Después de la revista de armas un cabo se quitaba el casco y metía en su interior unos papelitos numerados doblados, del 1 al 18. Cada uno metía la mano dentro y sacaba un papelito. Según el número que salía así sería la garita que le había tocado. Según el cuadro siguiente:
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Puestos de Guardia
Garitas: “Puerta Principal” Números: 1, 5, 9, 13
“Puerta de carros” " 2, 6, 10
“Atalaya” " 3, 7, 11, 14
“Armería” " 4, 8, 12
“Polvorín” " 15, 16, 17 y 18
Garitas: “Puerta Principal” Números: 1, 5, 9, 13
“Puerta de carros” " 2, 6, 10
“Atalaya” " 3, 7, 11, 14
“Armería” " 4, 8, 12
“Polvorín” " 15, 16, 17 y 18
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Después del sorteo había que esperar a que llegase el teniente subayudante, un personaje que, aunque ajeno a la guardia, estaba encargado de revistarla en el aspecto “visual”: botas limpias, correajes, pelo arreglado, etc… Más de uno se presentaba con el casco sin águila (popularmente conocida como “la gallina”) entonces el teniente le decía que buscase otro casco con águila o si no que la pintase. Como la mayoría no teníamos aficiones artísticas, teníamos que ir a la carrera hacia la compañía para conseguir del furriel un casco en condiciones.
Pasado todo este protocolo. La guardia entrante iniciaba, marcando el paso a ritmo de corneta, su marcha hacia la puerta de entrada, rodeando el edificio principal o “noble” hasta hacer alto delante de la puerta, a las altura de las escaleras, guardadas por dos garitas en forma de castillo de Ingenieros que decoraban los laterales. Con las dos guardias formadas, entrante y saliente, los oficiales intercambiaban las novedades y los soldados la munición: unos 75 cartuchos por cabeza, que distribuíamos en las distintas cartucheras. Finalizado el acto la guardia saliente iniciaba su marcha hacia el patio hasta romper filas. Y la entrante entraba (valga la redundancia) en la principal. Los dos cabos y cuatro soldados que les había tocado el polvorín iniciaban su ascenso por una larga cuesta hasta lo alto del mismo.
Una vez efectuado el relevo se tomaba posesión del Cuerpo de guardia, un cuarto grande que disponía de literas dobles, una mesa larga, sillas y un armero. En la pared un cuadro de Franco (era 1.965) y otro cuadro con un resumen de las obligaciones del centinela. Se procedía, para empezar, a relevar a los centinelas que aún quedaban y que no habían intervenido en el protocolo del relevo oficial. Había, además, que estar atentos pues en cualquier momento llegaría el Coronel o el Mayor, que no tenían hora fija de entrada.
En un día normal no había mucho más movimiento, salvo los relevos de las garitas, pero si te tocaba guardia en viernes, la cosa cambiaba pues se celebraba Consejo de Ministros en Palacio y tenía que formar la guardia en la puerta y rendir honores a todos los ministros que pasaban a gran velocidad por delante del cuartel. El procedimiento para saber cuándo llegaban ya estaba organizado: un guardia civil apostado en una garita, debajo del puente del ferrocarril que pasaba por encima de la carretera, a unos kilómetros antes del pueblo de El Pardo, avisaba vía telefónica a los Cuerpos de guardia del Parque y del Regimiento. De inmediato se daba la voz: ¡Guardia a formar! Según quién pasase (ministro o general) se “presentaban armas” o “armas sobre el hombro” y el corneta interpretaba el toque correspondiente.
Relato aparte merece la salida de Franco de su Palacio,
porque era todo un espectáculo
porque era todo un espectáculo
Menos mal que salía poco. Una vez formada la guardia previo aviso desde el Palacio, nosotros, arma presentada y el corneta tocando el himno, veíamos pasar primero a un motorista con sirena, llamado popularmente “el chivato”, que iba haciendo señas a los vehículos que circulaban por la carretera en ese momento para que se apartaran hacia las cunetas. Después aparecía, por el centro mismo de la calzada, una larga caravana con coches negros de gran cilindrada, que nosotros llamábamos “háigas”, repletos de individuos de la escolta, se supone que bien armados, uniformados de caqui, con cuellos y bocamangas rojos y unas enormes boinas del mismo color con unas borlas que les colgaban por un lateral de la cabeza. Detrás seguía el Rolls Royce del llamado Caudillo rodeado de unas 20 motos que iban a una velocidad endiablada y, para terminar, otra caravana de coches negros como los de al principio. Esta escena se repetía cuando el Jefe del Estado regresaba a Palacio. A Doña Carmen Polo, su esposa,también había que rendirle honores cuando pasaba por delante nuestro. Su caravana era más discreta y al menos, tenía la deferencia de aminorar la marcha y saludarnos con la mano desde el interior de su coche.
Un mal trago por el que tenían que pasar la mayoría de los que hacían guardia era el momento de sacar a pasear a los presos del calabozo. Con una extrema seguridad, fusiles cargados, sacábamos a los presos al patio. Una vez allí, dispuestos los centinelas en los vértices de un gran cuadrado imaginario, los presos paseaban de un lado para otro. En silencio a veces, otras hablando entre sí. Intercambiábamos miradas furtivas. Unas de comprensión, otras de miedo, otras como diciendo: “lo siento, pero te tengo que vigilar”.
Otro trago era la llegada del Jefe de Día, un comandante o teniente coronel que recorría los cuarteles de la guarnición apareciendo por sorpresa. Aunque a nosotros, que ya estábamos informados (en algo se tenía que notar que éramos un cuartel de Transmisiones) no nos pillaba tan de súbito. Este Jefe de Día revistaba la guardia y a veces el Oficial recibía grandes broncas, que por un momento, nos hacía sentirnos un poco solidarios con él.
Al toque de silencio llegaba un “jeep” con un soldado que traía en sobre cerrado y lacrado el “santo y seña” del día desde el Gobierno Militar. Todos conocen en que consistía: tres palabras, que servían como una clave para poder reconocerse los centinelas de noche. El primero que hablaba decía el “santo y seña” y el que contestaba decía la “contraseña”. Un ejemplo: Pablo_Palencia_Pistola. Esta clave se comunicaba a los centinelas por teléfono, aunque a veces, los oficiales de guardia te ordenaban que se las entregaras personalmente, pues decían que las líneas telefónicas podrían estar interceptadas por “el enemigo”, así que no había más remedio que ir garita por garita a entregar el papelito.
Hay que hacer constar aquí lo frías que eran las noches de invierno en El Pardo y además casi siempre con niebla. Solían traernos de las cocinas una perolas rebosantes de coñac de garrafa, conocidas como “saltaparapetos” en las cuales nosotros hundíamos, mano incluída, nuestros vasos para echar después un buen trago. También nos suministraban unos pesados capotes de paño gordo con capuchaque llegaban hasta los tobillos. Ver de noche, entre la semipenumbra de la niebla, a una fila de un cabo y cuatro soldados encapuchados, le daban a la escena un aspecto bastante tétrico e inquietante. Y así hasta el día siguiente, en que con otro ceremonial de relevo se terminaba la guardia, cuando el oficial mandaba romper filas y la tropa contestaba gritando: “¡Una menos pa un abuelo!”. FIN.
(De las memorias de un ex Cabo 1º)
Buenos días: he sido guardia civil y yo tambien he vivido unos años antes que tú prestando servicio en la carretera de El Pardo y llegaba hasta cerca del Palacio y cuando comentas lo de las escoltas de Franco y doña Carmen, me acuerdo que yo cubria su paso de servicio en la carretera y en todos los consejos de ministros doblabamos la vigilancia hasta que regresaban a Madrid a las 3 ó las 4 de la madrugada tanto en invierno como en verano.
ResponderEliminarTambién merecería comentario a parte las idas y venidas con el vehículo a gran velocidad de Martinez Bordíu (novio entonces de Carmencita la hija de Franco): Bueno no tengo tanta memoria como tu pero al leer todo la que habeis escrito, me voy recordando de cosas.
Francisco (Madrid)
Francisco: bienvenido y gracias por tu comentario.
ResponderEliminarA ver si te animas y, si quieres, nos podrías ampliar información sobre tus servicios en la carretera de El Pardo.
Un cordial saludo.
Estimado Francisco: de nuevo te doy las gracias por tu comentario.
ResponderEliminarYo también me acuerdo de la enorme cantidad de guardias civiles que custodiaban las cunetas de la Carretera de El Pardo cuando salían las autoridades del Palacio, a parte de los guardias que iban a caballo por el monte que no se veían.
Era una pena la cantidad de horas de guardia que hacíais, a lo mejor, aguantando con un simple bocadillo todo el día.
Los del Regimiento nos quejábamos cuando había consejo de ministros y nos tocaba guardia de prevención, y apenas teníamos que salir a la puerta principal a rendir honores de vez en cuando. Vosotros sí que trabajábais de verdad.
Te invitamos a que nos cuentes más cosas de aquellas largas vigilancias.
Un saludo.