SOLICITUD DE RECONOCIMIENTO
Me he entretenido este verano releyendo en su
totalidad las cuatro aportaciones de “La fuga de las transmisiones” recogidas
en este blog el 26 de abril de 2008. Las
tres primeras – aparecidas en la revista Red en 1961- tienen el gran valor
histórico de estar narradas en primera persona por participantes en los
acontecimientos ocurridos solo veinticinco años antes: el teniente coronel D.
Antonio Gordejuela, teniente a la sazón, el coronel D. Luis de la Torre,
capitán entonces, y el comandante D. Eusebio Ruiz Bejarano, que era sargento en
julio de 1936.
La cuarta es el extracto del artículo “Llega un
regimiento de Madrid”, escrito por el periodista e historiador navarro Joaquín
Arrarás Iribarren, de amplia trayectoria en la prensa conservadora y autor,
entre otros, de la Historia de la
República Española y de la Historia
de la Cruzada Española. Probablemente
por tener acceso a más fuentes documentales, y a algún testigo presencial, su narración
del primer día de la fuga, el 21 de julio de 1936, es muy detallada.
Al mando del coronel Juan Carrascosa Reveillat, el
convoy formado por unos 400 hombres y 19 camiones salió del Regimiento a eso de
las 4:30 de la madrugada del 21 de julio de 1936, pero muy pronto uno de los
camiones, al mando del capitán Salas con una veintena de hombres, quedó
inutilizado por quemársele el embrague entre El Pardo y El Goloso.
Tras detectar la ausencia, el teniente Sánchez
Aguiló, que actuaba de enlace en una motocicleta, deshace el camino hasta
encontrarse con el camión averiado. En
vista de lo peligroso de la situación, se ofrece voluntario para regresar al
Regimiento y recuperar otro camión. A su
solicitud de algún voluntario que le acompañe, se presenta el soldado Tomás
Maestro, conocido como buen mecánico.
Cuando ambos llegan al Regimiento, lo encuentran
rodeado por simpatizantes del gobierno dispuestos a tomarlo. En el alboroto que
se crea, Sánchez Aguiló y Maestro se separan y el teniente decide regresar a
toda prisa para informar de la situación al capitán Salas.
Entonces se manifiesta la extraordinaria personalidad
de Tomás Maestro. Logra entrar en el
cuartel, recupera un camión Morris, se abre paso pistola en mano entre la
multitud para sacar el camión y enfila el camino a El Goloso para ayudar a sus
compañeros, a quienes encuentra desplegados en posición de defensa.
Los rezagados montan al camión y se movilizan
rápidamente tratando de incorporarse al grueso de la columna aunque son
frecuentemente hostigados por carabineros y milicianos leales al gobierno. Al
llegar a Colmenar Viejo encuentran los accesos obstruidos por postes y carros y
defendidos por milicianos. Logran franquear
las barreras y cruzan el pueblo bajo fuego enemigo, pero Tomás Maestro resulta
gravemente herido en el pecho aunque se mantiene al volante hasta alcanzar una
zona segura.
El pequeño grupo del capitán Salas, cada vez más
retrasado por la resistencia encontrada, prosigue su empeño de unirse a la
columna principal pero, en una bifurcación, toma un camino sin salida que les
conduce a la presa de Santillana. El
capitán opta por abandonar el camión y proseguir la huida a través del monte
para alcanzar Navacerrada. Tomás Maestro,
ya agonizante, queda al cuidado de unos compasivos vecinos de Manzanares el
Real.
Los huidos ascienden hasta la cima del monte Cabeza
de Illescas y deciden pasar allí la noche, pero muy pronto se encuentran
cercados por milicianos que suben desde Manzanares y, aunque se defienden como
pueden, terminan por ser heridos de muerte, fusilados o capturados. Los escasos
supervivientes salvan la vida gracias a la intervención de un miliciano que
hace ver a quienes quieren fusilarles que son soldados y que están allí contra
su voluntad, hasta que finalmente son trasladados a la cárcel Modelo de Madrid.
Así acaba la corta historia de
este desventurado grupo. El resto de la columna alcanzó La Granja, Segovia,
como se proponía.
El capitán Salas recibió
posteriormente la Medalla Militar Individual y el ayuntamiento de El Pardo
honra su memoria con una calle.
¿Y qué fue de Tomás Maestro, el
soldado que se ofreció voluntario para enfrentarse a un peligro cierto con el
laudable propósito de ayudar a sus compañeros, y que se mantuvo en su puesto
hasta el límite de sus fuerzas? Es de esperar que las buenas gentes que lo
acogieron en Manzanares el Real lo cuidaran hasta el final y lo dieran
cristiana sepultura.
Pero, ¿recibió algún reconocimiento
oficial su extraordinaria conducta, virtuoso ejemplo del compañerismo que tanto
se glosa en las gestas militares?
He tratado modestamente de
investigar y no he encontrado nada sobre este héroe anónimo. Por eso me permito proponer en este blog, que me consta que es seguido por
las autoridades civiles y militares de El Pardo, que al menos se coloque una
placa en su memoria en el cuartel Zarco del Valle que recuerde que sacrificó su
vida en ayuda de sus compañeros.
Francisco Acebes del Río