Es preciso reconocer que la finalización del servicio militar suponía un acontecimiento digno de celebrar por todo lo alto. Cada cual lo hacía a su modo, pero existía una especie de "patrón" muy extendido en numerosos reemplazos: "el entierro del bisabuelo". Era una celebración seguida por casi todo el mundo en la cual corrían el calimocho, la alegría y los mejores deseos de los compañeros al afrontar de nuevo la vida civil.
Julio nos recuerda una tradición:
"rombos de cartón como éste, los vendía doña Vicenta a los que se licenciaban y que solían ponerse en la solapa de la ropa de paisano".
Obtener la cartilla militar sellada al completo suponía alcanzar la cumbre del éxito para los que todavía les quedaba una larga estancia vistiendo el uniforme.
Para los detractores del servicio militar de aquellos años, estas cuestiones que tratamos en este blog son meras necedades.
Sin embargo, para los que guardamos gratos recuerdos de esta etapa de nuestra juventud, remontar el tiempo nos proporciona momentos gratificantes y pletóricos de sensaciones. No podemos negarlo.
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