Me he comprado
un nuevo ordenador. Es chino-americano.
El señor Ibeeme, de Nueva York, se lo vendió a papá Lenovo, que comenzó
con un bazar en el pueblo de Tó-Acien del norte de China pero que se mudó a
Pekín, puso una inmobiliaria y se forró.
Mi nuevo
ordenador es un Lenovo G50-30, tiene RAM 8G (que debe ser algo importante), HDD
500 (más importante todavía) y CPU Intel Celeron N2840 2.18G (probablemente la
repera). Viene con Windows 8.1, además
de Microsoft Office 2013, webcam, micrófono
y altavoces incorporados.
En cuanto llegué
a casa con él, abrí la caja y fui raudo a instalarlo. Pensé que me
encontraría un tocho de 200 páginas de lectura pero sólo consistía en un
desplegable de instrucciones (eso pensaba yo) y decía:
SEGURIDAD, GARANTÍA Y GUÍA
DE CONFIGURACIÓN.
Instrucciones de configuración inicial.
Y más abajo
cuatro puntos con sus respectivos dibujitos:
1. Instale
el paquete de batería. (Fácil, lo saqué del envoltorio y lo coloqué
en su sitio).
2. Conéctelo
a una fuente de electricidad. (Más fácil
aún. Desenrollé los cables y lo enchufé como la tostadora cada mañana).
3. Presione el botón
de encendido. (Facilísimo, pulsé un interruptor pequeñito y esperé).
Yo estaba tan
orgulloso por lo bien que se me iba dando, aunque reconozco que los chinos son
parcos en instrucciones
4. Configure el
sistema operativo siguiendo las instrucciones que aparecen en pantalla.
Apareció el
icono pequeñito de instrucciones en pantalla, una profusión de colores como la
explosión de una nova y multitud de pantallitas con la cantidad de cosas que
podía pinchar: La vida en un vistazo,
Jugar y explorar, Xbox, Groove Música, Photoshop…
Yo buscaba solamente cómo diablos abrirlo, así que ni me atreví a tocar una
tecla, apagué y le mandé un correo de SOS a mi yerno que es ingeniero
informático entre otras cosas.
Mi
abnegado yerno vino después de su extensa jornada de trabajo -nunca se lo
agradeceré lo suficiente-, pasó tres horas configurando aquello y apañando lo
que fuera necesario, me mostró cómo funcionaban todos los programas (eso sí, a
velocidad de informático, es decir, que parpadeas y te has perdido dos
pantallas) y se fue a casa. Espero que,
al menos, no le riñeran por llegar tarde.
Lo peor fue a la
mañana siguiente. Encendí el trasto y me llevé un susto, pues se me
apareció un venerable anciano, calvo,
poco agraciado, algo bobalicón, con cara de ultratumba como las fotos del DNI,
quien, según mi mujer me dijo después, repetía mi nombre y apellidos, aunque
yo, con mi sordera y sin audífonos, no me había enterado. El anciano
ponía cara de sorpresa y se movía inquieto, yo también estaba sorprendido y me
movía nervioso ante su repentina aparición hasta que, ya harto, le hice un
gesto airado con la mano. Él me hizo el mismo gesto. Eso sí que no
me lo esperaba; en primer lugar, el cliente siempre tiene razón; además, los
chinos tienen reputación de ser muy corteses (también la tienen de no pagar
impuestos, pero ese es un tema que corresponde a Montoro) y, por último, yo me
había gastado 380 euros -y eso aprovechando el descuento del Black Friday- en
aquello y me debía un respeto. De repente, apareció una mujer detrás del
anciano y pensé que el cobarde había ido a pedir refuerzos. La recién
llegada, aunque con la misma imagen fantasmal de DNI, tenía un aire
familiar. Miré con detenimiento y ¡oh, sorpresa! la recién llegada
era mi mujer, por lo que deduje que ¡horror! el venerable anciano era yo.
Claro, por eso la webcam estaba
encendida. Como no era cosa de disculparme a mí mismo, apagué el ordenador, me
tomé un vaso de agua para reponerme y me hice el desayuno.
Con las fuerzas
y el ánimo recuperados por el desayuno (tostada con aceite de oliva virgen
extra Arbequina y ajo más una pizca de pimentón dulce de la Vera), me armé de
valor y me enfrenté al monstruo. Otra vez el venerable anciano, esta vez
con cara preocupada, pero pronto descubrí que la pantalla tenía una cruz en una
esquina, pinché y apareció un mensaje que decía “VeriFace deshabilitado”. O sea
que mi sosias se llamaba VeriFace y ni siquiera se había presentado.
Luego salió una
pantalla que me pidió la contraseña de mi cuenta y eso lo hice bastante bien.
Esa pantalla tenía además un busto blanco de esos que aparecen en las redes
sociales para poner tu foto. Como tampoco era cosa de flagelarme, puse la foto
de mi nieto José Francisco, un mocetón de 22 años y 1,84 m que creo que se
parece algo a mí cuando era joven, aunque no se lo pienso decir para que no se
disguste la criatura. Yo no necesito verme en el ordenador cada mañana
pues ya me miro al espejo, que tiene más píxeles (¿qué querrá decir la
palabreja?), cuando me afeito.
Después me
dediqué a buscar cosas, me salieron los cotilleos de Microsoft, el tiempo,
juegos varios y un montón de cosas más, pero no encontraba ni documentos ni
cómo meterme en Internet. Ahora que lo he logrado, lo cuento para compartir mi
éxito, aunque sólo será total cuando encuentre cómo manejarme con Internet,
Word o Excel. Os mantendré informados.
Días más tarde
me entero de que me ofrecen la última versión de la casa que es más completa… y
gratuita. Difícil resistirse, así que
decido descargarme Windows 10. Pincho “Actualizar ahora” pero no pasa
nada. Finalmente descubro un rectángulo
minúsculo en la esquina derecha de la pantalla que dice “Get Windows 10”. Pincho y comienza el proceso de
actualización. Eso me ratifica en la
idea de que la informática no es tan difícil sino que la hacen difícil adrede. Y si no, ¿a qué viene esconder las
instrucciones como si jugarán al orí y ponerlas en inglés?
La actualización
dura 2:45 horas, con pausas cada diez minutos en que la pantalla se queda negra
unos segundos y yo me quedo blanco temiendo que no arranque de nuevo. Para terminar, me pide “configurar”,
“actualizar” y “reconfigurar”. Lo hago…
y otro susto. Aparece un círculo blanco
rodeado de otro azul tenue (debe ser del Podemos
chino) que me dice en español: Hola, soy
Cortana, estoy aquí para ayudarte a hacer cosas. O sea, lo mismo que el Podemos español. No me fio,
me da miedo que me pase como con VeriFace, quien, por cierto, ha desaparecido
con Windows 10 junto con la imagen de mi nieto mayor. Una pena, porque en estos pocos días le había
tomado cariño a VeriFace; al nieto se lo tenía ya.
A continuación
me dice que tiene 20 actualizaciones. Me
parece bien, hay que estar al día -ojalá me actualizara a mí también-, pero me
cuesta otros 75 minutos de angustia. Cuando termina de reactualizarse, toma el
relevo el filtro MacAfee para hacer un “análisis de vulnerabilidades” y, tras
75 minutos de tensión nerviosa, me informa de que ha analizado 378.591
elementos. Como soy de Ciencias, se me
ocurre calcular y me doy cuenta de que ha tardado un promedio de 0,011886
segundos en analizar cada elemento. Es
decir, una centésima de segundo, para los que no sois de Ciencias. Eso me supera. Si el ordenador tiene 378.591 elementos ¿cómo
no se va a estropear alguno de ellos al día siguiente? Me voy a dormir preocupado.
Hoy me inquieto
porque Intel Celeron va lento y parece haber perdido brillo. Pienso que quizás
siente nostalgia, así que he comprado un gato chino amarillo (dizque de la
suerte) de esos que mueven el brazo izquierdo sin parar y se lo he colocado al
lado como pisapapeles. Yo entiendo de la
nostalgia que se siente cuando se está solo y en tierra extraña. He visto muchas muñequitas flamencas de trapo,
toros y una banderita rojigualda encima de los televisores de muchos
expatriados españoles con el fondo de Conchita Piquer cantando “Suspiros de
España”. Además, para que se anime, le bautizo Celedonio que es lo más parecido
a Celeron que encuentro como nombre.
Espero que así se sienta mejor.
Voy avanzando a trompicones.
Unos días
después nos toca ejercer de abuelos. En
cuanto llega, mi nieto, Álvaro, de 11 años, se sienta a mi lado y se ofrece a
ayudarme. Pronto me desplaza de la silla
y asume el mando. ¡Qué espectáculo! Empiezan a aparecer en pantalla cosas que
ni sospechaba que se hubieran inventado.
A Cortana lo conoce mucho, es casi íntimo, dice que resuelve todos los
problemas y me anima a probar, pero me niego, no sea que me pase como con
VeriFace. De repente dice: Cortana,
cuéntame un chiste. Y, ante mi asombro, aparece un chiste blanco en la
pantalla. Luego aparece la tienda de
Windows. Dice: Abuelo, es fantástica, es como un centro comercial. Me reprimo de contarle que lo más parecido a
un centro comercial que yo conocía cuando tenía su edad, que ni siquiera había
salido de mi barrio, era la pipera, la señora Perpetua, que se instalaba con su
carro en la esquina del paseo de las Delicias y vendía pipas de girasol y de
calabaza tostadas y saladas, “torraos”, cacahuetes, algarrobas, avellanas,
altramuces, almendras blancas, tostadas y garrapiñadas de Alcalá, regalíz y su
raíz el paloduz, cromos, cigarrillos sueltos o en cajetillas y agua en botijo
por “la voluntad”, entre otras cosas.
Álvaro adivina
que me he puesto triste y se ofrece a buscar mi solitario preferido (Carta
blanca o White Card) al que hemos jugado a veces los dos. Investigadores de la Universidad de Las Vegas
opinan que es la mejor prevención contra el Alzheimer. Lo encuentra en un pispás
y me explica cómo se descarga, claro que lo hace dos veces todavía más rápido
que su padre.
Tras la sesión
con Álvaro, asumo a mi pesar que sé muy poco de informática, así que me he
comprado una Guía Multimedia:
aplicaciones y recursos para todos.
Esperaba ponerme
al día en breve y dominar a Celedonio, pero pronto constato que entender la
guía es todavía más difícil que entender a Celedonio. A Cortana, ni mirarle.
Han pasado
cuatro meses y he recuperado la confianza en la cibernética, pero como creo que
no soy el único sufridor informático y pienso que también os ocurrirá a algunos
de vosotros, sólo me queda aconsejaros que recurráis a los que saben más: Álvaro es rápido y económico.
PS. Se vende guía multimedia como nueva.
Francisco
Acebes
* * *