojador una parte de la caravana de camiones se desvió de la ruta por error. Un capitán y un teniente, probablemente animados por el espíritu de Gunga Din, decidieron ir a buscarles en un jeep y no solo se perdieron sino que además se quedaron sin gasolina. El guía indígena no encontraba la pista correcta y se le nubló más aún el cerebro cuando el comandante le dijo que o encontraba la pista a tiempo de llegar a El Aaiún con luz de día o lo pegaba un tiro allí mismo. Con la caravana partida en tres comunicamos la situación a El Aaiún y nos anunciaron que saldría un avión de reconocimiento. Cuando el viejo Junker nos sobrevoló no contestó a las llamadas por radio ni a las señales con banderas. Después de algunas pasadas por encima el avión nos lanzó un mensaje en un cilindro de aluminio informándonos que no entendía el código de banderas ni tenía nuestra frecuencia en su radio (!). Al comandante se le ocurrió que los soldados nos tumbáramos en el suelo formando con nuestros cuerpos la frase ¿Cual es la dirección de El Aaiún?, pero tras diez minutos de total caos el avión nos lanzó otro cilindro diciéndonos que pasaría dos veces sobre la horizontal de El Aaiún para que siguiéramos la pista. ¡Qué desastre! Al final prevaleció la cordura y regresamos en la dirección que nos marcó el Junker y la lucidez recuperada del guía indígena.
Sabaté: Y el día 27 de febrero, acabadas las vacaciones, nuestro conocido bimotor platanero nos devolvía a El Aaiun. Tan pronto pisamos el aeropuerto escuché la voz de alguien que, muy agitado, gritaba mi nombre. Al localizarme me transmitió la orden de que me presentara al Capitán de inmediato. ¡Qué sé yo lo mucho que discurrió mi mente durante el trayecto en el vehículo hasta la zona de nuestra Compañía! ¿Se trataba de algún correctivo? Mi cabeza hervía, ya me vi en un penal. No fue menester que me presentara al Capitán toda vez que era él, quién acompañado por casi todos los mandos de la Compañía (cual comité de recepción), me estaba esperando. Sin titubear, me apeé y con toda mi impedimenta me cuadré frente a él dándole la novedad y esperando el chaparrón. Correspondiendo al saludo, a continuación estrechó mi mano diciéndome que debía prepararme para viajar urgente hasta Manresa por enfermedad grave de mi padre, preguntándome igualmente si sabía que estaba enfermo e interesándose por mi familia. Todos los acompañantes me miraban con semblante de respeto. Ya resultaron otros mis temores. Debí urgentemente depositar mi armamento y demás atalajes en el lugar que se me indicó en nuestro campamento. No sé la ropa que cogí ni que fue lo que dejé. No pude saludar a nadie, ni asearme. Todo rápido puesto que debía partir hacia Las Palmas en el mismo avión que llegué de Villa Cisneros.
Y quiero resaltar un bello gesto del Capitán don Victoriano Sánchez. Me pregunto si llevaba dinero. Ante mi respuesta me indicó que fuera a ver al Sargento Aranda. Me hizo entrega de 1500 pesetas (sin firmar ningún recibo) junto con la documentación-pasaporte con indicación del motivo y mi destino, dentro de un sobre. Un jeep me llevó a toda prisa hasta el aeropuerto. El avión a punto, con los motores en marcha. Lo abordé y volando hacia Gando abrí el sobre donde, comprobando toda la documentación recibida, leí que el motivo de la concesión del pasaporte a Manresa era por el fallecimiento de mi padre. A unos cuantos metros de altura lloré y sentí una terrible soledad, porque mi padre hacia ya seis días que había muerto. La odisea hasta la llegada a mi destino ya forma parte de mi intimidad. No fue precisamente un viaje de placer…
Acebes: Conocí tu desgracia y supe de tu partida. La vida cotidiana en El Aaiún se hizo tranquila pero monótona. Para mí, se alteró momentáneamente cuando el Capitán me dijo que estaban considerando mandarme a Port Etienne (al Norte de la actual Mauritania) para mantener enlaces por radio entre las fuerzas francesas y El Aaiun. A mí me atraía la idea, por lo menos hubiera comido mejor, pero temía la preocupación lógica que tendría mi familia. Unos días más tarde me dijo que finalmente serían los franceses quienes vendrían a El Aaiun. Creo que recordarás algunos soldados senegaleses, muy morenos, que aparecieron por allí. Algunas tardes nos acercábamos a un cafetín bastante mugriento para tomar café con leche condensada. Pocas veces íbamos al cine: costaba dos pesetas. Como no nos habían mandado más equipamiento, nos poníamos las camisas del revés, debajo del jersey cuando estaban muy sucias, hasta que las lavábamos en el agua salobre del pozo. También compramos camisas a los legionarios que las sacaban de sus economatos. La verdad es que el Regimiento, por falta de medios o por desidia, no se preocupó para nada de nosotros.
Sabaté: A finales de abril de 1958, concretamente el día 23, finalizado mi permiso regresé llegando de nuevo a El Aaiun. Mi primera visita fue al despacho del Capitán, el cual tuvo palabras de afecto, lamentando incluso no haber podido autorizar por más tiempo el permiso. Aproveché para devolver las 1500 pesetas, pero rehusó indicándome que me las quedase yo o que las mandara a mi madre. Tuve que reprimir un impulso natural debido a las ordenanzas, pero mi corazón percibió el eco de la bondad de un hombre y gran militar. Al mismo momento me notificó mi destino: el CEL (Centro Escucha y Localización), que dirigía el Sargento Pueyo en el mismo El Aaiun,
En efecto, la vida en el Sahara ya resultó más tranquila, aunque yo todavía fui destinado en el puesto de Daora, al Norte de El Aaiun para atender la radio agregada al Regimiento de Caballería Mecanizada Dragones de Pavía 4. Casualmente fue el día 15 de mayo (San Isidro). Mis compañeros en este último veraneo fueron el Cabo Rangel, el soldado Quintín y el conductor José Sarrión. El día 28 de mayo a través de nuestra emisora pudimos seguir momentos de la transmisión de la final de la Copa de Europa de futbol que disputó el Real Madrid contra al Milán (3-2)
Acebes: Los días más tensos, por si no podía aterrizar por el mal tiempo, y los más alegres, cuando aterrizaba, eran los de la llegada a El Aaiún del avión que nos traía las cartas (y los giros y paquetes de comida) de familiares, novias y amigos. Entonces lo celebrábamos con cerveza semi-fresca que compraba en el economato de oficiales falsificando la firma del capitán, ya que los soldados no teníamos economato y debíamos recurrir a las escasas tiendas de comerciantes canarios que cobraban precios estratosféricos. Sospecho que el bueno del capitán debió saber de algunas de estas prácticas. Todos contábamos los días que iban quedando para salir de allí y licenciarnos. Temíamos, como así fue, que no nos licenciaríamos al mismo tiempo que nuestros compañeros que se habían quedado en El Pardo.
Por fin llegó el día más deseado. Tras habernos equipado con uniformes nuevos y un pañuelo amarillo con la leyenda de “Compañía Expedicionaria de Radio, Sahara -1957-58, Rgto. Transmisiones Ejército”, el día 24 de junio de 1958 dejamos el Sahara por la playa de El Aaiún. Tras tocar en Las Palmas, desembarcamos en Cádiz y llegamos por ferrocarril a Madrid el 29 de junio.
Sabaté: Muy a pesar de volver a gozar de las mismas condiciones de viaje que el de ida, como el embarque y las bodegas hasta Cádiz, el regreso en tren hasta Madrid resultó formidable. ¡Bendito pan que nos repartieron en la estación de Alcázar de San Juan! Nuestra llegada a Madrid en tren, tuvo lugar en la Estación de Atocha. En el andén nos esperaba la Banda de Cornetas y Tambores del Regimiento (al mando de aquél Brigada rechoncho cuyo nombre no recuerdo) y formamos también nosotros. Pero no puedo asegurar quién era el representante del Regimiento. A continuación nos cargaron en camiones hasta el Cuartel de El Pardo. Nos hicieron formar en el centro del patio y, a nuestro alrededor, el resto de la tropa acuartelada. El Coronel dirigió una arenga de bienvenida y de felicitación. A continuación -por ser Domingo y San Pedro- se celebró una Misa, finalizada ésta se produjeron los saludos y abrazos, incluso luego nos repartieron unos bocadillos.
Acebes: Gracias por enmendar mi olvido. No lo recordaba. Yo creo que a los que éramos de Madrid nos permitieron ir a casa inmediatamente. Quizás porque ya deberíamos haber sido licenciados. Tuve que ir al Rastro para comprar ropa del uniforme, que me faltaba, y entregarla para poder licenciarme.
Sabaté: Vosotros, los del reemplazo, muy dichosos, pero no pudimos ni despedirnos. A los voluntarios todavía nos quedaban cuatro meses, y, para colmo, a mi me destinaron a la Agrupación Mixta de Ingenieros-División Acorazada (Retamares) por mi ascenso a Cabo 1º. Pero esta ya es otra historia, que asumí en cumplimiento de mi compromiso con el Ejército…con la misma sahariana que me entregaron el 1 de marzo de 1957 y que tuve que devolver el 31 de octubre de 1958. Estaba en muy buen estado después de haberme acompañado durante veinte meses. Me dolió dejarla al furriel, porque me imagino que cayó en saco roto.
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Sirva de colofón de esta crónica una cita del libro La última guerra colonial de España, de José Ramón Diego Aguirre, Coronel de Artillería retirado, licenciado en Historia y especialista en asuntos africanos: Para una gran parte de los españoles puede resultar casi desconocido que entre 1957 y 1958 se desencadenó en estas regiones una guerra de carácter colonial, que adquirió graves tintes sombríos a causa de la dureza de un clima inhóspito, de un desierto inhabitable para los europeos, de la presencia de un enemigo que despertaba los hondos temores de las viejas guerras en Marruecos durante los años veinte, de la lejanía de aquellos territorios y de la ignorancia en que la opinión pública era mantenida por un casi completo silencio oficial sobre lo que ocurría en África.
Madrid - Manresa, abril de 2009