Estimados amigos de “Historias de El Pardo”:
Como este magnífico blog está dedicado a los recuerdos, sobre todo de aquellos que tuvimos la suerte de prestar nuestro servicio militar en el Regimiento de Transmisiones, acuartelamiento del General Zarco del Valle; y como quiera que los recuerdos puedan ser buenos, malos o regulares, en este escrito me he decidido a contar uno de los malos. Como es natural y habitual en mí, no daré nombres, sólo de aquellas personas que se lo merezcan por sus buenas acciones y como pequeño homenaje hacia ellos.
Ya he dicho muchas veces que ingresé como voluntario en marzo del 59. En mi promoción de voluntariado no recuerdo bien el número de reclutas que fuimos, pero andaría entre los 35 ó 40. (Ya me gustaría a mí tener la memoria y el archivo de mi buen amigo Sabaté). Nada más llegar y recibir del almacén de vestuario el mono y resto de equipo, comenzó a circular un rumor—“radio macuto” se decía—, esa noticia corría como la pólvora: “que nadie se apunte voluntario para la Banda de Cornetas y Tambores”. No había más explicaciones.
Una buena mañana, después de pasar la lista de diana, el cabo 1º de Semana, creo recordar que era Abilio del Amo Gallardo, se dirigió a toda la Compañía y en voz alta dijo: “Si hay alguien aquí que sepa tocar la corneta o el tambor y quiera pertenecer a la banda del Regimiento que levante la mano”. Nadie lo hizo. Después repitió la pregunta de otra forma: “Si alguno de los reclutas voluntarios que acaban de llegar quiere apuntarse para la banda, aunque no sepa tocar ningún instrumento, que levante la mano”. Todo el mundo se miraba con el rabillo del ojo, pero nadie levantó la mano. El cabo 1º de Semana, en vista de que nadie quiso alistarse para ese cometido, rompió filas y se marchó a su cuarto—quiero pensar que aliviado, ya que no se le veía ganas de que ningún miembro de su Compañía formara parte de la Banda.
Al poco tiempo de estar allí fuimos enterándonos del porqué de ese rechazo generalizado a formar parte de la Banda de Cornetas y Tambores. Después de todo el destino no parecía malo a simple vista, ensayaban un rato por la mañana y otro por la tarde; las guardias las hacían como cornetas estando exentos de garitas o plantones, no hacían servicios salvo los correspondientes a la música…
Cuando ya conocimos al brigada (maestro) de la Banda, todos nos dimos cuenta de la suerte que tuvimos con no ser enganchados para ese destino. Hay que decir que, al final, como no salían voluntarios los cogían forzosos.
Este hombre, era bajo de estatura, tenía un abdomen tan prominente que apenas se podía abrochar el correaje en su último orificio. Su cara parecía hecha con pegotes de arcilla, llena de agujeros—posiblemente de viruela—, su nariz era parecida a esa porra roja que se ponen los payasos. Cuando hablaba farfullaba y decían que apenas sabía escribir. Pero a su físico le acompañaba sus malas intenciones, daba un trato a los miembros de la Banda indigno. Gritaba, agredía y montaba en cólera cuando algún soldado se equivocaba en algo.
Un día, yo mismo presencié algo que se quedó grabado en mi mente para toda la vida. Estaban ensayando por la parte del patio que luego harían el monumento y la capilla. Los reclutas cornetas hacían uno a uno con su instrumento la escala musical. A uno de ellos se le escapó un “gallo”—cosa muy normal, pues al brigada se le escapaban más “gallos” que a nadie—. Se fue para el pobre chico y le propinó un manotazo en la corneta que la tenía en la boca, metiéndole la boquilla de tal forma que le partió el labio y le tiró al suelo dos dientes.
El chaval fue atendido de urgencia en el botiquín, pero al brigada, lo mismo que lo vi yo también fue visto por el capitán Cañellas que estaba muy cerca de mí, al lado del Cuerpo de Guardia—. Debo decir que, el capitán Cañellas era un gran militar, persona con valores y un alto grado de preparación, él fundó por primera vez la Compañía de Guerra Electrónica, que luego daría nombre a todo el Regimiento—. Llamó al maestro de la Banda a través de un soldado que pasaba por allí, el brigada, que todo lo que tenía de inhumano lo era de cobarde, se presentó cuadrándose delante del capitán, pero como estaba tan gordo no le llegaba la mano hasta el gorro, temblaba como un flan. El capitán fue muy escueto—era parco en palabras—, pero le dijo textualmente: “Brigada, animal, si le vuelvo a ver ponerle la zarpa encima a un soldado, le meto una patada en la barriga que lleno el patio de tripas”.
Ignoro si fue arrestado o no, pero yo respiré aliviado al ver que, por lo menos, había jefes allí que tenían corazón.
Este brigada, gustaba de ponerse la “sardineta” dorada en lugar de plateada, que era lo que le correspondía por no tener mando, para confundirse con los suboficiales del Arma que, por supuesto, tenían más formación y categoría que él.
Otra maldad de este hombre era pasearse los sábados por la tarde y domingos por El Pardo, buscando con lupa a los cabos primeros que iban vestidos de paisano a los guateques invitados por las chicas, como estaba prohibido vestir de paisano—aunque todos hacían la vista gorda—él, cuando veía alguno le llamaba y le decía que se marchara al cuartel. No arrestado, porque no podía hacerlo, pero le fastidiaba al pobre chico la tarde.
Esta es la historia negativa del garbanzo negro que en todas partes existe.
Un saludo a todos
Antonio (Alicante)
Amigo Antonio: Yo sí que me acuerdo de este Brigada de la Banda. Ya me preocupé yo de no caer en su órbita...Y tampoco ninguno de los voluntarios que ingresamos se le ocurrió ir a "tocar" nada con él.
ResponderEliminarAparentemente era el típico "chusquero" y realmente era un ignorante (con todos mis respetos) Creo que la peor fama que tenía era de que le gustaba más el vino que el agua.
Siempre considiré que su figura no encajaba en un Rgto.de Ingenieros.
Su Banda más bien parecía un "pelotón de castigo".
Lo mejor que recuerdo de él y su Banda es que cuando regresamos al Rgto. procedentes del Sahara, nos fueron a recibir con honores en la Estación de Atocha.
Como que ya hace muchos años, descanse en paz...
Coincido que esta es la "historia mala".
Hasta otra amigos.
José- Manresa