COJO,
TUERTO, MANCO Y… HÉROE OLVIDADO.
EL
GRAN ALMIRANTE DON BLAS DE LEZO
En el invierno de 1992 llegué
a la eterna primavera de Cartagena de Indias, Colombia, para un mes de trabajo y
aproveché los ratos libres para visitar la ciudad. Los colombianos dicen que es la ciudad más
bonita de América. Me imagino que otros países americanos opinaran lo mismo de
alguna de sus ciudades, pero habrá que admitir que, según los colombianos,
Cartagena es, al menos, la ciudad más bonita de Colombia. Y eso ya es mucho.
A mí me pareció encantadora, tanto por su preciosa bahía como por sus muy
bien conservadas casonas coloniales, sus balconadas, sus centenarios conventos
e iglesias barrocas, sus plazas porticadas, sus estrechas calles de balcones
floridos que son un alivio para el calor, sus murallas, su impresionante y bien
conservado recinto defensivo, sus fuertes y baluartes, su pasado histórico, sus
espléndidas playas, su bahía, sus atardeceres…
Pues bien,
una tarde me acerqué a visitar el baluarte de San Felipe, algo alejado del
casco histórico y me encontré con este
modesto monumento frente al fuerte. Se
había erigido en honor de don Blas de
Lezo, quien, tengo que confesar, me era
totalmente desconocido.
La
biblioteca municipal de Cartagena de Indias tenía bastante información y di en
saber que don Blas había sido uno de los más brillantes estrategas navales de
la historia de la marina española, que había derrotado en la defensa de
Cartagena a la flota más
grande que se había reunido hasta entonces, pues superaba en más de 60
embarcaciones a la “Armada Invencible” que lanzó Felipe II contra
Inglaterra. Lamentablemente, el héroe de
aquella hazaña murió tres meses después de su prodigiosa victoria y su memoria,
salvo honrosas excepciones, se sumió en el olvido en España.
A la llegada de los primeros españoles en enero de 1533, lo que
hoy es Cartagena de Indias era un conjunto de islas muy próximas unas de
otras. Tras recorrer la zona, el
Adelantado don Pedro de Heredia, madrileño, fundó San Sebastián de Cartagena en
junio de ese año en la isla arenosa de Calamarí. Le acompañaba una bien pertrechada hueste de
150 hombres que tuvieron que soportar los ataques de los aguerridos indios
turbacos o yurbacos que poblaban las colinas que rodean la bahía.
Cartagena, al sur del mar Caribe, devino
pronto un punto de apoyo vital para el tráfico de galeones entre España, las colonias americanas y Filipinas, pero
especialmente para la joya imperial, el virreinato del Perú. Esto atrajo la
codicia de los piratas, mayormente franceses e ingleses, que la atacaron,
tomaron, robaron e incendiaron repetidamente.
Tendrían que pasar 50 años hasta que Felipe II diera respuesta a las
atribuladas solicitudes de sus súbditos y ordenara la fortificación de la
ciudad que, durante doscientos años, se fue rodeando de murallas, fuertes,
fosos, baluartes, cañones y morteros hasta hacerse prácticamente inexpugnable.
Hace unos meses, el
rey don Juan Carlos inauguró en la plaza de Colón en Madrid un más que merecido
monumento a don Blas de Lezo sufragado por colecta popular, pero, como parece
que a la memoria de don Blas le persigue la mala suerte, algunos nacionalistas
catalanes y el ayuntamiento de Barcelona exigieron que se retirase la estatua
porque, a su entender, Blas de Lezo había tenido un protagonismo destacado en
el primer asedio a Barcelona y capitaneado su bombardeo en 1713.
La historiadora Carolina Aguada, comisaria de
la exposición que conmemora el tricentenario del militar, argumentó que ese era
un juicio erróneo pues de Lezo iniciaba por entonces su carrera y era un
oficial de bajo rango durante el primer (y fracasado) sitio, en 1706, y que más
tarde sirvió como capitán del Campanella en 1713 en la flota que al
mando de Manuel López Pintado asedió por mar Barcelona, el último reducto leal
al archiduque Carlos de Austria durante la Guerra de Sucesión. Por su parte, Ricardo García Cárcel, catedrático de la
Universidad Autónoma de Barcelona y miembro de la Real Academia de la Historia,
consideró que la participación de Blas de Lezo fue casi anecdótica, y no
sirviendo a España sino a Felipe V contra los partidarios del archiduque. Me
produce un rechazo enorme la interpretación de Guerra de Sucesión en términos
de España contra Cataluña. Es falso y maniqueo.
La alcaldesa de
Madrid, Ana Botella, se negó a retirar el monumento y calificó la exigencia de
manipulación política.
¿Quién
era tan controvertido homenajeado y qué pasó en Cartagena de Indias?
Aunque
existen algunas discrepancias, lo más aceptado es que Blas de Lezo y
Olavarrieta (u Olabarrieta) nació en Pasajes de San Pedro/Pasaia (Guipúzcoa), el
3 de febrero de 1689 y murió en Cartagena de Indias, Nueva Granada, (luego
Colombia), el 7 de septiembre de 1741. Fue el cuarto de diez hermanos de una
familia de generaciones de marinos. Cursó estudios en Francia y se enroló a los
doce años como guardiamarina en la armada francesa. El rey Luis XIV de Francia apoyaba los
derechos sucesorios de su nieto, el
duque de Anjou, más tarde Felipe V, al trono de España, tras la muerte sin
descendencia del rey Carlos II de España, que lo había nombrado su
sucesor. El otro pretendiente, el
archiduque Carlos de Austria, hijo segundo del emperador Leopoldo I contaba con
el apoyo de una coalición encabezada por Inglaterra.
En
agosto de 1704 salió la escuadra francesa, con de Lezo como Guardiamarina a
bordo del Foudroyant, del puerto de Tolón (Francia). En Málaga se le unieron algunas galeras
españolas. El 24 de agosto se enfrentó
frente a Vélez-Málaga a una escuadra anglo-holandesa de parecidas fuerzas. El intenso enfrentamiento produjo más de
4.000 bajas y concluyó sin vencedores ni vencidos por la escasez de munición de
ambas escuadras. El jovencísimo de Lezo se
batió de forma notable en su bautismo de fuego hasta que una bala de cañón le
alcanzó la pierna izquierda, que le fue amputada por debajo de la rodilla.
Cuentan las crónicas que la operación se hizo sin anestesia y que el estoico
Blas, de solo quince años, no emitió ni un lamento. En reconocimiento, el propio rey francés le
ascendió a Alférez de Bajel.
La recuperación y posterior
adaptación fueron rápidas y, al año siguiente, participó en el socorro a las
plazas de Palermo y Peñíscola y en exitosas maniobras en el Mediterráneo que
culminaron con la captura de varios navíos ingleses.
En
1706, el ejército borbónico cercaba por tierra Barcelona mientras que barcos
anglo-holandeses apoyaban por mar al archiduque Carlos. A Blas de Lezo, como
Alférez de Bajel, con 17 años, se le encargó el mando de una flotilla para
burlar el asedio de los barcos anglo-holandeses y abastecer de pertrechos y
municiones al ejército sitiador, lo que logró con brillantez.
Ascendido
a Teniente de Navío fue destinado a la fortaleza de Santa Catalina de Tolón,
donde combatió en la defensa de la fortaleza en 1707 contra las tropas
austracistas comandadas por el príncipe Eugenio de Saboya, hasta que la
esquirla de una bala de cañón le alcanzó el ojo izquierdo y lo dejó tuerto de
por vida.
La
juventud y el ímpetu del joven marino le hicieron acortar su convalecencia; su
siguiente destino fue el puerto de Rochefort, donde recibió el ascenso a
Teniente de Guardacostas en 1707. De
Lezo cumplió exitosas campañas en el Mediterráneo y rindió varias naves
enemigas, aunque probablemente su mayor hazaña ocurrió en 1710 o 1711 cuando
comandando una fragata (la Valeur quizás) se enfrentó al Stanhope,
que le triplicaba en efectivos humanos y materiales. Tras un intenso cañoneo
entre ambas naves, de Lezo se encontró en posición de abordaje, ordenó lanzar
los garfios y abordó y apresó al navío inglés.
Resultó herido en la acción y fue ascendido a Capitán de Fragata.
En
1712 Blas de Lezo decide dejar la armada francesa; solicita incorporarse a la
modesta armada española y es asignado a la escuadra del afamado Almirante don
Andrés de Pez (o Pes) y Malzárraga, quien se mostró admirado de las virtudes de
de Lezo y procuró su ascenso a Capitán de Navío en 1713. En 1713-14, al mando del Campanella,
participó en el sitio de Barcelona, cercada también por tierra por las tropas
borbónicas del duque de Berwick. El 11
de septiembre de 1714, en una de sus incursiones, muy cerca de la costa, fue
alcanzado por un disparo de mosquete en el antebrazo derecho, herida que le
afectaría para siempre la movilidad del brazo.
Con solo 25 años quedaba cojo, tuerto y manco pero de Lezo no se dejó
vencer por el infortunio y se impuso continuar su brillante carrera. Por entonces, se le comenzó a conocer por los
apodos -no exentos de admiración- de Patapalo y de Mediohombre.
En
1715, capitaneando el Nuestra Señora de Begoña, logró la capitulación
de Mallorca, la última plaza leal al
archiduque Carlos, sin un solo tiro, tras el mero desembarco de los 10.000
hombres que componían la flota de Felipe V.
En
años posteriores continúa sus exitosas campañas en el Mediterráneo, con numerosas
capturas, hasta que en 1720 comanda un navío nuevo, el Lanfranco, dentro
de una escuadra hispano-francesa, con la misión de vigilar y proteger las
costas del virreinato del Perú de los abundantes ataques de corsarios y
piratas, tarea que cumple con tanta eficacia que, tras la separación de las dos
escuadras, la española queda bajo su mando y asciende a General de la Armada el
16 de febrero de 1723.
Lamentablemente,
como ha ocurrido con demasiada frecuencia en los asuntos españoles, se le
regatearon los medios hasta el punto de que tuvieron que ser los propios
comerciantes peruanos quienes adelantaran los fondos para construir dos nuevos
barcos para reforzar la escuadra. Aun así, de Lezo logró fortalecer su escuadra
con tres navíos de guerra que capturó a los ingleses y prosiguió con éxito la
defensa de las costas del virreinato del Perú. Se cuenta que los barcos piratas
emprendían la huída rehusando el enfrentamiento cuando conocían que era de Lezo
su oponente.
En
mayo de 1725, el flamante General de la Armada contrajo matrimonio con doña
Josefa Pacheco de Bustos, hija de una acomodada familia criolla de Tacna
(Perú). con quien tuvo tres hijos. Por esa época se manifestaron sus
desavenencias con el nuevo virrey, envidioso de sus éxitos, que llegó a
bloquear los sueldos y fondos
necesarios para el mantenimiento de la escuadra. De Lezo, ofendido, reaccionó solicitando el
retiro y, en agosto de 1730, retornó a Cádiz donde se le abonó lo adeudado y se
le nombró jefe de la escuadra del Mediterráneo.
En
diciembre de 1731, se le encargó el cobro de dos millones de pesos que el banco
San Jorge de la República de Génova adeudaba al Reino de España. De Lezo se
personó en el puerto de Génova con seis navíos, se situó frente al palacio de
los Doria, recibió a los comisionados y les dio un plazo para efectuar la
entrega, transcurrido el cual cañonearía la ciudad. Exigió además que se
rindieran honores a la enseña real. Los
comisionados se apresuraron a cumplir oportunamente las exigencias del marino.
A su regreso a Cádiz, el rey concedió a Blas
de Lezo, en reconocimiento, un nuevo estandarte para su nave capitana con las
armas reales y la orden del Toison de Oro.
La
corona española decidió recuperar la plaza de Orán (Argelia) y el 15 de
junio de 1732 zarpó del puerto de Alicante una poderosa expedición, con Blas de
Lezo a bordo del Santiago, acompañado por once barcos de
guerra, siete galeras y 54 buques de transporte que transportaban unos 30.000
hombres como fuerza de choque al mando de conde de Montemar. Tras
el desembarco de la tropa española en la cala de Mazalquivir protegida por el cañoneo de los buques, el pirata Bey
Hassan, encargado de la defensa de la plaza, dio orden de retirada y logró
escapar con su nave capitana. El 2 de julio de 1732 las fuerzas españolas reconquistaron Orán y la flota
regresó a Alicante, pero Bey Hassan logró urdir una alianza con el Bey de Argel
y sus aliados para recuperar Orán y atacó la plaza por mar y tierra. Tan pronto
como se supo la noticia, Blas de Lezo regresó a Orán con siete naves, rompió el
bloqueo marítimo, entró al puerto, puso en fuga a los nueve buques sitiadores y
en una arriesgada acción se enfrentó a la nave capitana del Bey de Argel y la
incendió.
La escuadra regresó a Cádiz el 2 de
septiembre de 1732. En recompensa, el
rey le asciendió a Teniente General de la Armada en junio de 1734 y fue
nombrado comandante general del departamento marítimo de Cádiz.
Felipe V lo llamó a la corte en 1735 pero de
Lezo solicitó pronto su retorno a la actividad militar pues, según él, tan
maltrecho cuerpo no era una buena figura para permanecer entre tanto lujo y su
lugar era la cubierta de un buque de guerra.
Conseguido el permiso regresó al Puerto de Santa María en julio de
1736.
Nombrado comandante general del apostadero
de Cartagena de Indias salió con su flota el 3 de febrero de 1737 y llegó a su destino el 11 de
marzo. Cartagena de Indias, ya entonces
muy fortificada, era conocida como “la llave del imperio” por su importancia
geoestratégica en la ruta de los galeones entre las colonias americanas y la
metrópolis.
De Lezo se vería obligado a defenderla y se
enfrentaría y derrotaría heroicamente a una fuerza muy superior. Allí transcurrirían sus días de mayor gloria,
pero también conocería la ingratitud, la muerte y… el olvido.
Inglaterra, la potencia naval más importante
de la época, codiciaba el comercio con las colonias españolas del que España
mantenía el monopolio. Tras la guerra de Sucesión, España había concedido
licencias por 30 años a “navíos de permiso” ingleses de no más de 500 toneladas
para que pudieran mercadear con ocasión de las ferias de comercio, pero los
abusos eran frecuentes. En 1731, uno de
estos navíos que navegaba por las costas de Florida, el Rebeca, al mando
del capitán escocés Robert Jenkins, fue detenido por el guardacostas español la
Isabela, capitaneado por Julio León Fandiño y, al ser registrado,
se le encontró gran cantidad de mercancías de contrabando. Como escarmiento, el
capitán español cortó una oreja a Jenkins y le dijo: Ve y dile a tu rey que lo
mismo le haré si a lo mismo se atreve. Hay lógicas dudas sobre la veracidad
del incidente, pero lo cierto es que, en ocasión de una sesión de la Cámara de
los Comunes el 8 de marzo de 1739, Jenkins se presentó con una caja que
contenía una oreja en un frasco y narró el incidente anterior. La cámara lo consideró como una afrenta al
rey y, dado que Inglaterra temía que el acuerdo de comercio limitado, próximo a
expirar, no se renovara al cumplir los 30 años, la Cámara aprovecho el
incidente para aprobar la declaración de guerra contra España el 23 de octubre
de 1739 haciéndose eco del grito que ya estaba en la calle: ¡El mar de las
Indias, libre para Inglaterra o la guerra!
Parece ser que por entonces los servicios de
espionaje españoles funcionaban bien y pronto se supo que Inglaterra se
disponía a armar una poderosísima flota con intención de tomar posesiones
españolas en el mar Caribe. En consecuencia,
Blas de Lezo comienza a evaluar su capacidad defensiva y, como primera medida,
coloca dos navíos para bloquear el paso a la rada de Bocachica y alerta los
baluartes defensivos.
En 1739, Inglaterra
nombra comandante de las fuerzas británicas en las Indias Occidentales al
almirante Edward Vernon, quien sitia la plaza española de Portobelo (en la
actual Panamá) y, a pesar de que su gobernador, Martínez de la Vega Retez,
capitula sin resistencia, Vernon destruye los castillos y saquea la plaza. La
noticia es recibida con júbilo en Inglaterra, se hacen medallas conmemorativas
y Vernon pasa a ser considerado un héroe nacional. El 27 de noviembre de 1739, Vernon escribe a
Blas de Lezo para informarle que los prisioneros de Portobelo reciben buen trato
aunque no lo merezcan. A su arrogancia, de Lezo responde así: Si hubiera estado yo en Portobelo, no hubiera su Merced
insultado impunemente las plazas del Rey mi Señor, porque el ánimo que faltó a
los de Portobelo me hubiera sobrado para contener su cobardía.
En los primeros meses de 1740 se producen
dos visitas de reconocimiento a Cartagena por parte de flotas inglesas que
llegan a cañonear la ciudad pero que se retiran a Jamaica ante la contundente respuesta
española. En vista de ello, se persona en Cartagena el virrey de Nueva Granada,
general Sebastián de Eslava, de reconocido prestigio militar para asumir el
mando conjunto de las operaciones.
Finalmente, los temores
de hacen realidad y el día 13 de marzo de 1741 se presenta ante la ciudad y
cerca la bahía la flota más poderosa jamás vista en la historia hasta la que se
congregó para el desembarco en Normandía a finales de la Segunda Guerra
Mundial. La comandaba el propio almirante Vernon. La desproporción de fuerzas
era tan exagerada que merece detallarse a título de comparación:
Fuerzas inglesas:
-
8 navíos de 3 puentes y entre 80 y 90 cañones.
-
28 navíos de 2 puentes y entre 50 y 70 cañones.
-
12 fragatas de 40 cañones.
-
2 bombardas.
-
130 barcos de transporte.
-
6.237 soldados ingleses
-
2.673 soldados norteamericanos.
-
1.000 macheteros jamaicanos.
-
12.600 marineros
-
2.620 cañones navales.
-
1.380 cañones de tierra.
Fuerzas
españolas:
-
6 navíos de línea.
-
2.230 soldados españoles.
-
600 indios flecheros del interior.
-
900 marineros.
-
80 artilleros.
-
360 cañones navales.
-
320 cañones de los fuertes.
-
310 cañones del recinto amurallado.
Los seis navíos eran: el Galicia (con 70
cañones, que era la nave capitana de Blas de Lezo), el San Felipe (64 cañones), el San Carlos
(70), el África (70), el Dragón (64) y el Conquistador (64).
Comenzaron días interminables de incesante cañoneo
desde el mar sobre los fuertes que defendían la ciudad. De Lezo tuvo que recurrir a toda su
experiencia bélica, a su ingenio y a su astucia.
La
entrada por mar a Cartagena de Indias sólo era posible a través de dos
estrechos accesos, Bocachica (defendido por los fuertes de San Luis y San José)
y Bocagrande (defendido por los baluartes de San Sebastián, Santa Cruz,
Manzanillo, Santiago y San Felipe). De
Lezo puso en estado de alerta a los
fuertes, obstruyó ambos accesos con sus buques y bolas encadenadas y dio
órdenes de hundirlos si fuera necesario para evitar así que penetrasen
las naves inglesas. Pero la superioridad de las fuerzas inglesas era
manifiesta; los sitiadores lograron desembarcar y el 5 de abril asaltaron el
fuerte San Luis e incendiaron y hundieron los buques San Carlos, África
y San Felipe cuando sus defensores se retiraban en desorden. De Lezo
ordenó barrenar y hundir el Galicia para obstruir la
entrada a Bocachica pero los ingleses se anticiparon y lo tomaron antes de
incendiarse, fortaleciendo aún más su posición y dejando expedita la entrada a
la bahía. El virrey Eslava, por su parte, ordenó hundir los restantes navíos,
el Dragón y el Conquistador, para obstaculizar el acceso a la
bahía interior por Bocagrande, aunque con escaso éxito pues los ingleses
consiguieron remolcar al Conquistador y desembarazar el paso. La
situación se tornó desesperada para los sitiados. Además, la noche anterior, del 3 al 4 de abril, habían
sido heridos el virrey Eslava en una pierna y Blas de Lezo en una mano y en el
muslo.
A mediados de
abril, el almirante Vernon accedió a la bahía con las velas de su nave capitana
desplegadas en señal de triunfo y, dando la plaza por tomada, envió una fragata
a Londres para informar a la corte. La
noticia fue recibida con tal entusiasmo que hasta el Parlamento aprobó la
emisión de monedas conmemorativas de la hazaña en las que se mostraba a Blas de
Lezo arrodillado ante Vernon para entregarle su espada en señal de rendición y
la leyenda: el orgullo español humillado por Vernon.
El curso de los
acontecimientos generó fricciones entre el virrey Eslava y Blas de Lezo que
llevaron a de Lezo a pedir su relevo, petición que se cumplió aunque tuvo que
ser repuesto en el cargo de comandante general del apostadero con prontitud
ante la gravedad de la situación. A los ingleses solo les faltaba tomar el
castillo de San Felipe para hacerse con la plaza y a eso se dispusieron.
Entre otras medidas
defensivas, de Lezo mandó ahondar dos metros la cava que rodeaba el bastión,
construir una trinchera zigzagueante que conectara con ella y ordenó volar el
puente que lo unía a la ciudad. Además, reforzó la guarnición del castillo de
650 hombres con 250 infantes de Marina que desplazó del recinto amurallado a
riesgo de mermar su defensa.
Los preparativos
para el asalto a San Felipe comenzaron a las 2 de la madrugada del 20 de abril
de 1741. La estrategia inglesa era
atacar el castillo con dos columnas con un total de 4.000 granaderos, pero
subiendo las escarpadas laderas se encontraron con el fuego inesperado de los
650 soldados posicionados en la trinchera, apoyados por el fuego de los 300 del
castillo y cuando recurrieron a asaltar las murallas con las escalas que
llevaban se encontraron que estas eran demasiado cortas por los dos metros que
había mandado excavar de Lezo.
Los sitiados
causaron una masacre entre los asaltantes, atrapados al pie de las
murallas. Ambos bandos combatieron
ferozmente bajo un sol tropical inclemente. Los soldados ingleses lograron
sobrepasar la trinchera y la lucha continuó a bayoneta calada al pie del
castillo ya sin el apoyo de la artillería inglesa porque las tropas estaban
entremezcladas. Al borde del agotamiento, De Lezo recurrió a los 250 infantes
de Marina que hasta entonces se habían encargado de los cañones del castillo;
ante el empuje de estas tropas frescas, los agotados ingleses se desmoralizaron,
retrocedieron y finalmente se dieron a la fuga ladera abajo perseguidos por los
soldados españoles. En ese embate, los ingleses dejaron en el campo 450 muertos
y 100 heridos graves. Así lo cuenta una
crónica:… rechazados al fusil p.r más de una hora y después de salido el Sol
en un fuego continuo la ning.a esperanza de su yntento (…) se pusieron en
bergonzosa fuga al verse fatigados de los Ntros los q.e cansados de
escopetearles se avanzaron a bayoneta calada siguiéndolos hasta quasi su campo…
En su fuga se dejaron, al pie del castillo de
San Felipe, buena parte de su arrogancia y la humillación de haber acuñado,
prematuramente, las medallas conmemorativas de una victoria en las Indias que
nunca aconteció.
Quizá por eso, hubo varios intentos más por parte
de los ingleses para hacerse con la ciudad bombardeándola desde tierra y mar
pero nunca volvieron a sitiar el castillo de San Felipe.
Finalmente, el 20 de mayo de 1971, la desmoralizada flota inglesa, muy
mermada por las bajas y las enfermedades, se retiró de Cartagena rumbo a
Jamaica no sin antes hundir cinco navíos por falta de tripulación.
Se dice que al partir, un humillado Vernon
maldijo a de Lezo gritando: God damn you, Lezo! (¡Que Dios te maldiga,
Lezo!), aunque antes le había enviado un amenazante
escrito: Hemos decidido retirarnos para
volver pronto a esta plaza después de reforzarnos en Jamaica. Al que de Lezo dio cumplida réplica: Para
venir a Cartagena es necesario que el rey de Inglaterra construya otra
escuadra, porque ésta sólo ha quedado para conducir carbón de Irlanda a
Londres, lo cual les hubiera sido mejor que emprender una conquista que no
pueden conseguir.
Las
pérdidas humanas y materiales causadas durante la que en Inglaterra se
conoce La guerra de la oreja de Jenkins fueron muy altas:
-
Por parte inglesa: 3.500 muertos en combate, 2.500 muertos por enfermedades,
7.500 heridos en combate, 6 navíos de tres puentes, 13 navíos de dos puentes, 4
fragatas, 27 transportes y 1.500 cañones capturados o destruidos por los
españoles.
-
Por parte española: 800 soldados, 1.200 heridos, 6 navíos de dos
puentes, 5 fuertes, 3 baterías y 395 cañones.
A ninguno de los dos principales protagonistas
les acompañó la fortuna tras esta confrontación.
Vernon ocultó a su regreso que la victoria tan
imprudentemente anunciada se había transformado en derrota, pero la verdad se
supo pronto y fue relevado de su cargo y, finalmente, expulsado de la armada
inglesa en 1746, aunque el orgullo inglés hizo que fuera enterrado en la abadía
de Westminster.
De Lezo cayó en desgracia ante el rey Felipe V,
quien, perdido en la sombras de su demencia senil, no apoyó a tan fiel servidor
contra los informes críticos del virrey Eslava.
Abrumado y empobrecido, don Blas de Lezo falleció tres meses y medio más
tarde, el 7 de septiembre de 1741, a causa de la peste -según algunos
historiadores- o de las heridas sufridas durante el sitio. Fue enterrado sin honores en una fosa común
aunque mucho más tarde se le concedió a título póstumo el marquesado de Ovieco.
Tampoco se cumplió con la solicitud expresada en su testamento de que se
colocara una placa al pie del castillo de San Felipe que dijera: Aquí España derrotó a
Inglaterra y sus colonias.
Hubieron de pasar 268 años para que su deseo se cumpliera el 5 de
noviembre de 2009. La placa dice:
HOMENAJE AL ALMIRANTE D. BLAS DE LEZO Y OLAVARRIETA
Esta
placa se colocó para homenajear al invicto almirante que con su ingenio, valor
y tenacidad dirigió la defensa de Cartagena de Indias. Derrotó aquí, frente a
estas mismas murallas, a una armada británica de 186 barcos y 23.600 hombres,
más 4.000 reclutas de Virginia. Armada aún más grande que la Invencible
Española que los británicos habían enviado al mando del Almirante Vernon para
conquistar la ciudad llave y así imponer el idioma inglés en toda la América
entonces española. Cumplimos hoy juntos, españoles y colombianos, con la última
voluntad del Almirante, que quiso que se colocara una placa en las murallas de
Cartagena de Indias que dijera:
“AQUÍ
ESPAÑA DERROTÓ A INGLATERRA Y SUS COLONIAS”
CARTAGENA
DE INDIAS, MARZO DE 1741
Colofón: hace unos días he leído que los
ministerios de Asuntos Exteriores de España y de Colombia colaborarán para
tratar de encontrar los restos del héroe de Cartagena, rendirles honores y
darles sepultura digna. Existe
información contrastada de que podrían estar en el lugar donde estuvo una
capilla en que se inhumaron bastantes militares de esa contienda. Que así sea.
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Francisco Acebes del Río