Historias de El Pardo

Un lugar para el recuerdo de los Veteranos del Regimiento de Transmisiones



03/12/2009

El Cabo Emilio



A propuesta de Francisco Acebes, abrimos hoy una nueva sección titulada "GENTE ENTRAÑABLE" dedicada, en palabras de Acebes, a "compañeros del servicio militar (obligatorio o no) que dejaron una huella positiva, a veces, imperecedera en nuestras vidas, que nos sirvieron de guía o de estímulo para ser mejores". 
Es un testimonio más de la impronta del Regimiento en nuestras vidas, pues el paso implacable del tiempo no ha borrado aquellos recuerdos, a pesar de ser muchas y muy variadas las experiencias que, tras esos años, hemos ido viviendo.


Muchos somos los que, como Acebes, recordamos a compañeros y superiores con grata nostalgia, tanto de nuestra juventud, como de aquella vivencia en El Pardo.


=== así nos describe a un Cabo, de nombre Emilio ===




Emilio había ingresado en Regimiento en la primavera de 1956.  Cuando yo tuve la fortuna de conocerlo en marzo de 1957 era cabo de la Primera Compañía de Radio e instructor de los reclutas que acabábamos de ingresar a la Segunda Compañía de Radio. El trato entre instructores y reclutas era, en general, amable, aunque con las inevitables y escasas excepciones que prefiero no recordar.  Pero, aun así, Emilio era diferente.  Para empezar, era tres años mayor que su quinta, cuatro años mayor que nosotros.  Su trato era deferente, su lenguaje pulido denotaba una cultura superior de la que nunca le escuché alardear, su forma de instruir y mandar sin estridencias generaba el respeto inmediato.  Por otra parte, era alegre y positivo.  Nos hicimos buenos amigos. Un día me contó su historia, que me aclaró muchas de las incógnitas que me había planteado sobre su persona: Emilio había estado en dos ocasiones a punto de ordenarse sacerdote.  Faltándole muy pocos días para tomar los hábitos había caído enfermo sin que los médicos encontraran la causa de su enfermedad.  Su superior le había dado permiso para regresar a su casa y reponerse.  Volvió físicamente repuesto y seguro de su vocación, pero recayó en la enfermedad tan pronto como se acercó de nuevo el día de su ordenación.  Esta vez, el director del seminario, sospechando que la enfermedad era de origen psíquico, le aconsejó que pospusiera la ordenación indefinidamente, que volviera con su familia y que reflexionase sobre si se sentía con fuerzas para afrontar los rigores del sacerdocio. No volvió al seminario y tuvo que cumplir el servicio militar que había aplazado durante tres años.  Se había echado novia, estaba muy enamorado pero se encontraba con la oposición del padre de ella al noviazgo.  Ni yo le pregunté ni él me explicó las razones, pero me imagino que tendrían que ver con la precaria situación de Emilio en ese momento, con año y medio de mili por delante y sin trabajo no era precisamente el pretendiente ideal. No por haber dejado el seminario, Emilio había abandonado la práctica religiosa.  Pero era, como en tantas otras cosas, tolerante.  Un día, posiblemente cerca del día de San Fernando nos anunciaron que toda la compañía tomaría la comunión en el Cristo de El Pardo.  Yo no era, ni soy, creyente y me parecía una falta de respeto participar en algo contra mi voluntad.  Le conté mi predicamento a Emilio.  Me dijo que no me preocupara y que él me sacaría de la fila una vez dentro de la iglesia.  Pero cuando vino a sacarme, quizá influenciado por la serenidad de aquella mañana soleada en la quietud del monte de El Pardo, decidí participar.  Ni me preguntó las razones, ni yo se las dí. Cuando nos licenciamos pensamos continuar la buena relación, pero la salida casi inmediata en maniobras y luego la marcha al Sahara trastocaron los planes y nunca más volví a verle aunque siempre he guardado su buen recuerdo. Ójala la vida haya sido benévola con Emilio, el perfecto hermano mayor.  Si alguna vez llegara a leer estas líneas reciba con ellas mi fraternal abrazo. 











2 comentarios:

  1. Que hermosa es nuestra historia, la de paisano y la militar.
    Los recuerdos de los amigos que conocimos durante el servicio militar, son como árboles plantados en nuestra memoria.
    Ojalá y hubiera una página de los que fuimos militares en Sidi Ifni, de los años 52 y 53.
    Amigo, tu historia es la muchos que te acompañaron, hacerla realidad es volver a aquellos hermosos años de nuestras raices.
    Felices años y que puedas contarlos los proximos cien con la facilidad y habilidad que lo estas haciendo ahora.
    Un abrazo de un soldado de la quinta del 52 que sirvió en Sidi Ifni, A.O.E.
    Isidro Jesús Cedrés.

    ResponderEliminar
  2. Magnífico relato el del cabo Emilio. Yo también conocí un caso parecido, pero no en el ejército sino en la vida civil. Un excelente muchacho que, estuvo a punto de cantar misa y por algunos problemas de salud fue 'amablemente separado y remitido a su casa para reflexionar'. Naturalmente, el hombre no era tonto y se percató de que ya no debía volver al Seminario. Pues ellos se lo perdieron, este hombre tenía muy buena salud y dedicó toda su vida a su vocación que no era otra que el servicio a los más necesitados. Murió hace unos años, pero con una edad avanzada.
    Antonio Colomina (Alicante)

    ResponderEliminar

Gracias por participar.